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Reportaje:

El dios de la danza tapea en Madrid

Mijail Barishnikov, el último gran, divo del ballet de este siglo, pasea por Madrid o perseguido o desapercibido

Cuesta creer que Dios es bajito, amojamado, tímido e introspectivo. Pero el único Dios, o al menos considerado como tal, que en los últimos dos años se ha dignado visitar Madrid, en dos ocasiones, es así. Se llama Mijail Barishnikov, ronda el medio siglo de edad, y se tiene que mover por su reino, que pertenece a este mundo, pertrechado entre medidas de seguridad y un equipo de fieles que le protege de fans, prensa, fotógrafos, seguidores e histéricos. Porque resulta que es el último gran divo de la danza mundial vivo, una vez desaparecidos. Nijinsky y Nureyev.Al mismo tiempo su físico, aparentemente anodino" le permite patearse Madrid, ciudad que, según confiesa, le atrae especialmente, de un rincón a otro y hasta entrada la madrugada logrando pasar desapercibido.

Toda su aura mágica, cercana a la divinidad, de nada le sirvió anoche en su estreno madrileño del teatro Albéniz, dentro del Festival de Otoño. Afirmó sentirse especialmente nervioso e inquieto, porque presentaba coreografías nuevas que aún no tiene apenas confrontadas con el público.

Mientras hay gente intentando averiguar en qué hotel se hospeda, para apostarse 24 horas en la puerta con la única compensación de verle unos segundos, Barishnikov, que llegó el lunes a Madrid, pasa desapercibido por la calle y ni sus seguidores se coscan de que pasa por su lado.

El mismo día de su llegada se lanzó de manera inmediata a ejercitar dos de sus querencias: ir de tapas y ver flamenco. Lo primero consistió en meterse al cuerpo varios pinchos en Los Cabales, de la plaza de Santa Ana, y desde allí largarse de farra nocturna a Torrres Bermejas y el Café de Chinitas para husmear quién bailaba. El martes, tras descansar, se encerró dos horas en una sala que le prestó el Ballet Nacional. Como buen bailarín no se permite ni un día sin recibir su clase, tras lo cual tomó un café y no eludió asistir al abarrotado estreno de la Salomé de la bailarina Carmen Cortés, dirigida por Gerardo Vera. Tras aplaudir el trabajo de sus colegas españoles salió casi el primero del teatro por si las moscas, a pesar de que su presencia pasó desapercibida para un público que sin lugar a dudas sabe quién es el bailarín.

Pero ahí no terminó la cosa. Volvió a tapear y de nuevo se coló en un tablao en el que la bailaora Blanca del Rey hizo una actuación especial y exclusiva para él en el Corral de la Morería. Él nunca ha ocultado la influencia que ha recibido del flamenco, algo que le sobrevino cuando en los años sesenta vio en Moscú al bailarín Antonio.

Ha vuelto a Madrid en circunstancias extraordinariamente similares a las que tuvo hace dos años: Festival de Otoño y el Albéniz, un teatro en el que es tratado con familiaridad, por aquello de que el personal de esta sala ya ha lidiado con muchos divos a los que se limita a tratarles como personas con las que tienen que compartir un trabajo. De hecho, cuando vino en 1995 y los técnicos del Albéniz se percataron de que al bailarín su gente y allegados le llamaban Misha (nombre con el que se le conoce), ellos no quisieron ser menos y reprodujeron, a su manera, el nombre coloquial con el que se le llama. Pero lo de la pronunciación, no lo llevaron con exactitud y se limitaron a verbalizar lo que en principio les sonaba aquello: así que al único gran divo vivo de la danza mundial de este siglo la gente del Albéniz le llama cariñosamente Pissha. Dicho así, a la gaditana, con el acento y el gracejo con el que en Cádiz se llama a los amigos y allegados, y que en correcta grafía castellana no es otra cosa que picha.

Ayer, mientras él aún descansaba en su hotel y se comía los nervios de su estreno madrileño, se formaba una gran cola por la mañana en el teatro Albéniz para ver si ocurría el milagro de que alguna de las entradas ya vendidas para sus cuatro representaciones hubieran sido de vueltas o no recogidas o por si tenían la suerte de acceder a ese pequeño cupo de localidades que el teatro pone a la venta cada día.

Por la tarde se presentó a primera hora en el Albéniz, donde las medidas de seguridad eran dignas de presidente de Gobierno para arriba. Ni los Reyes de España, en sus dos últimas visitas al Albéniz, llegaron con tanta parafernalia. Mocetones de 195 centímetros de altura y 90 kilos en canal se apostaban en cada una de las innumerables puertas del teatro y una road-manager oriental con actitudes de vigilante jurado y una cara de ser capaz de hacer el haraquiri al que se pasara un gramo acercándose a menos de 15 metros del divo, eran algunos aspectos que sobresalían en la noche de estreno. Misha, por su parte, encontró la paz en su camerino con sus frutas del tiempo preferidas y una selección de frutos secos, todo ello preparadito en cuidadosas bandejas. Junto a ellas su camilla de masaje y relax preparada para recibirle. Del interior de su camerino emanaba un delicado olor a aceites compuestos de hierbas del bosque y fragancia de eucalipto.

Hasta el mismo momento en que se dio la entrada al público, Misha realizó ejercicios de calentamiento en el vacío escenario que compartió con la señora de la limpieza que se afanaba en dejar limpio el suelo. Allí trataba de entrar en calor vestido con una mullidita rana color lila, de esas que llevan los bebés por las noches y que tapan el culete y la tripita para evitar indeseables enfriamientos. El modelazo lo cambió a la hora de enfrentarse al público por un pantalón clásico con chaleco.

Unos espectadores que uno a uno habían acoquinado 8.000 pesetas por butaca de patio para verle. Entre los encantados paganinis estaba la ministra de Agricultura, Loyola de Palacio, que se fue en el descanso, y Pedro Almodóvar, que ya ha demostrado en otras ocasiones ser un ferviente admirador del ruso-americano. El cineasta no, se contentó con pagar ayer 8.000 púas, sino que ha sacado entradas para todas las representaciones. "A éste hay que pagarle sólo por verle caminar", dijo el internacional manchego, quien mantiene una vieja amistad con el bailarín quien a su vez tampoco oculta su admiración por Almodóvar.

De hecho, en el encuentro que ambos tuvieron tras la representación, Barishnikov le dijo que ya tenía previsto ir mañana (por hoy) a ver Carne trémula y que pensaba verla en español, a pesar de que no lo domina. Ambos artistas departieron anoche hasta entrada la madrugada en locales madrileños en los que se dieron, más que al beber, al buen comer.

Barishnikov nacido en Riga (Letonia) es hijo de padres rusos. Recientemente ha vuelto a su ciudad natal con sus tres hijos, uno de ellos nacido de su unión con la actriz Jessica Lange, donde ha visitado junto a ellos la tumba de su madre.

En aquella ciudad empezó sus estudios, que posteriormente siguió en Leningrado donde entró en el Ballet Kirov, compañía en la que permaneció hasta que en 1974 desertara para instalarse en Estados Unidos. En Occidente ha vivido su paso, cada vez más rotundo, de la danza clásica a la contemporánea. También han sido numerosos sus trabajos cinematográficos y en los últimos años se encuentra inmerso con su companía White Oak Dance Project.

Crítica en la página 37.

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