La pasión salva y mata al Atlético
Los rojiblancos remontan un 0-2 al Celta pero se dejan empatar en el último minuto
Al Atlético le salvó y le mató la pasión. Cosido a ella, los rojiblancos dieron la vuelta en cinco minutos a un resultado decididamente adverso y enderezaron un partido que por puro fútbol merecía llevarse el Celta. En esos cinco minutos, del 75 al 80, el Atlético marcó tres goles y amagó con dejar en anécdota los dos anteriores del enemigo vigués. Pero el conjunto madrileño no supo poner el freno y decidió seguir hasta el final por la vía apasionada, yendo con todo hacia adelante y a lo loco, sin reparar en que ya no hacía falta correr riesgos ni permanecer por más tiempo al descubierto. Nadie se paró a ralentizar el encuentro, a dormir la pelota hasta el pitido final, y los rojiblancos terminaron por pagar su osadía. En el último minuto, el Celta, aprovechándose del caos en el que se había convertido la reunión, anotó el empate.Hasta que el Atlético recurrió a la épica, hasta que se decidió a mandar al garete los grilletes tácticos y las formas, el Celta fue el amo de la noche. Con un fútbol ordenado, agresivo y no exento de calidad, acaudillado por un futbolista de bandera, Mazinho, había pasado por encima del Atlético. Los vigueses supieron desconectar las piezas estelares rojiblancas sin necesidad de recurrir a las marcas individuales y desquiciar a su defensa sin rebuscamientos, haciéndolo fácil.
El Celta no desaprovechó el viento a favor que se le puso con el 0-1. Manejaron el partido a su antojo a partir de ese instante. Se distanció de su portería, algo que le consintió su pericia en tender la trampa del fuera de juego, y juntó a sus hombres en el centro del campo. El Atlético no encontró espacios por donde habilitar su juego. Y como además se aplicó con menos empeño y agresividad en los balones divididos, de los que estuvo llena la noche, llevó las de perder.
La terapia con la que Antic trató de corregir el panorama jugó también a favor del Celta. La entrada de Bejbl entregó para siempre el medio campo a los vigueses. Llegó enseguida el 0-2 de Cadete y el drama se apoderó del Calderón.
Fue entonces cuando el Atlético se dejó llevar por la épica y en cinco minutos apasionados dio la vuelta a todos sus males. En la remontada rojiblanca tuvo mucho que ver Juninho, un futbolista que no sólo contagia por su juego, sino por su sello ganador. Más allá de su indiscutible talento, de la mezcla explosiva que produce su velocidad y su clase, lo que el partido de ayer encumbró es el carácter de Juninho, su amor propio, su vergüenza. Con este tipo se puede contar aunque las cosas no vengan dulces. Resultó alentador ver al brasileño dejarse el alma en cada balón dividido, no escatimar una sola gota de sudor por perseguir al rival en cada una sus contras, transformarse incluso en el defensa salvador del Atlético cuando el gol se anunciaba en el marco de Molina. Si alguien se resistió ayer a aceptar lo que iba contando el partido y el marcador, ése fue el brasileño, que fue Juninho pero también fue Simeone.
Pasados esos cinco minutos vibrantes que volcaron el marcador, el Atlético debió dormir el partido, pero su estado de excitación era tal que no supo frenarse. Y lo pagó caro. Porque el Celta se levantó y marcó un tanto postrero que hizo, algo de justicia.
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