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SOS Europa

Europa va mal. Los europeos van mal. A la gente le duele Europa, pero no lo sabe. Hay que reaccionar. Y rápido, porque después será demasiado tarde. Rápido, porque lo que le seguirá requerirá tiempo.Vivimos en la época de las grandes angustias. Los actos más sencillos de la vida se convierten en una fuente de inquietud. Comer: la vaca loca nos dice que nos podemos morir. Hacer el amor: el sida impone a los adolescentes restricciones que sus padres no conocieron. Respirar: la contaminación se agrava y ¿quién sabe si los daños del amianto son rarísimos o bien se nos ocultan? Trabajar: el paro no termina de merodear. Algunos imputan a veces estas plagas a Europa: se equivocan, ya que hacen estragos en todas partes. Otros se lamentan de que Europa no nos proteja más de ellas: tienen razón, una gran potencia política debería ser capaz de actuar. De aquí pasamos a la capacidad de Europa o, más bien, a su incapacidad.

Vivimos en la época del ensimismamiento. En el individuo o en la corporación, en el caso de los ciudadanos particulares. También los Estados no piensan más que en sí mismos. Ahora se dedican a las cuentas del Gran Capitán, técnicamente idiotas por añadidura, donde la codicia pelea con la avaricia. ¿Cuánto pongo en el presupuesto europeo, cuánto me llevo? Como si pudiera calcularse el precio de la paz, el precio de la democracia, el precio de la unión.

Europa va mal a pesar del euro. La división cultural aumenta. Los de arriba se alegran de la irreversibilidad del euro. Tienen razón. Los de arriba creen que esto basta. Se equivocan. Porque los de abajo no quieren contentarse con el euro. Quieren trabajo, des canso, una vida personal mejor, algo de vida colectiva. Y no ven la relación con el euro, aunque exista.

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Europa va mal desde Sarajevo. Dijo que íbamos a ver lo que íbamos a ver y no hemos visto nada. Dijo que los estadounidenses eran nuestros amigos, no nuestros jefes. Dijo muchas cosas y no ha hecho nada. China está cerca, y África, mal encaminada. El Sur explota y el Este se impacienta. Estados Unidos se autoproclama potencia europea, algo que curiosamente los europeos se guardan muy bien de hacer. Europa es frágil, está inquieta y cansada. Su pasado le intimida. Su futuro le espanta.

La responsabilidad de los gobernantes nos importa especialmente. Son ellos quienes deben ofrecer una visión común, hacer propuestas, cumplir compromisos. Lo hicieron en Maastricht un poco, no mucho, en todo caso no lo suficiente. Los Parlamentos y los pueblos dieron su aprobación con la boca pequeña porque querían más y lo querían de otro modo. Lo hicieron, aunque fuera por los pelos o a la segunda, pero lo hicieron porque, a falta de palabras, las intenciones parecían claras: Europa se ampliaría hacia el Este, pero Europa se fortalecería antes de ampliarse. Con este objetivo, los Gobiernos europeos prepararían y aprobarían una verdadera reforma de las instituciones. ¿Y qué es lo que ocurrió? La cumbre de Amsterdam ni siquiera logró hacer como que lo hacía. En junio ratificó una seudorreforma que los ministros de Asuntos Exteriores de los, 15 avalarán este 2 de octubre al firmar el Tratado de Amsterdam. Como no hay texto, o es tan escaso, o tan malo, hacen falta, imágenes: unos perros de porcelana que se dan la mano, no es algo corriente, se filma.

Nuestros dirigentes, sean los que sean, han fracasado al hacer una reforma que ellos mismos consideraron indispensable para el futuro de la Europa política. Europa se construyó entre seis, se amplió para convertirse en la Europa de los nueve, luego de los 12, y más tarde de los 15. Se ampliará, durante la primera década del tercer milenio, para convertirse en la Europa de los 21 y luego de los 25 o de los 30. Esto no puede funcionar sobre las bases actuales. Nadie cree seriamente que una Europa de más de 20 pueda funcionar de acuerdo con las reglas de la Europa de los 12, que se han convertido en 15. Pero los anti-europeos se alegran del bloqueo. Y los anti-europeos están por todas partes, tanto en la derecha como en la izquierda. Mientras tanto, los proeuropeos dudan. ¿Tienen derecho a decir que el Rey está desnudo? Sí, si es para ayudarle a vestirse.

Con la ampliación, el juego va a cambiar, hay que cambiar las reglas. Para que Europa pueda seguir marchando. Si no, se paralizará. Importaría bastante poco que el Tratado de Amsterdam fuera o no fuera ratificado si esta ratificación no se nos hubiera vendido como lo que no es: el indicio de una voluntad común, un signo de buena salud, un permiso para ampliarse.

Lo esencial es salir del actual avispero, imaginar por fin unas instituciones aptas para funcionar. Europa necesita eficacia y democracia. Van de la mano. Europa necesita un nuevo tratado. La nueva regla del juego debe, pues, ser clara, eficaz y democrática. En resumen, en las antípodas del actual embrollo. Hay que indicar qué es competencia europea, qué debe seguir siendo competencia nacional o infranacional, qué debe ser compartido y, cómo. Hay que redactar un derecho europeo inteligible para los ciudadanos. Hace falta un mayor control parlamentario del Ejecutivo. También es necesario un modo de funcionar a 20 o más en el ámbito europeo: lo esencial es que las decisiones europeas sean tomadas por mayoría. Porque, por unanimidad, sumamos los egoísmos y acumulamos una multitud de decisiones sin una verdadera política. Por mayoría -evidentemente, calculada teniendo en cuenta el peso de cada uno de los Estados y para tener mayorías amplias- es posible tener políticas.

La forma de establecer esta nueva regla del juego debe cambiar. La cuestión del método es decisiva. La creación de las nuevas instituciones no puede dejarse únicamente en manos de los Gobiernos nacionales. La reforma debe ser. preparada antes de ser negociada. Preparada por un equipo o por una persona que sepa proponer lo que la confrontación de 15 segundas intenciones divergentes no ha sabido hacer. Esta reforma debe ser debatida públicamente por la sociedad civil de las diferentes naciones de la Unión Europea. Esta reforma debe reunir a los representantes de los pueblos, los Parlamentos nacionales y europeo. Inmensa tarea,- pero con la que es posible realizar verdaderos progresos; es cuestión de voluntad, de imaginación y de organización.

Con este fin creamos SOS-Europa el pasado mes de julio. Ya se han adherido cien europarlamentarios. Proceden de todos los países de la Unión y representan las grandes tendencias democráticas. En un momento en el que 15 Estados han decidido firmar al pie de un tratado mediocre y decepcionante, nosotros, por nuestra parte, optamos por realizar un llamamiento a los ciudadanos de Europa y dirigirles un mensaje sencillo: Europa es su problema, háganse cargo de ella.

Daniel Cohn-Bendit es eurodiputado por los Verdes, Firman también el artículo los eurodiputados Jean-Louis Bourlanges (UDF), Olivier Duhamel (socialista), Gianfranco Dell'Alba (radical), José María Mendiluce (independiente) y Antoinette Spaak (liberal).

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