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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fragilidad balcánica

EN EL mejor de los casos, en los Balcanes las cosas están siempre a punto de despeñarse a lo peor. Ésa es la situación después de que en las elecciones del domingo a la presidencia de Serbia y de Montenegro, -integrantes de la Nueva Yugoslavia- estuviera a. punto de ganar un ultranacionalista de corte fascistoide en el primer caso y que en el segundo no pudiera imponerse el candidato presuntamente moderado que se oponía a un nacionalista estándar, lo que en esta parte del mundo es como decir francamente nacionalista. Las espadas siguen en alto, pero prestas a desplomarse por su filo más cortante.En Serbia, el fanático antioccidental y antitodo Vojislav Seselj quedaba, con un 49% del voto, un par de puntos por encima de Zoran Lilic, del partido socialista que dirige el presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic. Pero como la afluencia de votantes no alcanzó, por unas sospechosas décimas, el 50% del censo, los comicios deberán. repetirse en el plazo de dos meses. El hecho de que la victoria de Lilic, tan dudoso como su jefe en la aceptación de los acuerdos de paz de Dayton, se considerara un mal menor da idea de la grave situación de Belgrado.

Paralelamente, el candidato moderado de Montenegro, Milo Djukanovic, un reformista partidario de Dayton y, por ello, adversario de Milosevic, quedaba ligeramente por debajo del titular del cargo, Momir Bulatovic, el hombre del presidente yugoslavo. Pero, nuevamente, como ninguno de los dos alcanzó el 50% de los votos en esa primera vuelta, quedaron emplazados para una segunda y definitiva dentro de dos semanas.

En la dialéctica de la botella medio llena y medio vacía, esos resultados pueden analizarse desde diversas ópticas, aunque ninguna demasiado alentadora. Es positivo comprobar que la fuerza electoral de Milosevic no se transmite con igual convicción a sus acólitos, porque sus dos. protegidos, Lilic y Bulatovic, han perdido o apenas superado de forma insuficiente a sus rivales. Y ésos son datos concluyentes sobre el declive del líder yugoslavo, aunque sea por poderes.

De igual forma, que las dos carreras electorales estén encabezadas por un enemigo declarado del Estado multiétnico de Bosnia -que es una creación de Dayton- como Seselj y por un escurridizo Bulatovic, que elude el cumplimiento de los acuerdos aunque formalmente se pronuncie a favor, no puede ser favorable a la consolidación de la paz en los Balcanes.

El propio, Milosevic, imposibilitado constitucionalmente para desempeñar más de los dos mandatos ya cumplidos, se había hecho elegir hace unos meses a la presidencia del Estado federal de Yugoslavia; este tiempo lo ha empleado en ir reivindicando poderes que no estaban inicialmente previstos para el cargo. Con ello aspira a seguir siendo aquel con quien haya de contar Occidente como árbitro en la zona. Su objetivo a medio plazo es el levantamiento pleno de las sanciones económicas sobre la Nueva Yugoslavia, pero cediendo lo menos posible en lo referente a la consolidación del Estado bosnio, a la que se opone cerradamente la minoría serbia del país, dividida en partidarios de Seselj y de Milosevic; es decir, entre las brasas y la sartén.

Es casi imposible encontrar un político serbio auténticamente partidario del mantenimiento del Estado bosnio, lo que obliga a llamar moderados a los que lo aceptan siquiera como expediente contemporáneo, a ver para qué sirve. Ése es el dilema: no hay verdaderos representantes de la solución occidental para los Balcanes, forjada entre promesas y amenazas en aquella localidad de Ohio. Por eso, a la botella, esté medio vacía o medio llena, se le sale el agua. Dentro de dos semanas y de dos meses, lo malo se habrá convertido en peor, o seguirá en esta condición de amenazadora fragilidad.

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