Donde sólo el prestigio cuenta
España acoge este fin de semana la Ryder Cup, uno de los grandes acontecimientos del deporte mundial¿Podrá Woods eclipsar la Ryder con su presencia?
Samuel Ryder tomó dos grandes decisiones en su vida. Una le hizo millonario, la otra inmemorial. Inventó la venta de semillas en bolsas pequeñas para los aficionados a la jardinería, de ahí el dinero, e inventó la Ryder Cup, de ahí la gloria. La venta de sobres de semillas se ha imitado en medio mundo; la Ryder Cup está más viva que nunca. Cumple esta semana 70 años. Es la 32 a edición y se celebra, por primera vez en la historia, fuera de Estados Unidos y fuera del Reino Unido. Se celebra en España, este fin de semana -de viernes a domingo-, en el campo de Valderrama (Cádiz). Su expansión fuera de sus fronteras históricas y el hecho de que un continental, Severiano Ballesteros, sea el capitán del equipo europeo son los mejores síntomas de su buena salud. Porque la Ryder Cup, la competición bienal que enfrenta a los mejores golfistas de Europa con los de Estados Unidos, estuvo a punto de perecer por aburrimiento. Y la salvó el golf español. Pocos recuerdan quién fue el británico Samuel Ryder, pero la unión de su apellido con la palabra Cup -la copa que donó para servir de premio simbólico al equipo ganador- se asocia inmediatamente con uno de los acontecimientos más importantes del deporte mundial, no sólo la gran fiesta del golf. Y todo, sin dinero por medio, sólo el prestigio es el premio.Corría 1978. La Ryder, iniciada como un duelo directo entre el Reino Unido y su ex colonia, ya había aceptado la entrada de golfistas irlandeses en 1973, pero el resultado seguía siendo el mismo: cada dos años, se jugara donde se jugara -se alterna: una edición, un campo de Estados Unidos, la siguiente, uno europeo-, Estados Unidos ganaba, casi sin contestación. En las 22 ediciones que se habían disputado hasta la fecha, Gran Bretaña sólo había ganado en tres ocasiones, y dos de ellas correspondían a los años prehistóricos (1927 y 1933). La competición languidecía por falta de rivales. Así que, aquel 1978, el gran Jack Nicklaus, la enseña de Estados Unidos, se acercó a Lord Derby, presidente de la PGA británica, y le dijo: "Es vital que amplíen la selección si queremos que la Ryder Cup continúe disfrutando de su prestigio de antaño". Y Nicklaus, además, le recordó, que había un jovencito español, a la sazón Severiano Ballesteros, que estaba revolucionando el juego del golf. Cualquier gran competición no valdría nada si él no jugaba. Sólo un año después, en 1979, la Ryder Cup dejaba de ser un Reino Unido e Irlanda contra Estados Unidos, para convertirse en Europa-Estados Unidos gracias a la entrada en acción de dos españoles: el joven Ballesteros y el veterano Antonio Garrido. Hasta seis años después, ya con la incorporación de Manuel Piñero, José Rivero, José María Cañizares y Bernhard Langer, la mezcla de razas, estilos y jugadores no dio su fruto para Europa, pero desde aquel histórico Europa, 16,5; Estados Unidos, 11,5 en The Belfry (Inglaterra), los antes avasalladores estadounidenses sólo han podido ganar dos veces, frente a tres victorias europeas.
La Ryder Cup es especial, una competición sin igual en el mundo del deporte, porque su organización requiere tantas energías, tantas dotes diplomáticas, una implicación de tantas fuerzas en tensión, que probablemente sólo la organización de una cumbre de los jefes de Estado de los países más ricos puede aproximársele. La elección del campo en que se disputa es ya en sí una batalla sin cuartel entre los oponentes; la selección de los jugadores, aunque matizada por el respeto casi absoluto a la orden del mérito, casi también. Pero también es especial, diferente a cualquier torneo, más apasionante que ninguno, incluidos los grandes, porque son selecciones las que se enfrentan, no jugadores individuales -es la única vez en que José María Olazábal, por ejemplo, vibra de alegría cuando Nick Faldo, por ejemplo, emboca un putt difícil- y por un sistema de juego -por parejas e individuales- en el que lo que cuenta es la victoria por hoyos, no por golpes.
