El Madrid entierra a sus fantasmas
El conjunto blanco logró en Limoges su primera victoria europea
Adiós a los fantasmas. El temeroso e incoherente Madrid de la Euroliga pasó ayer a mejor vida. El rol de culpables de que así ocurriera lo encabeza aquél a quien ya se miraba con recelo, el otrora loado Arlauckas. El enarboló la bandera a la que sus compañeros se aferraron para que el Madrid volviera a ser grande en Europa. Y lo fue cuando el triunfo resultaba innegociable.Porque la calculadora blanca, empeñada en evitar que el equipo acudiera a la segunda fase exclusivamente a hacer bulto, ordenaba conseguir cuatro victorias en los seis compromisos que tenía por delante. El primero llevó a los de Martín a Limoges. A morir o a coger aire.
Se emborracharon de aire. Fue un paseo. Desde el primer instante dio la impresión de que el mayor enemigo del Madrid era el Madrid. Mejor dicho, eran todos esos aspectos de corte psicológico que le hacen navegar al pairo por Europa. Ayer era imprescindible superar el miedo a un nuevo y, ahora sí, definitivo fracaso. No tembló el Madrid. Pasó incluso por encima del tenebroso inicio de Partido de Arlauckas, que ya llegarían tiempos mejores. Falló cuatro de sus cinco primeros lanzamientos. Y no fue eso lo peor. Porque en defensa, su hombre, Conceçiao, se ponía las botas.
Pero mantuvo Martín al neoyorquino en pista. Felicidades. El Madrid necesitaba sus puntos, su muñeca rápida. Como necesitaba ver aro desde la lejanía Como necesitaba, en fin, que Bodiroga ejerciera de sí mismo.
La primera parte fue un espejismo. El Madrid no logró escaparse más allá de los seis puntos y el Limoges, agarrado a Ocansey, sacaba fruto de la debilidad blanca en la defensa interior. Llegó el descanso con empate a 41. Por delante quedaba otro partido, esta vez de 20 minutos.
Como el día y la noche. El arranque del Madrid fue de locura. Le endosó a su rival un parcial de 7-30 antes de los 10 minutos. Dio lo mismo que Bodiroga se quedara en el banco. Arlauckas recordó al que durante algún tiempo fuera el mejor americano de Europa. La zona ordenada por Martín ridiculizó a su rival, que se quedó mísero y pequeñito, mientras los madridistas crecían y crecían. Más y más, a cada instante. Estaban recuperando todo su crédito, a nivel individual y de grupo, a los ojos de Europa. Casi nada. La rabia contenida acompañaba cada lazamiento. Angulo encontró la distancia, Orenga gobernó en la zona y Arlauckas se sintió, de nuevo, el rey. Y con él, el Madrid, decidido a echar arena en la tumba en la que desde ayer reposan sus fantasmas.
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