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Sarrià, un barrio sutil y complice de la Infanta

Cristina de Borbón va a comprar, no deja que le cedan la tanda y trata de pasar inadvertida

Enric González

Sarrià es una zona antigua, elevada y solvente, abundante en colegios selectos, centros académicos de prestigio como el Instituto Químico y vestigios del pueblo que fue. En el barrio rigen un ambiente más recoleto y una elegancia más sutil que en Pedralbes, el apéndice aparatoso y millonario que le creció hacia el sur, y residir en Sarrià es desde siempre para los barceloneses un punto de prestigio: cuando la leyenda buscó un lugar de nacimiento apropiado para santa Eulalia, la patrona de la ciudad de Barcelona optó por salir del municipio y desplazar la cuna de la mártir hasta Sarrià.Ahí ha vivido durante los últimos cinco años, y seguirá viviendo tras su boda, en una vivienda más grande y confortable, la infanta Cristina.

La segunda hija de los Reyes de España se ha labrado entre el vecindario una reputación de persona discreta y a la vez, a juzgar por el número de avistamientos, cercana: todo el mundo la ha visto, todo el mundo tiene una pequeña anécdota que contar y casi todo el mundo defiende su presencia como un incremento patrimonial, en un barrio propenso a la transmisión de bienes y viejas costumbres.

Gentes con posibles

Cristina de Borbón forma parte de la amplia hornada de gentes con posibles que se han establecido en Sarrià conforme el barrio -que ya en la Edad Media era el pueblo más rico del llano barcelonés- se extendía y enlazaba con la aglomeración urbana.

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Entre los 36.000 habitantes abundan los inmigrantes de lujo, españoles y extranjeros, pero quien más quien menos se hace rápidamente con los usos locales y se funde en el paisaje. Foix, una pastelería tan célebre por sus dulces como por haber criado entre sus obradores al poeta J. V. Foix, es, por la vía del bombón y del tortell, una de las instituciones vertebradoras del vecindario.

La infanta Cristina es clienta de los dos establecimientos de Foix, el de la calle Major (fundado en 1886) y el de la plaza de Sarrià (1923), y será Foix quien sirva la repostería en su banquete nupcial. "El pedido oficial no lo tenemos todavía, pero digamos que está todo a punto", dice con un guiño Jordi Madern, el senyor Jordi, que rige el negocio desde un pequeño altillo.

"La Infanta es una chica muy fina, que viene como cualquier otra clienta, pide, paga y se va. Es tan discreta que a veces sólo reparamos en que es ella por la presencia de los guardaespaldas mirando desde la puerta", comenta Jordi Madern.

En bastantes ocasiones, Cristina logra pasar inadvertida. Si la reconocen, puede escapársele un leve mohín de resignación. "Pero no deja que le cedan el turno y hace cola como todo el mundo", explica casi con orgullo la dependienta de una charcutería que prefiere mantener el anonimato del establecimiento "por no traicionar la confianza" de la distinguida clienta.

La dependienta hace como el vecino que se la cruza casi diariamente y cuenta que vive "en esta misma calle" pero prefiere "no revelar el número del portal" (justo ahí enfrente, subrayado por la presencia de un vehículo policial) porque "no hay que meterse mucho en su vida". Hasta cierto punto, y a veces con exageraciones como las citadas, impera en el barrio un acuerdo tácito para respetar su privacidad.

Y no es que Cristina de Borbón establezca límites a sus desplazamientos por el vecindario. En lo tocante a instituciones locales, uno podría pensar que el viejo bar Tomás -bullicio, olores canallas y legendarias patatas bravas- debería serle territorio ajeno. Qué va. Ahí también se han producido avistamientos. "Viene alguna vez con el novio y con otra gente del balonmano, después del partido", explica un camarero. ¿Y ustedes qué hacen? "Pues... servirles la consumición, ¿no?". A preguntas tontas, respuestas obvias.

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