El calor de los teléfonos móviles
Los portátiles y las radios de los camiones paliaron la angustia y la falta de información de los automovilistas atrapados por la nieve
Ateridos, hambrientos, con el teléfono móvil en una mano y los ojos clavados en el marcador de la gasolina que se consumía de forma inexorable. Así pasaron la noche miles de personas encerradas en sus coches por las carreteras de Castilla-La Mancha. Algunas de ellas aguantaron en sus vehículos más de 20 horas. El número de afectados en mayor o menor medida se cifra en 9.000.A las tres de la tarde había comenzado a nevar copiosamente en la comunidad castellano manchega. Tres horas más tarde, una bajada brusca de las temperaturas convirtió las carreteras en una interminable pista de hielo. En la N-IV, a la altura de Ocaña, se produjo una colisión en la que se vieron implicados cinco camiones, la carretera quedó bloqueada y el incidente se convirtió en el primero de una larga cadena de atascos, patinazos y vehículos atravesados en la calzada.
Hacía 32 años que no nevaba con tanta intensidad en la comunidad y el viento y las bajas temperaturas hicieron el resto. Los teléfonos móviles nunca habían sido tan útiles para los que disponían de ellos. Lo primero, avisar a la familia -y a la familia del conductor de delante y el de detrás si los compañeros de atasco no tenían teléfono en el coche- y pedir ayuda. Después, contactar con las emisoras de radio para saber qué estaba pasando. En los micrófonos de la SER, una mujer contaba cómo su marido, bloqueado en un punto de la N III, había acogido en su coche a un señor de 81 años y, desde ese momento, compartieron teléfono, angustia, y reparto de llamadas a los servicios de emergencia con la familia del anciano. Ocho horas después de ver "pasar a la Guardia Civil de Pascuas a Ramos" los agentes pararon. "Y les dieron un sandwich para los dos", relataba la señora.
Las horas pasaban, se acababa la gasolina y los conductores seguían sin moverse. O avanzando apenas una decena de metros cada hora. Los que intentaron abandonar la red viaria principal no tuvieron mejor suerte. Las carreteras secundarias de acceso también se habían bloqueado.
Según el jefe de Protección Civil de la delegación del Gobierno en Castilla-La Mancha, Jesús Sierra, "se hizo lo inhumano para sacarlos de allí, pero no fue suficiente". Ya se había movilizado el Ejército. Desde la academia de Infantería de Toledo se desplazaron 150 efectivos con vehículos de transporte blindado, camiones y ambulancias. Equipados con palas y una retroexcavadora conseguían llegar hasta los coches atascados en la N IV y evacuar a sus ocupantes hasta los centros que habían habilitado los ayuntamientos de los pueblos cercanos. Antes habían repartido mantas, petacas de agua, gasolina y 600 bocadillos.
No quedaba sal y se recurrió a la fábrica de jamones Navidul de Olías del Rey, que dejó vacíos sus almacenes.
Angustia en la carretera y entre los familiares que esperaban en casa durante horas sin saber qué podía haber pasado. El marido de Elena salió de Madrid a las seis de la tarde, eran las diez de la mañana del viernes y todavía no sabía nada de él. "Me imaginaba que podía estar en cualquier cuneta de la carretera y me dolía la mano de marcar los números de la policía y los hospitales, no podía estar sin hacer nada".
En 24 horas se recibieron cerca de 10.000 llamadas pidiendo información y ayuda. Julián, como la mayoría de sus companeros, no quiso dejar el camión en la carretera. Por radio contactaba con su mujer en Córdoba, que se convirtió durante la noche en telefonista voluntaria avisando a los familiares de muchos de los atrapados.
Cerca de 400 personas tuvieron que pasar la noche en la prisión Ocaña II. Entre ellas más de 100 estudiantes de un instituto de Madrid que querían aprovechar el puente para su viaje de fin de curso. Las primeras fotos las hicieron en el interior de la prisión. Colchones en el suelo, leche y galletas para los más pequeños y bocadillos para el resto, entre ellos 45 trabajadores de la construcción que se desplazan a diario desde Tarancón a Madrid.
Pasaban las horas y las carreteras continuaban bloqueadas. Multiplicaban sus esfuerzos la Guardia Civil, la policía, los bomberos, Cruz Roja, Protección Civil y los voluntarios. Cientos de voluntarios que recorrieron durante toda la noche a pie kilómetros por la carretera para repartir mantas y algo de comida por los coches, bocadillos de embutido y queso. Muchos no salían de su asombro preguntándose si funcionó la coordinación. No entendían cómo podían estar atrapados entre la nieve en mitad de una autovía sin que nadie pudiera sacarlos de allí.
Las previsiones meteorológicas avisaban a primera hora de la tarde del jueves que la cota de nieve era muy baja, pero luego todo se complicó. Un día antes se había mantenido una reunión de trabajo en la delegación del Gobierno para coordinar a los distintos operativos y administraciones en el caso de ser necesaria una operación especial por la nieve. Su objetivo era evitar que, como ya ocurrió el año pasado, muchos pueblos, especialmente de la serranía de Cuenca y del norte de Guadalajara quedaran bloqueados. En esta ocasión fueron las carreteras.
Además de en Castilla-La Mancha, la nevada se cebó también en Aragón. "No me lo puedo creer, así que he sacado el mapa de carreteras para convencerme de que Teruel no está en el Himalaya, porque esto no hay quien lo entienda". La cuestión la planteaba, móvil en mano y tras llamar a la cadena SER, uno de los miles de conductores atrapados ayer por la nevada en la provincia aragonesa. Y no era el único. Para Benito Ros, alcalde de la localidad turolense de Alcalá de la Selva, "Teruel estaba a sólo cuatro kilómetros y sin embargo parecía que andaba en el fin del mundo".
El alcalde Ros se reía ayer por la mañana de la angustia que había pasado la tarde anterior, cuando decidió volver a su pueblo tras asistir a una comisión de la Diputación Provincial de Teruel. "Vimos el mal tiempo y decidimos adelantar el regreso, pero a sólo cuatro kilómetros de Teruel mi todoterreno no iba ni hacia atrás ni hacia adelante. No era sólo la nieve, eran los camiones que se cruzaban en la N-340 mientras los efectivos de la Guardia Civil brillaban por su ausencia".
Ros dejó el coche en la cuneta y se acercó a un hostal situado a 200 metros. Allí coincidió con otro alcalde, Ángel Gracia, de Rubielos de Mora. Ambos pudieron pasar la noche en una cama. El hostal estaba situado en un polígono en el que el club de alterne Habana hizo su agosto en la noche más fría del invierno.
En Zaragoza, el área de Calatayud fue la más castigada por la intensa nevada. Aunque la mayoría de los conductores eran conscientes de que los vehículos pesados cruzados en la carretera eran la causa fundamental de los atascos, todos coinciden en destacar la solidaridad de los camioneros. "Suba al camión", fue uno de los gritos más repetidos de la noche por los conductores de los convoyes, que tenían claro que quienes iban al volante de un turismo podían pasarlo mucho peor que ellos en la larga noche.
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