La cultura
Junto al catálogo de las novedades otoño-invierno, la editorial Grijalbo-Mondadori envía en estas fechas un folleto donde se recoge el primer intento de presentar los libros con la complicidad del humor o la mismísima chirigota. Contrariamente al discurso dirigido a sembrar temor respecto a las pérdidas que sufriría el lector si no abordara de inmediato la lectura de ésta o aquella obra, los textos del nuevo catálogo se burlan de su propia y antigua sombra. A fin de cuentas, se induce, un libro de Mary Willis titulado El sótano del terror; el de Olivia Goldsmith, El club de las primeras esposas, o el de Betty J. Eadie, Despertar a la luz, todos sin excepción best sellers mundiales, no pueden considerarse, sin embargo, cataclismos históricos. Pero, además, ¿cuánto hace que el libro ha perdido su respetada condición? Más bien si el libro trata hoy de sobrevivir es intentando parecerse a todo lo que no sea específicamente un libro: será como una película, un telefilme, un reality show, un manifiesto, un escándalo, un cómic, un regalo, mientras la escritura se disipa. ¿Por qué seguir juzgándolo, pues, como si nada hubiera cambiado? Libros flojos o menos flojos, casi lo mismo da. El libro circula por los mismos circuitos de distribución que abastecen el negocio de las grandes superficies y obedece a su equivalente código de barras. ¿Por qué no hablar de ellos con desparpajo? Actualmente, si queda un pensamiento profundo en la crítica intelectual, es el que, suscitan los desfiles de Jesús del Pozo. En los demás ámbitos, a la crítica de arte ha sucedido la subasta, la noticia de museos o la crónica de sucesos y, en la crítica de cine, a las exégesis enjundiosas se superponen los bloques breves y cómicos en la sección de la televisión. Ahora, en coherencia, Grijalbo-Mondadori añade al repertorio moderno el módulo-chacota para libro y autor.
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