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iUltraliberales, ¡arrepentíos!

En la derecha extrema de la derecha española que está a la derecha de todas las derechas y, en general, a la derecha del Cosmos hay una secta. Son los ultraliberales; cuya propensión tenaz a desbarrar y a crear problemas gratuitos da colorido a la vida pública española, además de proporcionar sobresaltos a quienes la gobiernan.Esta gente no llega -como pueda parecer a primera vista- de otro planeta ni tampoco de ese paraíso norteamericano que se inventan (como si el cosmopolitismo de los demás acabara en Villaviciosa de Odón). Pertenece en realidad a un a larga tradición española, la del arbitrismo desmelenado y con tendencia a la alucinación trágica que es muy propia de lo carpetovetónico. Para hacer un perfil de los ultraliberales no es preciso remitirse a ningún pensador actual, sino que basta con recurrir a los clásicos. En cuanto uno contempla el más reciente estropicio ultraliberal -y siempre hay otro próximo- recuerda de forma inevitable lo que Jovellanos, decía de los arbitristas. Veía en ellos "extravíos de la razón y el celo", inducidos por "supuestos falsos que dieron lugar a falsas inducciones" o bien por "hechos ciertos pero juzgados de manera siniestra y equivocada". Lo peor es quizá el desmelenamiento que caracteriza a los pontífices del ultraliberalismo. Recuerdan, entonces, a los regeneracionistas de comienzos de siglo, personajes calenturientos capaces de escribir larguísimos tomazos para luego descubrir que los males de la patria residían, como escribió Costa, en que España es un país de 18 millones de mujeres (luego rectificó asegurando que en realidad eran eunucos). Peor aún fue cuando argumentaron que todas esas desdichas se arreglaban con instituciones de extraña factura, como una dictadura no dictatorial, o con menudencias ridículas como la reglamentación del tamaño de los paquetes postales.

En otro tiempo los ultraliberales, al menos, tenían gracia. Cuando cayó el muro de Berlín propugnaron que los ex comunistas hicieran penitencia en calles y plazas públicas. Era innecesario e injusto, porque no eran ellos solos los únicos que habían descubierto en qué consistía este tipo de régimen y porque tentaciones totalitarias siempre existirán en el ser humano. Si ahora se propone que se cubran la cabeza de ceniza se vistan de saco y paseen sus cuerpos serranos en actitud humilde por las plazas no es sólo porque sean desmesurados. sino por los gratuitos estropicios que nos proporcionan.

La mezcla de sobrecarga ideológica, mentalidad milalagrega e irascible y lecturas anticuadas que caracteriza a los ultraliberales ya le provocó a este Gobierno problemas con sus aliados nacionalistas. No es nada grato comprobar que quien te tiende la mano para pactar es el mismo que piensa que eres una especie de salvaje, guiado por la adrenalina más que por la razón, que expolia de todo derecho a los que difieren de él. Ahora, con la controversia sobre el precio del libro, puede ser mucho peor.

En dos décadas la infraestructura cultural española ha mejorado espectacularmente: basta recordar los auditorios y las exposiciones de que gozamos. El libro, sin embargo, sigue siendo una planta frágil, quizá por las insuficiencias de la Política bibliotecaria, y por la rápida aparición de una cultura audiovisual. Con las medidas que se anuncian, el Gobierno ha conseguido algo tan difícil como la unanimidad a favor, es decir, la unanimidad en contra. Pregúntese a cualquier editor, sea marianista o troskista. Interróguese a los redactores de documentos suscritos por el Ministerio de Cultura en tiempo tan remoto como anteayer. A los libreros mejor ni preguntarles porque están buscando otra profesión. Si todo esto se adereza con la humillante sensación de que ésta es una decisión que ha sido tomada en el momento estratégico del comienzo del curso y que no se han imaginado seriamente sus consecuencias se reconocerá que estamos en los albores de una de esas exasperadas polémicas españolas que envenenarán el mundo intelectual y cuyo principal damnificado político será el Gobierno.

La ministra de Cultura se ha convertido en la diana de todas las quejas y eso me parece frívolo e injusto. Frívolo porque parece disminuir la enjundia misma de las primeras e injusto porque en este asunto me parece que es válida la sentencia de Keynes de que los políticos suelen hacer caso de economistas pasados de moda. ¿Por qué no volver al punto de partida? Enfríense las lenguas, háblese, páctese. Y los ultraliberales, a hacer penitencia pública por las calles.

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