Algo más que un accidente
¿Qué responsabilidad tuvo la prensa del corazón en la muerte de Diana?
LA MUERTE de la princesa Diana de Gales, en un accidente de tráfico en un túnel en el centro de París, cuando intentaban huir de un grupo de fotógrafos de prensa, ha provocado una inmensa conmoción. Y habrá de generar no pocas reflexiones. En todo el mundo se ha sentido duelo y desolación por la desaparición de esta joven mujer que había conquistado una popularidad sin parangón desde que se casó, hace 16 años, con Carlos, el príncipe de Gales, heredero de la Corona británica.
Mucho se ha discutido en estos últimos años sobre sus dificilísimas relaciones con su marido, del que estaba divorciándose, y con toda la casa real británica, y en especial con la reina Isabel II. Diana había contribuido de forma muy clara a que la casa real se viera continuamente envuelta en escándalos reflejados en la prensa sensacionalista británica y tenía así gran parte de responsabilidad en las graves dificultades que atraviesa la imagen y los niveles de aceptación popular de la monarquía británica.
Pero con todas las dificultades derivadas del estrepitoso fracaso matrimonial con el príncipe Carlos y supuestos o reales desequilibrios anímicos, Diana era una personalidad que con razón ayer muchos calificaban de única e insustituible. Su inmensa habilidad para las relaciones públicas la había volcado, antes y después de su definitiva separación del príncipe, en diversas causas humanitarias. Una de sus últimas iniciativas fue volcarse en favor de la prohibición de las minas anti-personales. Con este fin viajó a muchos sitios en el mundo. El último fue Bosnia, pero su intento allí de utilizar su imagen pública para esta iniciativa no tuvo el éxito previsto.
Unas fotos, realizadas sin permiso y con teleobjetivo, en las que aparecía en ademanes cariñosos con Dodi al Fayed, el hijo de un magnate árabe dueño de los célebres grandes almacenes Harrod's y del hotel Ritz de París entre otras muchas cosas, restó protagonismo a sus inspecciones de zonas minadas y visitas a víctimas de estas bombas en los Balcanes.
Todo indica que aquellas fotos, pagadas a precios astronómicos en el Reino Unido, encauzaron de alguna forma su muerte. Algunas de las fotografías manipuladas sin escrúpulos por unos diarios sensacionalistas británicos que han perdido ya no sólo toda referencia ética, sino también el mínimo pudor, intensificaron si cabe el asedio de los paparazzi a Diana y a su, novio, Dodi al Fayed.
Los fotógrafos que los perseguían el viernes en moto por las calles de París, y que provocaron la huida a velocidades vertiginosas del coche de la pareja, estaban motivados por los precios pagados entonces. Estos fotógrafos que trabajan por cuenta propia, conocidos como paparazzi en evocación de la película La dolce vita, de Fellini, venden sus fotografías de gente más o menos famosas al mejor postor, que suele estar en las llamadas revistas del corazón o en los grandes periódicos sensacionalistas.
En el Reino Unido estos últimos tienen tiradas millonarias. Y desde años se disputan implacablemente todo lo que haga referencia a la vida privada e intimidad de Diana de Gales. Los paparazzi han llegado a convertirse, también aquí en España, en gentes que por conseguir una fotografía están dispuestos a todo o casi todo. Y en la práctica es perfectamente habitual la invasión y violación de la intimidad de personas cuyas imágenes o comentarios pueden resultar vendibles de una u otra forma.
El acoso al que se ha visto sometida la princesa Diana desde que se casó, pero especialmente desde que se hizo oficial su ruptura con el príncipe Carlos, es difícilmente soportable por una persona equilibrada e insoportable para quien no lo es. El hermano de Lady Di ha culpado directamente del accidente y la muerte de la pareja a los fotógrafos que la acosaban en París el viernes. No es eso.
Pero sí puede decirse que la práctica de un periodismo sin escrúpulos puede tener consecuencias trágicas. La liquidación sistemática de la honra y la intimidad de personas más o menos públicas puede llevar a los afectados a situaciones extremas. Lo grave es que estos productores de escándalos sólo existen porque hay una demanda cada vez mayor. La prensa basura y la televisión basura sólo proliferan cuando tienen un público fiel, destinatario de la publicidad que las financia.
El asedio a Diana ha concluido. Su muerte se debió a un accidente de tráfico como hay tantos todos los días en todas partes. Nadie la ha matado. Y sin embargo, es muy posible que no se hubieran matado ella y sus acompañantes si sé hubiera respetado el hecho evidente de que no querían ser fotografiados. Pero eso no se había hecho nunca antes y era obvio que no iba a hacerse el viernes cuando la pareja salió del hotel Ritz en el coche de la tragedia. Y estremece el hecho de que que los fotógrafos que perseguían el coche y llegaron al lugar del suceso instantes después de producirse éste se dedicaron a hacer fotos del coche accidentado y no hicieron ademán de ayudar a los ocupantes, dos de los cuales, Diana entre ellos, aún estaban vivos.
Es posible que sea ingenuo pensar que la tragedia de París vaya a abrir un proceso de reflexión en general sobre las prácticas de este tipo de periodismo. Pero, desde luego, sería deseable. Y no sólo en el Reino Unido.
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