La maquinaria democratíca
Hay una amplia coincidencia entre analistas y políticos sobre la existencia de una cierta crisis en el funcionamiento democrático que repercute en forma de fatiga ciudadana ante la actividad política. Indiferencia, desconfianza y distancia son algunos de los sentimientos que los ciudadanos relacionan más a menudo con la política. Sin embargo, y contrariamente a lo que algunos puedan creer, estos sentimientos no son sólo fruto de los procesos de corrupción que de forma periódica han aflorado en los últimos años. En origen son una huella del franquismo que se ha integrado en ese particular patrimonio colectivo que conocemos como cultura política. A pesar de todo, y aunque pueda parecer extraño, estas actitudes no están reñidas. con la aceptación de la democracia como sistema de gobierno. De hecho, el sistema democrático es el modelo preferido por una amplia mayoría de los ciudadanos.De lo dicho anteriormente entiendo que la cuestión que se debe abordar no es la posibilidad de una caída de la democracia en el sentido del posible retorno a mecanismos autoritarios de gobierno, sino las consecuencias negativas que para el conjunto de la sociedad puede acarrear una situación insatisfactoria e inequívocamente mejorable de la actividad política, Son muchos los aspectos que hoy inciden negativamente en lo que podemos definir como nivel de calidad de la actividad política. Entre otros podríamos detenernos en el peligro que conIleva para la actividad política el predominio de los intereses particulares ante los generales o, por ejemplo, en la perversión que se esconde en la actividad de muchas instituciones públicas que, empujadas por lógicas del ciclo electoral, priorizan el éxito inmediato abandonando sine die cuestiones de gran envergadura y trascendencia, para centrar la atención en problemas secundarios o periféricos, más manejables en el corto espacio de tiempo. Pero sin duda uno de los aspectos más visibles de la actividad política es el temor de los gobernantes a facilitar espacios de participación ciudadana bajo el pretexto de pérdida de la eficiencia en su labor. El resultado de todo ello, particularmente de esta última actitud, es la consolidación de una distancia cada vez más insalvable entre el poder político y la sociedad. Una distancia a través de la cual el olvido y la incomprensión pueden cultivarse cómodamente.
La solución a estos males no puede ser unidireccional. Requiere cambio de actitudes por parte de todos, ciudadanos y políticos. Si nos centramos en el ámbito de la participación habrá que reconocer la existencia de una apatía generalizada que puede frustrar intentos de participación. Pero en cualquier caso esa posibilidad no puede ser tomada por las instituciones como excusa para seguir encerradas en una particular torre de marfil, desde donde se interpreta e interviene sobre la realidad sin considerar para nada a los sujetos. de la misma, los ciudadanos.
Es imprescindible en sociedades complejas como la nuestra hacer más permeables a la sociedad las instituciones políticas y administrativas. No se trata de sustituir la democracia representativa por mecanismos de democracia directa. Pero tampoco se puede seguir gobernando sin el concurso de los gobernados. A finales de siglo XX, democracia representativa y democracia directa pueden ser dos caras de la misma moneda. La innovación democrática es una de las principales asignaturas de la actividad política.La mayor capacitación educativa de la población, los avances tecnológicos que conllevará la era digital y los imparables procesos de subsidiariedad que tienden a dotar a las instituciones más próximas al ciudadano de mayores competencias son aliados inmejorables para los procesos de innovación democrática. Una innovación que debe tener tres objetivos: 1) garantizar a la ciudadanía la información necesaria; 2) promover entre la ciudadanía el debate y el contraste de opiniones (no sólo entre ella, sino también entre, ciudadanos y técnicos, ciudadanos y grupos de interés ... ); y, finalmente, 3) capacidad para concretar desde la misma ciudadanía propuestas de solución a los problemas planteados. En una palabra, hay que abrir los caminos a la democracia deliberativa.
Por suerte empezamos a disponer de experiencias de democracia deliberativa en el campo del gobierno local. Sin ir más lejos, este mismo año se han vivido en Cataluña, en el municipio de Rubí (50.000 habitantes) y en el de Sant Quirze del Vallés (11.000 habitantes) dos interesantes experiencias. La realización de los consells ciutadans ha demostrado que es posible compaginar participación y eficiencia. Es decir, se ha puesto en evidencia que cuando se dan los requisitos de información y las condiciones para un debate serio y responsable, las propuestas resultantes no son objetivamente peores que las realizadas unilateralmente desde las instancias representativas. Con el añadido que el proceso ha ganado en legitimidad.
Experiencias como las mencionadas son una buena escuela democrática. No sólo porque hacen realidad procesos de democracia deliberativa, sino porque permiten a los participantes, ciudadanos escogidos al azar entre el censo municipal, comprender la complejidad con la cual los políticos deben convivir en la toma de decisiones. Es cierto que en los intentos de mejorar la calidad de la actividad política no hay una única solución, porque tampoco hay un único problema. En cualquier caso, una -idea nace con fuerza: la práctica de la innovación democrática aparece como imprescindible para actualizar y llenar de significado los derechos políticos ya hoy reconocidos. La lucha por la innovación democrática es la mejor forma de dar continuidad y vigencia a los planteamientos decimonónicos que están en el origen de la democracia liberal.
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