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Tribuna:CRISIS EN ASIA
Tribuna
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¿El fin de la 'edad de oro'?

A los dos meses de que el Gobierno tailandés se plegara ante lo inevitable y permitiera que el bath fluctuara libre de su paridad establecida, los mercados de divisas y las bolsas del sureste asiático siguen sumidos en el caos. La amenaza a la política de libre mercado en toda la región es bien real. Sin un final a la vista para un círculo vicioso de monedas a la baja, tipos de interés internos en aumento, débiles perspectivas de crecimiento y bolsas que se desmoronan, seguramente se manifestarán consecuencias políticas y estratégicas a largo plazo.Ya se dan diversos efectos: tensión social, inestabilidad política, reconocimiento cada vez mayor de la fortaleza económica de Japóy y cooperación financiera más estrecha en la zona.

Indonesia, Malaisia y Filipinas se vieron forzadas a seguir el camino marcado por Tailandia y permitir que sus monedas se depreciaran frente al dólar estadounidense. Se vieron atacados incluso los dólares de Singapur y Hong Kong, apoyados por enormes reservas de divisas. La edad de oro, que había comenzado con el Acuerdo del Plaza en Nueva York en 1985, tocaba a su fin.

El Acuerdo del Plaza condujo a una fuerte apreciación del yen japonés frente al dólar. Para esos países, cuyas monedas dependían del dólar, esto significó un fuerte impulso a un crecimiento basado en la exportación. Las inversiones japonesas se volcaron en la zona y comenzó la exportación masiva de productos baratos. La ola de ventas especulativas de divisas se disparó una vez que el dólar subió vertiginosamente frente al yen, lo que causó un descenso del crecimiento de las exportaciones. Pero la fijación de las monedas regionales al dólar ha servido para muchos fines, además del de mantener bajos los precios de las exportaciones.

En algunos países -especialmente Tailandia- ha servido casi como una política monetaria nacional, con los tipos de interés establecidos en un nivel suficiente para proteger el valor de la moneda. Al tiempo que se liberalizaban los mercados financieros, unos intereses más altos de lo habitual llevaron a la disponibilidad de grandes sumas de capitales baratos. Como los inversores creían que no estaban corriendo riesgos en el cambio de la moneda, podían tomar prestados dólares para invertirlos en proyectos que generaban moneda local a tipos de interés casi negativos.Todavía es posible que la región esté pasando por un reajuste monetario único. Si resultara ser el caso, una vez que los mercados se hayan asentado los bancos centrales recobrarán su hábito de intervenir y fijar un valor estable frente al dólar. Pero lo más probable es un largo periodo de fluctuación hasta que surja un nuevo sistema menos dominado por el dólar. Las consecuencias incluirán probablemente rígidas políticas monetarias y fiscales, tipos de interés mucho más altos y tasas de crecimiento más lentas.Esto tendrá implicaciones políticas que se reflejarán de un modo más agudo en Tailandia, donde años de imprudencia en la contratación de créditos y de inversiones podo brillantes han dado lugar a altos niveles de préstamos no rentables. En 1997, han cerrado 58 compañías financieras, la Bolsa ha perdido dos tercios de su valor y el bath ha experimentado una devaluación del 30%.

Para impedir una crisis de la balanza de pagos a corto plazo, el Gobierno tailandés recibió del Fondo Monetario Internacional (FMI) el 11 de agosto de 1997 préstamos por valor de 16.000 millones de dólares en apoyo de sus reservas de divisas. Pero está claro que la operación no será suficiente. Aún más, el Gobierno del primer ministro Chaovalit Yongchaiyut parece demasiado débil para poner en práctica las exigencias de reforma del FMI, duros recortes presupuestarios, subida de impuestos y el reconocimiento de una bancarrota corporativa en el sector financiero.

Las razones por las que la zona depende tanto del aumento de las tasas de desarrollo económico son demográficas, sociales y políticas. Entre 1965 y 1990, el crecimiento anual de la población activa fue del 2,9%, el más rápido del mundo. Al crecimiento de la mano de obra, junto a altos niveles de ahorro e inversión, se le atribuye generalmente un papel esencial en el milagro económico de la zona. El corolario es que se necesita mantener un Crecimiento constante.

El rápido crecimiento ha creado y ocultado las tensiones sociales. Pese a enormes logros en la mitigación de la pobreza, para los habitantes de la zona son patentes profundas desigualdades. Existe un amplio resentimiento frente al abismo de riqueza entre una minoría plutocrática y los desfavorecidos.

