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¿España es aún necesaria?

España no hay más que una. Con su bandera y su himno. Su charanga y su pandereta. La España que "ora y embiste cuando se digna usar la cabeza". Si es así, si es ésta, sobra.Machado confiaba en lo efímero de "un mañana escrito en la tarde pragmática y dulzona". Pero hoy el mundo avanza que es una barbaridad y los equilibrios se pierden fácilmente. La ignorancia y mala pata pueden romper la sutil baraja armada entre muchos a lo largo de dos complicadas décadas.

No hay tiempo que perder. La Unión Europea es el único futuro posible... si el Estado español actúa como representante efectivo de los pueblos, las culturas y las aspiraciones diversas que lo componen. Y aceptando además, lo cual no es fácil, que a medida que vaya avanzando la unión política europea "su Estado" se empequeñecerá en un proceso de metamorfosis kafkiana.

El nacionalismo españolista puede provocar dos desastres: descoyuntar la aún frágil España democrática y contribuir a una crisis de la Unión Europea.

Lo malo de este nacionalismo arrogante y agresivo es que, como decía el señor K (alter ego de Brecht), convierte en nacionalistas beligerantes a los que simplemente quieren defenderse de su rabia y de su grosería. Cada vez, por ejemplo, que el señor Rodríguez portavocea en televisión, les aseguro que hay más catalanes (y gallegos, vascos, canarios, etcétera, supongo) que quieren bajarse del carro de su España.

Sobre la inoportunidad de imponer por decreto el himno ya se ha dicho casi todo. No importa que hayan luego relativizado su insolencia. Primero golpean, después se muestran débiles. Perfecto para encender los ánimos. Porque su decreto era tan innecesario como provocador. Actualiza recuerdos siniestros: si, por fortuna, no tiene letra, en cambio va asociado a los "viva Franco, arriba España" que nos infligían en lugares públicos, en las escuelas, al terminar los informativos, etcétera. Este decreto parece llamar a la desobediencia civil, será de imposible cumplimiento muchas veces. ¿Se imagina lo que puede ocurrir en Barcelona si mañana se anuncia un acto solemne con Aznar en el Palau Sant Jordi o en el de la Música? La movilización contra el dichoso himno puede ser morrocotuda. En estos casos que tocan sentimientos fuertes y calientes hay que ir, como dicen los flamencos respecto al toreo y el cante, "con musho, musho cuidao".

El Estado democrático funciona con reglas frías y objetivas Es mejor que no interfiera con la emotividad de las naciones y los pueblos que lo componen y que deje en un discreto segundo término estos símbolos dudosos que son en nuestro caso la bandera y el himno. El Estado es aquí plurinacional y, en consecuencia, debe contribuir a la convivencia entre sus comunidades, y no enfrentarse con ellas y enfrentarlas entre ellas, como tiende a hacer este Gobierno, poco responsable en estos temas.

Pero ya han abierto la caja de los truenos. Veamos qué hay más allá del estruendo.

Si nos imponen un himno, es inevitable ponerse a pensar sobre esta abstracción que requiere sinfonía. Y se nos ocurre que quizás es prescindible, o lo será muy pronto. Sobre todo, si los que la exaltan se ponen bordes.

Veamos. Europa. A la unión monetaria seguirá, lógicamente, el reforzamiento de las políticas económicas comunes y de la política fiscal. Ya no bastará entonces la carta social europea, sino una verdadera política social que asegure unos mínimos por igual a todos los europeos: servicios públicos y sistemas de protección social europeos. Y como la "soberanía nacional" en lo militar hace ya tiempo que se diluyó (EE UU, OTAN) y dificilmente la Unión Europea podrá renunciar a una política exterior y de seguridad comunes si no quiere hacer el ridículo en el mundo... ¿Qué le quedará de poder soberano al arrogante Estado actual?

Por otra parte, no es preciso ser un experto en "globalización" para percibir la fuerza de la reacción local que suscita lo global. Hoy es ya un lugar común constatar y prever la importancia económica, la fuerza política y la necesidad cultural que representan las ciudades, regiones y nacionalidades. Es decir, las comunidades territoriales sin Estado. Hay una necesidad psicocultural de identidad diferenciada, de cohesión en un espacio abarcable y delimitado, de sentirse integrado en un medio que proporcione sentido. El ámbito urbano-regional, más que el estatal y el de la empresa aislada, tiende a ser el espacio donde se decide la competitividad, en el que pueden optimizarse las sinergias, el de los compromisos entre productividad, sostenibilidad y cohesión social. Y son también las ciudades y regiones los territorios donde cada vez más se juega la gobernabilidad, la gestión integrada de las políticas públicas, la cooperación entre agentes públicos y privados. Los territorios de la innovación democrática. En fin, que el Estado sella quedado pequeño en su soberanía política y económica y demasiado grande para la gestión y la participación.

Ya ven a qué conclusiones nos llevan unos gobernantes prepotentes. Para su mal excitan el vicio de pensar. Son gente peIigrosa. Su intransigencia puede precipitar una escalada de extremismos.

Se creen que representan a la mayoría. Quizás, sí, a la de la plaza de las Ventas. Que no olviden que su victoria electoral de 1996 tuvo un carácter local: 600.000 votos de ventaja en Madrid, 300.000 en el conjunto global. En el resto de España quedaron segundos, con 300.000 votos menos que los primeros. Y esta victoria parecía dar la razón a Popper cuando decía que la democracia sirve mucho más para echar Gobiernos (en nuestro caso, el desgaste socialista) que para elegir uno nuevo (que sale porque no hay otra cosa).

En fin, que si pretenden legitimar cualquier decreto en función de una mayoría electoral momentánea, darán la razón a la boutade de Borges cuando decía que Ia democracia es un abuso de la estadística". La democracia, creo, no es un abuso de nada. Pero el abuso de poder, agravado luego por la incapacidad de ejercerlo, es una tontería y una provocación contra la democracia.

Jordi Borja es urbanista.

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