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Esto es Madrid

Aquellos pueblecitos, aldeas y aldehuelas eran bellísimos. Casas bajas, antiguas a la par que impecables, con los alféizares de todas las ventanas cuajados de flores, tradicionales tejados de paja y alta calidad de vida, aunque nada delataba la tremenda ordinariez del dinero malentendido: quiero decir que los bancos, en las pequeñas ciudades, no se encerraban en un asqueroso y disonante cubo de acero y cristal, sino que se alojaban en casitas similares a las demás, y en sus alféizares también estallaban las flores. Alrededor, una verde campiña de verdad, vacas de verdad (aún no se habían vuelto locas), ríos, arroyos y cascadas de verdad, con los salmones saltando todavía, curso arriba, en la época de freza. El caminante podía adentrarse por fincas y dehesas, recorriendo amenas veredas rurales, sin temor a ser reprendido y sin otra obligación que cerrar los portones después de franquearlos. El tiempo parecía haberse remansado, detenido, no sólo sobre las lápidas de los camposantos, sino también en el lírico mundo de los vivos: los bancos públicos en torno al green de North Bovey, el pueblecito más precioso, habían sido forjados para conmemorar el jubileo de la reina Victoria, según la placa conmemorativa, y allí seguían, firmes y milagrosamente nuevos, contemplando el paso de la existencia humana, más efímera. El automovilista lo tenía peor que el viandante, pues la carreterilla sólo permitía el paso de un vehículo pequeño. Si algún otro avanzaba en sentido contrario, era preciso retroceder hasta un "lugar de paso". Y cuando algún remoto y oscuro edil pretendió abrir carreteras por aquel paraíso, sus pacíficos habitantes se movilizaron para impedirlo, y ganaron la batalla. Hablo del Devon interior, próximo a la costa meridional de Inglaterra...Pero volvamos a la realidad, esto es Madrid, España. Cuando la Comunidad Autónoma preguntó a los alcaldes, vestida de Santa Claus, cuál era su mayor deseo; casi todos contestaron, con las pupilas resplandecientes de gozo, que cemento. O, bueno, asfalto, tanto da. O sea, más coches, más forasteros dispuestos a gastarse los cuartos en su pueblo, más encierros, más burradas, más especulación, más recalificaciones, expropiaciones; menos naturaleza, menos, oxígeno, menos, fauna, menos flora, menos futuro, menos belleza, menos vida.

Este verano ha sido trágico en las carreteras españolas, según parece por nuestro mayor nivel de vida, menos mal que a mí no me afectó tal enriquecimiento colectivo. Y si todos los accidentes son tristes, desgarradores, el acaecido en el kilómetro 44 de la M-607, que discurre entre Colmenar Viejo y Cerceda, resultó espantoso. Venía conduciendo el vehículo una pobre mujer, madre de familia. Terminaban las vacaciones, fue una jornada climatológicamente adversa en muchos lugares de España, aquí llovía, ella derrapó. Murieron su marido y las tres hijas de ambos, entre la niñez y la adolescencia. La conductora quedó ilesa. Supongo que todos los padres y madres hemos comprendido y compartido su dolor, y acaso se nos hayan llenado los ojos de lágrimas al escuchar (a través de los medios de difusión) sus gritos de desesperación en el cementerio reclamando para sí el mismo sino de sus seres queridos. Y hasta ahí son cosas de la vida y de la muerte. Inevitables.

Lo que no me parece de recibo es que un par de días después, sobre las mismas fotos del sepelio, los féretros, la pena, aparezca en las páginas locales de los periódicos madrileños la noticia de que Obras Públicas recupera el proyecto de autovía archivado en 1996 como consecuencia de las quejas de los ecologistas y la propia Consejería de Medio Ambiente por estimar que se rompería el pasillo verde del parque regional de la cuenca del Manzanares. Por fortuna, leo un par de semanas después que sólo se ampliarán los arcenes, etcétera, pero, conociendo el paño, tal información apenas me tranquiliza. Y me pregunto: ¿está científica y rigurosamente demostrado que las muertes no se hubieran producido de existir arcenes? Dejará de llover, y los coches de derrapar, como consecuencia del ensanchamiento? ¿Se ampliarán todas las carreteras en las que se hayan producido accidentes mortales este verano? ¿Convertiremos este país en apocalíptico mar de asfalto?

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