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Reportaje:VA DE RETRO

La segunda oportunidad

Trabadores, presidianos, amas de casa y minusválidos han pasado por la UNED en sus 25 años de vida

Manuel Amaya, sexagenario, extremeño, padre de familia y profesor, no es hombre de vocación tardía sino de ocasión tardía. Así al menos lo asegura él para explicar por qué superados los cuarenta, con dos hijos a sus espaldas y un trabajo estable de profesor, decidió dedicar el poco tiempo libre que le quedaba a hincar los codos y adentrarse en los entresijos del derecho. Corría el año 1972 y la creación de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) le permitía retomar la condición de estudiante y cumplir una esperanza larvada durante muchos años: convertirse en abogado. Hoy, 25 años después, Manuel ha dicho adiós a las togas y a los tribunales para regresar al punto de partida, la docencia. Pero en este caso, co mo profesor Derecho Romano en la propia UNED, la casa que, según él, le dio la segunda oportunidad. "No sólo a mí sino a la generación de la guerra y la posguerra para quienes estudiar era impensable, trabajadores, mujeres casadas, reclusos, minusválidos, gente para quienes la universidad estaba hasta entonces vetada".En mitad del verano de 1972 se creaba, por real decreto, esta universidad distinta, que al principio "sonaba a chino a muchos". Nacía con sólo dos facultades, Derecho y Filosofia y Letras, apenas 6.000 alumnos en toda España y un futuro por definir. "En Derecho nos matriculamos 1.521, muchos de ellos maestros como yo. A los cinco años nos licenciamos apenas 86, un 6% de toda la promoción. Ese porcentaje resulta hoy anecdótico", explica. Las causas de la deserción masiva las atribuye en gran parte al desconocimiento de lo que en realidad era la enseñanza a distancia. "Casi nadie creía que se nos iba a exigir tanto. Muchos pensaban que aquello iba a ser como las academias por correspondencia, donde te mandaban unos textos y unos cuestionarios que remitías rellenos por correo y te aprobaban. Nada más lejos de la realidad".

Pero el enemigo no estaba sólo ahí. Además de la pérdida en muchos casos del hábito de estudio, estos estudiantes tardíos se enfrentaban a dos grandes problemas: la soledad y, en muchos casos, la falta de apoyo familiar. "La soledad es terrible para el estudiante de la UNED. Y ahora menos, porque con la creación de los centros asociados, ya se conocen entre sí, forman grupos, intercambian dudas y se reparten el trabajo. Pero cuando yo empecé, estabas solo. El centro asociado de Madrid no se creó hasta dos años después. Tenías que encerrarte en el piso y plantarle cara a los libros. Eso, después de estar todo el día trabajando, requería mucha voluntad y autodisciplina".. El entorno familiar ha sido y es determinante. "Hay que tener en cuenta que el 90% de nuestros alumnos trabajan y que un porcentaje similar tiene familia e hijos y, por tanto, hay que equilibrar los tres pies: el trabajo, la familia y el estudio. Eso es a veces dificil". La oposición familiar no es normal, pero existe. Si la proa la pone la mujer, Manuel tiene una receta- que no falla, basada en el proverbio árabe de que la mano que no puedas cortar, bésala: "Si ella quiere ir al cine una vez por semana, no le digas que tienes que estudiar, llévala dos veces. Dile que te ayude que te pase textos, aunque luego los tengas que romper, pero implícala". Él aplicó tan bien la fórmula que nunca tuvo la menor queja de su mujer y sus hijos, pero reconoce que era duro ir a la cercana piscina de Vallehermoso y enfrascarse en los textos jurídicos bajo un árbol a 40 grados, mientras la familia se bañaba.

Lo malo es cuando la oposición viene por el lado masculino. Ahí tiene que emplearse mucho más a fondo para vencer la resistencia. "Los maridos son mucho más hueso que las mujeres", asegura. Y lo achaca sobre todo al temor a que medren y les hagan sombra. "Cuando daba el curso de Acceso Directo para mayores de 25 años -que en este año cuenta con casi 24.000 matriculados- se examinó un mairimonio. Ella aprobó, él no y sólo le faltó llorar. Tuve que hablar varias veces con ellos para animar y convencer al marido. El aprobó en la segunda convocatoria y al final hicieron la carrera juntos".

Quizá ha sido el nivel de exigencia y la puesta a prueba de tantas voluntades lo que en 25 años ha consolidado a la UNED. Hoy, con 17.000 millones de presupuesto, cuenta con 58 centros asociados en toda España, más los dos de Guinea Ecuatorial y los centros de apoyo en Europa y Latinoamérica; casi una veintena de facultades y escuelas superiores y cerca de un millar de profesores. Pero para Amaya lo mejor son los 180.000 alumnos. Para él, acostumbrado como estaba a dar clase a chiquillos inquietos o a adolescentes despistados, enfrentarse a adultos, decididos a estudiar por placer, es un reto y una satisfacción permanente. "Incluso si estoy mal físicamente doy una tutoría y salgo en forma".

Hay matrimonios, padres e hijos compartiendo curso, y gente de todas las edades, aunque "ahora la media ha bajado, creo que debe andar en los 35 años. Desde luego antes se veían muchas más calvas. Yo he tenido alumnos septuagenarios cuyos nietos se reían de tener un abuelo estudiante". Tienen, dice, un denominador común, el deseo de aprender y un gran respeto por el conocimiento. "En el anonimato hay gente extraordinaria, auténticos ejemplos a seguir". Como aquella alumna embarazada que le anunció la imposibilidad de presentarse a los exámenes de mayo por coincidir con el parto. "Cuando le pregunté si era el segundo hijo, me contestó que no, que era el octavo. A gente con esa voluntad sólo le puedes decir una cosa: en esta vida puedes hacer lo que te dé la gana y quieras porque siempre lo harás bien".

En estos 25 años, cinco como alumno y el resto como profesor, es casi imposible arrancarle alguna crítica. "Es difícil juzgar a un hijo al que has visto crecer", asegura para escabullirse. Como excepción, apunta tímidamente la masificación para apostillar acto seguido: "Todavía somos capaces de atender a todos".

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