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LA BODA REAL

Guiños reales al pueblo de Cataluña

La familia real ha exaltado los sentimientos catalanes y ha asumido sus señas de identidad

Si una institución ha apostado por el reconocimiento de la pluralidad cultural y lingüística de España y por destacar el papel de Cataluña en el conjunto español, es la Corona. Bien aconsejados, el Rey y el Príncipe heredero han tenido desde hace años buen cuidado en introducir párrafos en catalán en sus discursos durante sus visitas y han dado públicas muestras de reconocimiento de los derechos de Cataluña, dentro, claro está, de la unidad española. Una actitud mucho más abierta que la de los políticos gubernamentales: Felipe González esperó al final de su etapa en el poder para reconocer el papel singular de Cataluña, y Aznar, como él mismo reveló, sólo habla catalán en la intimidad. Y tan profesionales son unos como otros. La infanta Cristina, trasladándose a vivir a Barcelona, estudiando catalán y casándose en esta ciudad, ha remachado el clavo.Esta actitud de la Corona ha facilitado una relación fluida con las instituciones catalanas, desde la Generalitat a los ayuntamientos, que ha chirriado, sin embargo, en algunas ocasiones, como cuando sectores nacionalistas, algunos de ellos vinculados a CDC, abuchearon al Rey en la inauguración del estadio Olímpico de Montjuïc, en septiembre de 1989. Ya en la temprana fecha de febrero de 1976, a los pocos meses de ser coronado, don Juan Carlos afirmó en Barcelona y en catalán que la afección de los catalanes a la libertad "es legendaria y a me nudo ha sido incluso heroica". Y lo dijo en presencia de dos duros del Gobierno heredado de Franco: Carlos Arias Navarro y Manuel Fraga. Se rompía un silencio de siglos. "Probablemente desde el rey Martín I el Humano [a su muerte, en 1410, se extinguió la casa de Barcelona] nunca un monarca se había dirigido en catalán a las autoridades y al pueblo de Cataluña, nunca hasta que vuestro padre lo hizo", recordaría años después Jordi Pujol ante el Príncipe de Asturias.

Conflicto preolímpico

En febrero de 1981 el Rey demostró que también él apostaba por la libertad y la democracia, aunque la resaca del fracasado golpe de Estado comportó un primer disgusto para los nacionalistas catalanes: junto con los vascos del PNV, CiU fue excluida de la reunión del Rey con los líderes de las fuerzas políticas parlamentarias celebrada después del Tejerazo, como si ellos fueran responsables de lo sucedido.Hubo que esperar a mayo de 1985 para que el Rey visitara oficialmente Cataluña por primera vez desde 1976. Un viaje que Jordi Pujol se había trabajado en los últimos años con la intención de apelar directamente a la Corona contra las dificultades que encontraba la Generalitat con el Gobierno de Felipe González. De nuevo el Rey alternó el catalán y el castellano en sus discursos oficiales y exaltó el papel de Cataluña en España. "Sin Cataluña no es posible el deseado diálogo entre los españoles", afirmó don Juan Carlos. Pero hubo una de cal y otra de arena.

En una sesión informativa del Consell Executiu presidida por el Rey en el palacio Albéniz, el Monarca se mostró preocupado por la poca enseñanza en castellano: "A lo mejor estáis apretando demasiado por el idioma", dijo durante esa reunión -según recoge José Antich en El virrey-. El Rey volvería en abril de 1988 para celebrar el milenario de Cataluña.

El alcalde de Barcelona, por su parte, trabó una estrategia para involucrar al Gobierno y, más allá, a todos los españoles en los Juegos Olímpicos. Se trataba de vincular la Corona a la organización del acontecimiento. Pasqual Maragall logró que el príncipe Felipe aceptara la presidencia honorífica del comité organizador, y el heredero acabó siendo el abanderado de la delegación española en los Juegos de 1992.

Fueron precisamente los Juegos los que pusieron a prueba las relaciones institucionales entre la Corona y la Generalitat. Los nacionalistas estaban obsesionados por aprovechar la proyección mundial del acontecimiento para reivindicar la personalidad diferenciada de Cataluña. No lograron un comité olímpico propio, pero sí que la bandera, el himno y el catalán estuvieran en los Juegos.

Inmersos en esta campaña, llegó la inauguración del estadio, en septiembre de 1989, a la que asistió la familia real. Los nacionalistas radicales de la Crida llamaron a silbar al Rey y al Himno real, y los jóvenes de CDC y las plataformas animadas por el partido de Pujol para reivindicar la catalanidad de los Juegos convocaron a demostrar con banderas que Cataluña era una nación y denunciar con pancartas que estaba oprimida. El Rey fue abucheado por un sector del público cuando llegó, con media hora de retraso, a un estadio anegado por la lluvia.

"Un afecto personal"

El presidente catalán demostró falta de reflejos. Satisfecho por la demostración catalanista de las banderas que ondearon en el estadio, menospreció la gravedad de los silbidos al Rey y tardó 72 horas en manifestar que se había sentido "incómodo por motivos personales" por lo sucedido, porque sentía "un afecto personal por el Rey". Al día siguiente se vio en la necesidad de elevar el tono de su rechazo a lo ocurrido haciendo aprobar a su Gobierno un comunicado en el que éste lamentaba y condenaba las actitudes hostiles que se habían producido y reiteraba su adhesión al Rey, "a su persona y a la institución que representa"."Alguien hizo ver al Rey que buena parte del público que silbó lo hizo porque estaba cansado de esperar bajo la lluvia. Y el Rey asumió su parte de culpa por el retraso en llegar a Barcelona", explica un ex consejero de la Generalitat. "Lo ocurrido en el estadio no fue agradable, pero tampoco obligó a sacar conclusiones políticas de fondo", señalan fuentes cercanas a la Casa del Rey. En la inauguración de los Juegos no se repitió el temido abucheo. Las autoridades no las tenían todas consigo, por los antecedentes y porque en el ensayo de la ceremonia inaugural el doble del Rey fue silbado por una parte del público.

Si en 1989 hubo platos rotos, se repararon siete meses después con el viaje oficial del príncipe Felipe a Cataluña, donde utilizó formalmente sus cuatro títulos nobiliarios de origen catalán: príncipe de Girona, duque de Montblanc, conde de Cervera y señor de Balaguer. El Príncipe visitó Barcelona, Girona, Montserrat, Cervera y Balaguer. A Montblanc no pudo viajar (lo hizo en septiembre de 1996) por la situación conflictiva que vivía esa población como consecuencia de un plan de residuos.

La visita fue precedida por declaraciones del Príncipe a varios medios informativos catalanes y por un mensaje institucional de dos minutos, íntegramente en catalán, a través de TV-3 y TVE. Y con un denominador común: asunción y exaltación de la pluralidad cultural y lingüística de España, y referencias al papel de Cataluña como motor de España. Si en el mensaje institucional se refirió a Cataluña como "una de las regiones y nacionalidades españolas", trasladando sin más lo que dice el artículo 2 de la Constitución, días después, en Cervera, habló claramente de "nacionalidad". "Vuestra lengua también es mi lengua", dijo el Príncipe ante los diputados en el Parlament.

"Cataluña es la que los catalanes quieren que sea", afirmó en otro momento, utilizando ambas lenguas. Cinco diputados (de ERC y el PCC) abandonaron el hemiciclo antes de que hablara el Príncipe. Para la Generalitat, que durante muchos años se había sentido asediada por el Gobierno central, la Corona se había convertido en una garantía para la profundización en la autonomía. La influencia de CiU en la política española a partir de 1993 ha puesto en la reserva a este aliado.

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