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Un incendio arrasa el asentamiento marginal de Boetticher-Navarro

Jan Martínez Ahrens

Los 50 inmigrantes, 10 prostitutas y 4 proxenetas que ocupaban la nave abandonada de Boetticher-Navarro vieron ayer convertirse en ceniza su último refugio. Un incendio, desatado a medianoche, arrasó este asentamiento ilegal, ubicado en Villaverde y al que policías y asociaciones humanitarias no dudaban en calificar como el más sórdido de la ciudad. El fuego, originado presumiblemente por la caída de un hornillo de gas, prendió los cubículos de cartón y maderas con que los inmigrantes -liberianos, angoleños y nigerianos- habían levantado 24 habitáculos en la primera planta de la nave. Las llamas, ayudadas por este material y por la estrechez de la galería (unos 50 metros de largo por 20 de ancho), se propagaron rápidamente. Las hogueras que utilizaban los inmigrantes para calentarse en pleno temporal, las antorchas que habían colocado en los pilares de la nave para alumbrarse y los calentadores de gas hicieron el resto. El humo, negro e intenso, inundó la planta. Los inmigrantes, recogiendo sus escasa pertenencias, huyeron. Algunos buscaron refugio en el piso superior -habitualmente utilizado como servicio-, otros, sencillamente, salieron al descampado que rodea el lugar para contemplar cómo el fuego destruía su asentamiento. Un oscuro lugar sin agua ni luz que habían bautizado con el nombre de Avenida de Golo-Golo.

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Refugio para nómadas

El Ayuntamiento desaloja Boetticher y tapia sus entradas por su "insalubridad"

La llegada de los bomberos evitó que el Incendio dañase las estructuras del edificio. Pero no fue un trabajo fácil. Durante tres horas, 27 agentes lucharon contra las llamas hasta conseguir su extinción. No hubo heridos entre los ocupantes y el Ayuntamiento, a través del Servicio de Emergencias Sociales (Sitade), les ofreció alojamiento en el albergue de San Isidro. Únicamente siete lo aceptaron (cuatro inmigrantes y tres españoles). Estos, pasada la noche, volvieron al asentamiento. Y fue entonces cuando la Delegación del Gobierno y el Ayuntamiento decidieron cerrar la nave por su "insalubridad".La medida fue mal acogida. "La única vez que piensan en e.

nosotros es para cerrar nuestra casa. Que nos dejen limpiarla", decía un inmigrante. No era la primera vez que él y sus compañeros sufrían una expulsión. Primero, en 1993, se les desalojó de las naves de Cerro de la Plata. En su migración recalaron bajo el puente de Méndez Alvaro. Allí malvivieron en tiendas de campaña hasta agosto de 1996, cuando nuevamente fueron expulsados tras un incendio. Fue entonces cuando estos nómadas de la ciudad buscaron refugio en Boetticher-Navarro.

"Tienen que salir, este sitio no reúne las condiciones mínimas", señaló la edil de Villaverde, Nieves Saez de Adana. Su opinión era compartida por el delegado del Gobierno, Pedro Núñez Morgades, quien aconsejó tapiar la nave para evitar que volviese a ser ocupada. Y así fue. Sobre las 12.30, los técnicos de Protección de la Edificación dieron orden a los obreros de cegar todas las entradas. La piqueta y la pala empezaron a retumbar en la antigua fábrica.

La últimos 20 inmigrantes (el resto desapareció ante la presencia policial) formaron un grupo compacto. Los gritos de "jamás" se sucedían, pero las primeras deserciones no se hicieron esperar. Un inmigrante, cabizbajo, cogió su hatillo, se caló la gorra y , entre abucheos, caminó bajo el aguacero hasta subir al autobús fletado por el Ayuntamiento para conducirlos al albergue de San Isidro (a los españoles) o al centro de inmigrantes de la Cruz Roja. Poco a poco sus pasos fueron seguidos por otros, hasta que sobre la una de la tarde los últimos cinco acordaron buscar su propio camino.

-¿Adónde vais?, les preguntó un agente.

-A casa, respondieron. Luego se perdieron entre la maleza. Una hora después, mientras se mantenía acordonada la nave (la vigilancia policial seguirá hasta que no se cierre por completo), un liberiano regresó a su antiguo hogar. Pidió permiso para entrar y de los escombros sacó un bulto renegrido. Era Kube, el perro mascota del asentamiento. El liberiano lo enterró bajo unas aliagas, muy cerca de donde correteaba.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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