Cuando Ballesteros aceptó ser capitán del equipo europeo sabía que se enfrentaba a un reto sin igual, personal y deportivo. Cualquier fallo, de cualquier tipo, recaerá sobre él. Él, que al final ha conseguido que la Ryder salga de las Islas, deberá responder. Y su equipo, también.
No es la posición más cómoda, más bien una apuesta de alto riesgo. Europa defiende el título conquistado en la increíble remontada de Oak Hill. Y Estados Unidos, liderado por Tiger Woods, se anuncia un rival temible. La nueva generación, la de Leonard, Love III, Mickelson, ya ha cogido el mando, y necesita el refrendo total. El equipo que se le opondrá será más europeo que nunca: dos suecos (Parnevik y Johansson), un danés (Bjorn), dos españoles (Olazábal y Garrido), un italiano (Rocca) y un alemán (Langer) dejan en minoría a los británicos (Montgomerie, Faldo, Wosnam, Clarke y Westwood).
Entre todos se jugarán no sólo el prestigio y el orgullo. La Ryder será también un examen para a supervivencia del circuito europeo, en peligro por la fuga de las grandes figuras hacia el más rentable y competitivo circuito americano. Los 12 hombres y su capitán que consideran uno de los mayores honores de su vida ser elegidos para el equipo, tendrán en sus palos la forma de devolverlo con creces.
El equipo del Trigre
Vuelta a las andadas. ¿Acaso el Masters de Augusta no era indestructible, sólido como una roca, en su tradición? ¿Acaso el torneo más imponente no sucumbió al avasallador empellón del Tigre? En ese abril mágico, hace sólo cinco meses, un joven negro de 21 años, hizo lo que ningún otro mito del golf en la historia había sido capaz: dar prestigio con su victoria a lo más prestigioso en el mundo del golf. Y aunque Tiger Woods no mantuvo el ritmo, no fue capaz de ganar otro grande en la temporada, el mito siguió creciendo, arrollador. No ha parado de aumentar. Ha llegado a las vísperas de la Ryder como una bola de nieve que amenaza evastadora.¿Quién dice que no lo logrará?
Nuevamente, la tradición. Hablamos de la Ryder Cup, la única competición de golf que sólo entrega al ganador gloria, y no dinero; y el ganador no es uno, gana un equipo, una docena de jugadores y un capitán que representan a un país y a un continente. ¿Quién se va a fijar en un solo individuo, aunque sea genial? ¿Qué importa que gane los cinco puntos que dispute, si su equipo necesita 14,5 para imponerse?
Entonces llegan los sociólogos, los analistas de los movimientos de masas, los peritos en marketing, los técnicos en publicidad, todo lo que hace que el golf sea el deporte más potente económicamente. Y estando en Estados Unidos hablan siempre de la necesidad de un líder, de un hombre en el que el espíritu patrio -eso de emprendedor y osado, arriesgado y conquistador- quede encarnado. Alguien a quien todos se dirijan en persona y le digan: Estados Unidos eres tú; queremos ser como tú. Y ese hombre sólo puede ser Tiger Woods, de la misma manera en que antes sólo era Jack Nicklaus, pero más. El rubio oso de oro era el personaje ideal de las clases medias; el jugador negro de California lo es de todo un país.
Pocos preguntan si EE UU es el mejor o si podrá reconquistar en Valderrama la copa perdida en Oak Hil. No, la pregunta más repetida es: ¿podrá Tiger superar el desafío más importante de su carrera? Porque como dicen en Estados Unidos, qué gran noticia para Europa, Tiger Woods va a jugar allí un torneo.
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