El guante y el manual
Si por razones de intensidad todos han señalado el partido Madrid-Atlético como un buen augurio para la nueva Liga de las estrellas, por razones de brillantez bien podemos proclamar a Juninho y Seedorf estrellas del partido. En un mundillo tan apremiante, siempre marcado por las imposiciones físicas, ambos representaron cabalmente el valor de la creatividad y, por supuesto, la vigencia del estilo.Frente al espejo, Juninho es la antítesis del atleta. Recuerda a uno de aquellos muchachos enclenques, cuya imagen aparecía en los antiguos anuncios de vitaminas, que, con su acostumbrada crueldad, las buenas madres de familia ponían como ejemplo a los niños desganados: mira, hijo mío, si sigues comiendo así de mal, el día de mañana serás un fifiriche como el pobre Oswaldo Giroldo; sí, sí, ese amuleto andante que todos llaman Juninho. Con esas pantorrillas de arañas y esos bíceps de calamar, en la calle brasileña un joven aplicado quizá pueda llegar a bibliotecario suplente o a bailarín de samba, pero el fútbol de ahora parece hecho a la medida de Ronaldo y otros robustos príncipes de la hamburguesa. Antes, sin embargo, el fútbol era también una solución de urgencia para chicos desmedrados o incluso deformes. Hay en su historia grande una larga cuadrilla de chuecos imprevisibles y enanitos prodigiosos.
El secreto de Juninho está en su capacidad de síntesis. De él sí puede decirse con toda justicia que ha hecho de la necesidad virtud. En vez de huir de sus limitaciones, se ha replegado en su propia pequeñez y ha decidido integrarlas como una cualidad personal. En un maravilloso ejercicio de naturalidad ha logrado incorporar los recursos del juego a los movimientos de la marcha, de modo que maneja la pelota como el alacrán el aguijón: la ha transformado en un apéndice de sí mismo. Todas las picardías que despliega forman parte de su repertorio de gestos, tal como los guiños de complicidad forman parte de la conversación. Es el geniecillo de la lámpara.
Seedorf, en cambio, es el futbolista probeta. A la vista de algunas muestras de precocidad, su padre le alistó en la escuela del Ajax. Con ese truco pedagógico logró que el fútbol le pareciera una asignatura más. Así Clarence pudo ampliar simultáneamente su repertorio y su vocabulario.
El sábado, Juninho respiró el primer gol. Luego llegó Clarence y recitó el segundo.
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