Todo Setién
Que un obispo busque la oportunidad de expresarse en una larga entrevista y que ni por asomo aparezcan en sus declaraciones palabras como Dios o Cristo, ni cualquier otra del vasto léxico religioso, es un claro síntoma de que el mensaje transmitido a los lectores poco tiene que ver con la religión. Pero si alguien cree que el obispo, por no hablar de religión, habla sólo de política sacaría una conclusión apresurada. No es de política de lo que habla si por tal se entienden las acciones que los partidos o gobiernos deben tomar ante una determinada cuestión. Ni de creyente, ni de político, el lenguaje de este obispo es el lenguaje de un clérigo.El clérigo se sitúa ante la sociedad, en la que sólo ve a un pueblo, reclamando para sí una función específica que consiste en "dar orientaciones, ayudar a la gente a enfrentarse" con los problemas. Como el intelectual, el clérigo se cree investido de autoridad para orientar al pueblo a buscar soluciones a problemas que por sí mismo es incapaz de percibir, ocultos como están tras las engañosas apariencias de lo visible. Pero, a diferencia del intelectual, que compite individualmente en el mercado de las ideas, el clérigo forma parte de una iglesia que reivindica la misión de velar por la unidad del pueblo y proponer vías para el restablecimiento de la paz en tiempos de guerra. Este clérigo habla, pues, como eclesiástico, como jerarca de una institución que se cree depositaria de la misión de devolver a su pueblo la paz perdida.
Para emprender los caminos de paz, el terrorismo -tratado como un "fenómeno" o manifestación de un problema más hondo- no puede abordarse en sí mismo sino en el proceso de reconstrucción de "un pueblo que sea capaz de conservar su identidad". Lo que propone entonces el clérigo, el punto en que aparece todo Setién, consiste en relativizar "lo que se entienda que deba ser la manera de organizar el futuro de la convivencia de los pueblos en relación con el Estado español, que es algo que ha de someterse a estudio". La Constitución no ha resuelto el problema: hay que seguir estudiando. Pero someter a estudio no es someter a voto. La única ocasión en que Setién se refiere a votos es cuando recuerda que no son necesarios para "dar orientaciones". Las orientaciones se derivan del estudio que permita dar con la fórmula para acabar con "el problema que estamos viviendo y que se manifiesta en actuaciones de terrorismo y demás".
Es intrigante este "demás" y sólo a continuación de la entrevista nos sitúa en la pista de lo que quiere decir. Por "demás" debe entenderse la creciente respuesta al terrorismo con iniciativas como el aislamiento social a "los que son de HB". Tras los últimos asesinatos, la gente perdió el miedo y se dispuso a responder al terrorismo con actitudes que en la opinión clerical significan "declarar la guerra social en el País Vasco". La guerra no la declara el terrorista; el terrorista se limita a manifestar un problema. La guerra la declaran los que pretenden aislar a quienes sostienen a los terroristas. Y esto no puede quererlo un hombre de Iglesia. "Yo no la quiero", dice el clérigo. No quiere la guerra social, no quiere el aislamiento social de HB.
Como esta movilización contra el terrorismo sitúa al pueblo vasco al borde de una guerra social que redundaría en descalabro del nacionalismo habrá que contenerla y encauzarla hacia vías de pacificación: ahí radica la razón de la salida a la palestra de Setién para alentar una conversación con ETA sin necesidad de establecer previamente una paz de Dios como exigía el clero en las guerras feudales. La actitud legalista adoptada por la defensa de HB, la invocación a la Disposición Adicional de la Constitución por Elkarri, las conversaciones entre el PNV y EA, la convocatoria de ELA, el estudio y la conversación que propone Setién, ¿no será todo esto una sutil respuesta a un espíritu de Ermua que amenazaba con llevarse por delante cualquier ideal nacionalista?
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