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Tribuna
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Cumpleaños feliz

Hoy cumple La Coupole, corazón de Montparnasse, 70 años. Hace un siglo, la zona en la que vivo era poco más que una indecisa extensión del Barrio Latino, al que la unían el jardín de Luxemburgo y la avenida del Observatorio por un lado y la calle de Vaugirard por el otro. La construcción del bulevar de Montparnasse, que, reglamente decidida por Luis XIV en 1704, hubo de esperar 140 años -la realidad no se cambia por decreto- hasta tener suelo empedrado y farolas en sus aceras, no logró constituirlo en barrio y conferirle condición propiamente urbana. Su población, mayormente menestral y artesana, siguió viviendo dispersa en casas de dos pisos entre conventos, huertos y caballerizas, lo que daba al conjunto un aire más bien rústico y tradicional. La modernidad irrumpe con el siglo, los nuevos edificios con las fachadas de piedra tallada, la burguesía de los años felices y, sobre todo, los artistas de los años locos. El punto en que se cruza el bulevar de Raspail, terminado en esos años, con el bulevar de Montparnasse y con la calle de Vavin, de la que toma el nombre, es su expresión más acabada. Frente a frente, en sus dos esquinas y muy junto a ellas, van apareciendo sucesivamente cuatro cafés que serán el centro de la vida artística de Francia y del mundo hasta 1939.Aunque el siglo XIX viera a algunos grandes escritores establecerse en el perímetro montparnasiano -Chateaubriand, Víctor Hugo, Balzac, Rimbaud, etcétera-, su fama no le venía de ello, sino de las numerosas instituciones religiosas, a la par que de los famosos lugares de diversión, los bailes de La Closerie des Lilas y La Grande Chaumière, la polka -¡ay de nuestros abuelos! y de los cabarets y teatros de la calle de la Gaité, que en él se encontraban. Pero el arte era patrimonio de Montmartre, al que Renoir, Toulouse-Lautrec, Degas, Juan Gris, Derain, Van Gogh, Utrillo habían otorgado la patente de capital mundial del arte.

En 1905, el folclor y el turismo, ya entonces con sus muchedumbres y sus incordios, los hicieron emigrar hacia Montparnasse y anidarse en sus "ciudades" para artistas -entre ellas, las célebres Falguière, Boulard y La Colmena del callejón de Dantzig- y en sus cafés. El Dôme, que se inaugura en 1897, pronto se convierte en lugar de encuentro de pintores centroeuropeos -Rudolf Levy, Walter Bondy, Hans Purrmann, Richard Goetz, Julius Pinkas y un largo etcétera-, y allí, Henri Matisse, a sus 38 años, sienta cátedra de maestro. Justo enfrente, La Rotonde abre sus puertas en 1911, y a él acuden Braque, Derain, Kisling, VIaminck, Picasso -hasta la muerte de Eva Gouel-, los poetas Cendrars, Fargues, Cocteau, y allí confrontan sus opciones políticas y' sus capacidades ajedrecísticas Trotski y Lenin. Junto a La Rotonde, unos metros más allá hacia la estación, el señor Jalbert instala el Select, el primer café abierto toda la noche y que se convierte en el cuartel general de los escritores norteamericanos -Hemingway, Dos Passos, Miller, Faulkner, Bromfield, Wilden, Pound, Fitzgerald- y de muchos pintores y escritores europeos.

Pero estamos en el punto culminante de los años locos: estamos en 1927, y la Escuela de París ya es historia del arte. La desmesura ha producido ya sus glorias y se ha cobrado también su tributo en vidas: Modigliani y Jeanne Hébuterne, Julius Pascin, René Grevel, Madeleine Anspach -la compañera de Derain-, Jacques Rigault y tantos otros, al final de tantas noches de alcohol, de amores usados, de obra incumplida de fama imposible. Y la fiesta sigue. La Coupole es el último monstruo sagrado de la hospitalidad cafetera. Un depósito de madera y carbón de 800 metros cuadrados se convierte en el mayor espacio de restauración de París, con un inmenso hall diáfano qué sirve de bar y café, al que completan una primera planta funcionando como restaurante y un sótano como sala de baile. Propietarios y arquitectos quieren dejar definitivamente inscrita en su obra la vocación artística del lugar y colocan, en la parte superior de cada uno de los 33 pilares que pueblan su territorio, una pintura de autor desconocido hasta hoy. Imaginémonos a Foujita y a Van Dongen, sentados en la mesa junto al pilar de David Seifert y preguntándose quién habrá sido el autor de la pintura del pilar que están contemplando. Imaginémonos a todas las bellas de Montparnasse -Kiki, Youki, Fernande, Mado, Zinah- circulando entre mesas y pilares y jugando a la adivinanza de las autorías. O a Lawrence Durrell dedicando un volumen de su Quatuor de Alejandría debajo del pilar de María Vassilieff sin saberlo. Hoy, La Coupole, en su 70º aniversario, ha revelado el misterio y nos ha asociado al gozo del descubrimiento. Sartre y Simone de Beauvoir, a menos de 500 metros, deben envidiarnos.

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