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COPA RYDER

Europa gana la Ryder de España

Angustioso triunfo: por un punto y en el último hoyo 40 Montgomerie y Rocca, los héroes

Carlos Arribas

Si cualquier jugador, sea norteamericano o europeo, es capaz de dar parte de su vida simplemente por participar en la Ryder Cup, imaginen entonces, intenten ponerse en su piel, lo que sintieron o podrían sentir los 12 europeos,y su capitán cuando ayer a eso de las seis de la tarde, Scott Hoch, el -último jugador norteamericano que intentó lo imposible, cedió la última bola en juego a Colin Montgomerie, el escocés rubicundo, -el último europeo que sabía que la Ryder era esta vez, otra vez, un asunto continental. Era el medio punto que el equipo de Severiano Ballesteros necesitaba para conseguir el sueño de los últimos años ganar la Ryder Cup, ganarla en España, en Valderrama (Cádiz), ganarla con un capitán español y con dos puntales españoles, Olazábal y Garrido, en el equipo. La Ryder de España. La Ryder de la angustia inesperada, pero más grande por eso, porque obligó a 600 millones de espectadores de todo el mundo a contener la respiración hasta el último hoyo. La Ryder de siempre.Y, como siempre, la Ryder de los nombres. El de Montgomerie, ganador del último medio punto; el de Rocca, que derrotó a Tiger Woods y levantó la moral hasta el techo; el de Johansson, el infrautilizado sueco, que desarmó la estrategia norteamericana de colocar a sus hombres más fuertes al comienzo de la jornada derrotando a Love sin contemplaciones; el del danés Bjorn, el único novato que puntuó en los individuales; y el de Olazábal, el vasco que desperdició la oportunidad de convertirse en el héroe del día -él habría logrado el punto definitivo- al tirar por la borda una ventaja de dos golpes en los últimos tres hoyos. Y Severiano Ballesteros. "La diferencia es que los europeos jugamos con corazón y ganas, somos un equipo", dice Olazábal. "Y los norteamericanos son una suma de individualidades, por eso les ganamos, aunque parezcan mejores". Es decir, Europa es el equipo de Ballesteros, el hombre con más corazón y ganas de ganar. Cuando Langer, el alemán metódico que frenó la presión, ganó en el hoyo 17 el punto que daba el empate y, por tanto, la Copa para Europa -la retenía por combate nulo-, pero no la victoria, Nick Faldo, por ejemplo, el más veterano de todos, respiró tranquilo, hizo el gesto de, liberarse de una angustia insoportable y levantó el puño en señal de triunfo. Pero -Ballesteros, no. El capitán seguía serio y concentrado, sufriendo como nadie cuando le llegaban por el interfono las noticias de los desastres de Westwood o el propio Faldo. Al capitán frenético sólo le valía la victoria. No estalló de alegría hasta el momento en que Hoch le concedió el golpe a Montgomerie. Pero tampoco tanto. Estaba tan agotado, había soñado tanto con el momento, que cuando llegó se quedó como en blanco. El día había sido muy duro.

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Había empezado a las nueve de la mañana con buenas noticias. Aunque Faldo y Westwood terminaron perdiendo el foursome aplazado, Olazábal y Rocca -gran día el del italiano: dos puntos en domingo Ryder- se deshicieron por la vía rápida de Couples y Love, y Parnevik y Garrido frenaron en empate a Woods y Leonard. 10,5-5,5 antes de los 12 individuales. Cinco puntos de diferencia. Ballesteros inmediatamente recordó Muirfield Village (Ohio), 1987, 10,5-5,5 antes de la docena final, un mínimo 15-13 final, un domingo de angustia que resolvió él mismo, Ballesteros, ganando a Curtis Strange, logrando la pri-

mera victoria europea en suelo americano, inaugurando la década de oro del golf europeo: cuatro victorias y un empate bueno en siete ediciones. La anterior victoria databa de 1957, cuando Europa, en términos de golf, sólo era el Reino Unido.

Y se preparó para su enésimo domingo Ryder. En su alineación, sospechando que Tom Kite, su colega norteamericano, colocaría, como así fue, a sus pesos pesados -Couples, Love, Woods, Leonard y Mickelson- de inicio para liderar el espíritu de reconquista, el cántabro colocó de entrada, para oponérseles, a los novatos con ganas -Johansson, Bjorn, Clarke, Parnevik- y al genial Rocca. Después, frente a los pesos medios americanos, sus puntales: Olazábal, Langer, Westwood, Montgomerie y Faldo. El primero y el -último -Woosnam y Garrido-, al matadero.

Pese a todas las apariencias -noticias de palizas arrolladoras de los estadounidenses llegaban como presagio de desastre cada minuto-, el equipo europeo no perdió en ningún momento el mando del marcador. Los novatos frenaron efectivamente la anunciada avalancha. No se produjo el esperado aluvión de puntos. Esa seguridad europea era desconcertante para 12 hombres que sacaron de sus bolsas el mejor golf que sabían -excepto el apabullado Tiger Woods- y que veían que la fortaleza continuaba inexpugnable. Desconcertante y definitiva. Lograron llevar la memorable jornada hasta el último suspiro, pero al exhausto Hoch le faltó el aliento.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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