Apoteosis del tonto
Las alegaciones de las autoridades que se manifiestan ante la hecatombe del verano serán justas: la distracción, la falta de atención del conductor, el alcohol, producen el accidente. Preocupa que, al soprepasar las cifras de las estadísticas anteriores, indiquen que el español es cada año un poco más tonto, más de lo que parece a primera vista, puesto que las carreteras, las señalizaciones, los guardias y desde luego los vehículos son cada vez más seguros; y -nuestra desatención les gana. Sobre el crecimiento de la tontería colectiva hay otros indicios: la Liga de las estrellas es uno, suponiendo que ese tiempo de espectáculos no contribuye al esclarecimiento de la inteligencia como otros espectáculos, pero se lleva el dinero y el tiempo que podría destinárseles. Tampoco los otros son minas de belleza y de lucidez; pero es normal, como lo es en el objeto santificado del libro; tan elevado al culto que parece que nunca se hubiera escrito un libro malo. Tan misterioso es ese culto que miro en tomo mío, veo miles de volúmenes con su mayoría -¡aún siendo seleccionados!- bajo mínimos (sobre mínimos, sobre todo, los de pensamiento, con los de historia: han venido a demostrarse falsos y aristogógicos), y no me atrevo a desprenderme de ellos. Los malos forman parte también, son yo, mis errores, mi propia tontería (tan querida); y la soberbia de acusar de ella a los demás. El porcentje de calidad en todos los medios de información, de opinión o de arte es, claro, muy reducido. Por eso honramos los genios preferiblemente muertos. (Y felizmente vivos: qué descanso, encontrarse otra vez a Umbral al final del túnel de agosto: lo coherente mezclado a lo bello. Hasta nuevo viento).De este entontecimiento colectivo muchos culpan a la televisión. El porcentaje de mal y bien (sobre todo, de puntos intermedios) no es distinto que en los libros, y si la televisión es tonta, es porque nosotros la hacemos tonta y elegimos a los programadores que nos dan lo tonto. Como la princesa Diana segregaba a los fotógrafos, nosotros segregamos nuestros espectáculos: los merecemos. Quizá menos desde que los paga el Estado, y pronto dominará todos. El Estado no es totalmente tonto, pese a algunos personajes asombrosos: pero desea que el antiguo súbdito sea brillante o listo, pero no inteligente. Mejor en el paro, o estudiando en colegios inutilizados por los religiosos o sus pares, que afiliado a un sindicato o fundando un partido.
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