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Tribuna:LA ECONOMÍA A DEBATE
Tribuna
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El mundo va bien

El autor hace una reflexión, no exenta de ironía, sobre las optimistas previsiones del FMI organismo de "reconocidos guardianes de la ortodoxia neoliberal".

Los gurus del Fondo Monetario Internacional (FMI) son ahora muy optimistas sobre el futuro de la economía mundial: anuncian un quinquenio de fuerte crecimiento e insinúan que la época de esplendor, sin parangón en las tres últimas décadas, puede prorrogarse un lustro más. Reconocidos guardianes de la ortodoxia neoliberal, estos eternos anunciantes del desplome del firmamento sobre los países que desoyen sus advertencias y recomendaciones, han decidido esta vez desertar del Libro del Apocalipsis. Sus económetras aseguran que ven el horizonte despejado y de color de rosa en la bola de cristal: la inflación mundial está bajo control, los desequilibrios fiscales menguan, los tipos de interés parecen sometidos a la ley de la gravedad, la privatización de empresas y servicios públicos es la obsesión económica de fin de siglo y el oso ruso se acaba de incorporar, bastante domesticado, al club. El mundo va bien. ¿El paro y la pobreza? De los temas menores se ocupa el Banco Mundial, cada nazareno con su cruz.Una interpretación maliciosa, o menos ingenua, de los pronósticos del FMI llegaría a conclusiones menos alentadoras. Podría sostener, por ejemplo, que los vaticinios son hijos de la avidez de sus rectores por exhibir algunos frutos del triunfo universal del pensamiento económico único y la férrea disciplina que esta institución ha ido imponiendo, urbi et orbi, a la política económica de los países pobres. Desde luego, es obvio su afán de credibilidad tras el reiterado fracaso de las recetas aplicadas para sacar del marasmo del subdesarrollo a muchos países, pese a la extrema dureza social de las mismas. Milton Friedman, nada sospechoso de veleidades izquierdistas y mucho de lo contrario, declaraba hace ahora dos años a L´Espress: "El FMI es una institución, desde mi punto de vista, nefasta. Incluso en el único papel que. sigue desempeñando hoy, el de tutor de la política económica de los países subdesarrollados, da muchos más malos consejos que buenos".

Naturalmente, no todo será coser y cantar. Los sabios del FMI reconocen en su informe que alguna nubecilla puede nacer del hinchazón artificial de ciertos índices bursátiles, pero no dan relevancia a otras amenazas latentes. Por ejemplo, el que Rudi Dombusch anuncia como "próximo gran problema de la economía mundial", el peligro de desastre financiero de la llamada fase primera del socialismo chino, sumida como está la economía del gigante asiático en una situación bastante caótica.

Del mismo modo, pasan de puntillas por la crisis monetaria y cambiaria que asola en estos momentos Asia oriental, una zona cuyo modelo de desarrollo está basado en la utilización de mano de obra barata y en enormes tasas de ahorro e inversión, en lugar de asentarse en mejoras continuas de productividad; bastantes especialistas, entre ellos Paul Krugman, han señalado ya sus limitaciones y anticipado sus malos augurios. Si la economía china se estanca y los dragones desfallecen, como el mismo Fondo pronostica, el mundo entero tendrá razones para preocuparse, porque tampoco están precisamente huérfanas de problemas las "economías europeas en transición", antaño comunistas.

En Latinoamérica, el nuevo Eldorado español, las políticas antiinflacionistas y los intentos de limitar los desequilibrios externos no han eliminado grados de inseguridad en las economías de los principales países, en los que se han acentuado los niveles de paro, precarizado las condiciones de trabajo y paralizado radicalmente los salarios reales. Además, la reinserción de estas econormas en los mercados financieros internacionales, iniciada después de las crisis que padecieron México, Argentina y Brasil, no es todavía total.

De África sería mejor no hablar, porque convierte en broma pesada el propio concepto de globalización económica. Los expertos del Fondo aluden únicamente a las consecuencias de la sequía que padece la costa norte, cuando la lluvia fandamentalista arrecia en esa zona geográfica del planeta. Y, finalmente, en cuanto a Europa, el Fondo sigue monotemático: el peligro del paro y demás consecuencias de la apuesta ciega que es la Unión Monetaria sólo se paliarán si se aceleran las reformas estructurales, especialmente (aquí, la fijación neoliberal) las que atañen a la flexibilidad de los mercados de trabajo y al Estado de bienestar. Según el Fondo, Alemania, Francia e Italia no cumplirán el criterio convergente del déficit y la economía española crecerá por encima de la media de la Unión Europea. El mundo va bien y España mejor. Todo el monte es orégano.

El FMI no considera tampoco las consecuencias que a medio plazo tendrán las políticas de austeridad extrema que el determinismo económico del momento esté propiciando. Los recortes sustanciales del gasto público en infraestructuras, el I + D y en educación pasarán factura en forma de problemas sociales, pero también en la tasa de crecimiento económico. Algunos resultados electorales recientes y el aumento de los conflictos sociales empiezan a mostrar la desconfianza de la sociedad, cuya opinión no con viene separar en exceso de lo que el Fondo Monetario denomina, reverencialmente, el "sentir de los inversores". La economía es una ciencia social (y si no, ¿qué... es?), el comportamiento humano influye en la marcha de la economía y la equidad es una condición más de la eficiencia económica.

Claro que pedirle al Fondo Monetario que mire por encima del PIB y vea algo más que disciplina monetaria y fiscal, como justicia y democracia, es pedir demasiado. Estas cosas tienen efectos aparentemente neutrales sobre el crecimiento económico y, por tanto, no entran en los escenarios que construyen sus economistas.

En definitiva, los expertos del FMI parecen haber optado por abandonar las previsiones económicas más o memos convencionales para introducirse en el más pantanoso terreno de la futurología y del brindis al sol. Saben perfectamente que la gente es más confiada de lo que parece y también que la máxima ventaja del futurólogo económico es, al decir de John K. Galbraith, que "todas las previsiones, acertadas o inexactas, se olvidan con rápidez", pues tan frágil es la memoria colectiva. Su liberalismo militante no impide que sus patronos más influyentes estén persuadidos de la imperfección de los mercados, pero siguen creyendo que los Gobiernos, democráticos o no, pueden llegar a ser perfectos si están bien asesorados y vigilados. Por ellos, claro.

Roberto Velasco es catedrático de economía aplicada en la Universidad del País Vasco.

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