Eureka
Tiene razón el obispo Setién cuando afirma que otros dicen lo mismo que él sin que se organice tanto barullo. El martes, en el programa de Iñaki Gabilondo, se refirió, aunque sin nombrarla, a Margarita Robles,la ex viceministra de Interior, que estos días ha estado en Bilbao, invitada por la Fundación Sabino Arana. Lo que dijo Robles fue más o menos lo que acostumbra a decir monseñor: que el problema de ETA no se resuelve policialmente y que, por tanto, no hay más remedio que negociar políticamente con los terroristas.Pero no es lo mismo que lo diga un obispo o alguien que ha dirigido a los policías encargados de perseguir a esos terroristas. Robles ha reconocido que intentó llevar a la práctica esa idea a través del premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, el mismo que, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, dijo que el origen de esa desgracia había sido la negativa del Gobierno a "acabar con la política de dispersión" y su "falta de cintura" para resolver el secuestro del concejal. La ex viceministra no ha podido olvidar, por otra parte, que unos días antes de la reunión entre ese mediador y un representante de Interior ETA hacía es tallar un coche bomba en Vallecas, con el resultado de seis personas muertas y 23 heridas, ni que la víspera de su entrevista con Pérez Esquivel en Madrid los terroristas asesinaban en esta ciudad a Francisco Tomás y Valiente.
Hay motivos para temer que ETA no considera la negociación una vía de salida a la violencia, sino, por el contrario, un método para darle un sentido y perpetuarse como organización. Nunca ha hablado de abandono definitivo de la lucha armada, considerada en sus textos internos necesaria en todo caso para alcanzar los objetivos finales. De ahí, las cautelas establecidas en el Pacto de Ajuria Enea de condicionar la apertura de un proceso de diálogo a la acreditación por parte de ETA de su voluntad de dejar las armas. Ese principio es el resultado de la experiencia, pero cada vez que aparece un paracaidista con el descubrimiento de que el problema no es sólo policial se vuelve a cuestionar. La negativa influencia de tales paracaidistas sobre la cohesión del frente democrático ha sido considerable; sobre todo, entre los sectores nacionalistas más tentados por la equidistancia.
El mensaje de Margarita Robles es que hay que dirigir la vista hacia el proceso de paz en Irlanda del Norte, del que hay "mucho que hablar, mucho que aprender y, por qué no, mucho que imitar". Peter Waldmann es un sociólogo alemán interesado por los conflictos violentos de raíz nacionalista, tema sobre el que pronunció una conferencia en San Sebastián hace tres o cuatro años. Acaba de aparecer la versión española de su obra Radicalismo étnico (Akal, 1997), publicada en alemán en 1989. Se trata de un análisis comparado de los conflictos de Irlanda, el País Vasco, Quebec y Cataluña. En un epílogo para la edición española pasa revista a las principales tesis y predicciones del libro a la luz de la experiencia de los últimos años. Waldmann constata que el IRA y ETA cuentan con un apoyo similar, entre 100.000 y 200.000 ciudadanos, y que ambas organizaciones han hecho de su voluntad de "autoconservación y autojustificación" el principal móvil de su acción. De ahí, concluye, que "poco importa el modo como se reaccione ante ellas, si haciéndoles concesiones o intentando reprimirlas: en todos los casos responden con un incremento de sus acciones terroristas".
Waldmann corrige su (relativo) optimismo sobre una salida próxima en el País Vasco: ya se han cometido los tres errores sobre los que alertó Tomás y Valiente poco antes de ser asesinado: la guerra sucia, la tentación nacionalista de alcanzar fines políticos por efecto de la violencia y la tolerancia de hecho ante el vandalismo juvenil. Waldinann termina su libro considerando poco sorprendente que "no se haya logrado cegar el pantano de ETA" cuando sigue habiendo políticos que hablan, "incluso después de los más brutales atentados, del desideratum de un diálogo con los terroristas-. Tal vez sea un diagnóstico exagerado, pero al menos debería servir de contraste a las ingenuidades de tanto Arquímedes.
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