Carlos de la Rica, poeta
Si alguien es acreedor del título de mecenas sin un duro pero con todo el entusiasmo del mundo en el difícil universo de la edición de poesía, no se me ocurre, junto con el nombre de Pepe BatIló, más que el de Carlos de la Rica. Asturiano de 1930, pero vinculado desde siempre a Cuenca, junto a su ministerio sacerdotal, al cual dotó de unos niveles litúrgicos e inventivos que constituían el pasmo de propios y ajenos y, más importante aún, la absoluta adoración que por él sentían sus feligreses de Carboneras, ha sido Nuestra Señora la Poesía otra advocación sagrada, y no la más pequeña de su santoral: centro éste que imantó buena parte de su interés y tiempo. Era hombre rico en dones: gusto por el contacto humano, cordialidad, generosidad extrema y coherencia ética.Autor que tocó todos los géneros: prolífico y exigente lírico, narrador, ensayista, antólogo, dramaturgo, traductor y adaptador de los clásicos, e incluso actor aficionado en sus años jóvenes, De la Rica fue el benjamín del grupo de poetas "postistas" de segunda hora: Carriedo y Crespo, sobre todo, a los que editó y estudió, considerándolos maestros y hermanos algo mayores. Como yo mismo también los consideraba. Era presidente de la Academia conquense de las Letras, y su actividad promocional, su entusiasmo y su instinto para descubrir a autores a los que editaba en sus colecciones, todas bajo el epígrafe general "el toro de barro" , resultaba incansable. Gran parte de los que hemos escrito poesía a partir de los primeros sesenta le debemos muchísimo. Este recuerdo urgenje, emocionado y dolorido, pretende ser una modesta ofrenda votiva a la categoría del amigo y del escritor.-
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