Hasta cierto punto, el hecho de que a todo el mundo le fuera mejor suavizó estas tensiones. Pero el temor ante explosiones de ira popular ha hecho que se haya dado prioridad a los altos índices de crecimiento, a costa, a veces, de la racionalidad. Durante más de un año, Indonesia ha experimentado disturbios que a menudo toman la forma de pogromos étnicos o religiosos, pero cuyas raíces están más bien en las desigualdades sociales. Tailandia, el país más desigual, se enfrenta ahora a la posibilidad de protestas protagonizadas por miles de obreros que perderán sus empleos.

El riesgo más grande de inestabilidad se da también en Tailandia. El desplome ha coincidido con los intentos de reforma constitucional para erradicar la corrupción, a la que se considera el principal motivo del malestar. Las clases medias de Bangkok, que se manifestaron en 1992 contra la manipulación política del ejército, piden cambios.

Indonesia, Malaisia y Filipinas se encuentran además en distintas fases de transición política. Las elecciones presidenciales controladas de 1998 en Indonesia ratificarán, como siempre, a Suharto, de 76 años. Sin embargo, su monopolio del poder y el no haber logrado señalar un presunto heredero hacen el futuro proceso de sucesión muy propenso a las revueltas. Si el crecimiento económico pierde velocidad, no escasearán los alborotadores.

También en Filipinas la perspectiva de elecciones presidenciales el año próximo domina la política. El presidente Ramos se verá obligado a dejar el cargo. Mientras que la comunidad financiera querría en el poder a alguien de su mismo molde, todo apunta a que el electorado preferiría una figura más populista, que pudiera apoyar una política de nacionalismo económico.

Incluso en Malaisia está en marcha la sucesión. El primer ministro, Mahathir Mohamed, no ha dicho todavía cuándo traspasará el poder a su segundo, Anwar Ibrahim. El peligro es que Mahathir, de 71 años, insistirá en acabar demasiados de los megaproyectos que él mismo ha instigado. Mahathir ve estos programas como un símbolo de su legado, a pesar de que sobrepasan la capacidad económica del país.

Mahathir fue quien más enérgicamente atribuyó a Occidente la responsabilidad de la tormenta monetaria. Pero también los nueve ministros de Asuntos Exteriores de la Asociación de Naciones del Sureste asiático (ASEAN) firmaron un comunicado el 25 de julio pasado acusando a especuladores occidentales de "esfuerzos bien coordinados para desestabilizar las divisas de la ASEAN en su propio beneficio".

Aunque esta retórica está dirigida, en parte, a la opinión pública nacional, pone de relieve una sensación de vulnerabilidad ante el poder de los mercados mundiales. Puesto que la zona se ha hecho dependiente de la inversiónextranjera para financiar grandes déficit por cuenta corriente, las medidas proteccionistas -como controles de capital- no son una opción a largo plazo.

Las medidas para proteger la moneda que se introdujeron en 1995 a raíz de la caída del peso mexicano han sido inadecuadas. Los bancos centrales del sureste asiático firmaron una serie de convenios bilaterales, así como con Australia, China, Hong Kong y Japón. Los acuerdos ofrecían sólo un ayuda muy limitada: se concedían reservas líquidas contra la garantía de los bonos del Estado norteamericanos en poder de los bancos centrales. Los bancos centrales están tratando de elaborar formas más sólidas de ayuda mutua, como, por ejemplo, un fondo regional de defensa de la moneda. Esta clase de esfuerzos se encontrarán siempre con el obstáculo de la resistencia de las instituciones más ricas a comprometer sus reservas en apoyo de una moneda que se mantenga en un nivel imposible de defender, como en Tailandia. Pero una coordinación más estrecha del control de la moneda es una necesidad urgente.

En 1995, las naciones del sureste asiático en plena expansión podían señalar muchas razones por las cuales sus economías no tenían nada que ver con la de México: altas cuotas de ahorro, superávit fiscales y un enorme crecimiento económico. Los pesimistas, sin embargo, podían señalar una más: la ausencia de un motor financiero de poder incomensurable que pudiera acudir en ayuda de la zona, como hizo EE UU por México en febrero de 1995. Los esfuerzos de Tailandia para convencer a Japón de que adoptara este papel fueron vanos.

Para los observadores extranjeros, la ASEAN se presenta cada vez más como un foro antiestadounidense, en vista de los frecuentes roces con Washington en cuestiones de derechos humanos, asuntos comerciales y, ahora, la especulación monetaria. Aunque se trata de una ilusión, el torbellino del mercado ha dado un buen empujón a líderes como Mahathir, que buscan una mayor cohesión con China, Japón y Corea del Sur como una defensa frente a la presión de EE UU y Europa. Los regímenes que sucedan a los de Mahathir, Suharto y Ramos podrían adoptar una posición más nacionalista en la economía y en la política, a no ser que se resuelva su vulnerabilidad.

IISS.

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