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Tribuna:HOGUERAS DE AGOSTO
Tribuna
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Levitaciones casi orfeónicas

Pasadas de moda las delanteras pechugonas a lo Federico Trillo Terenci Moix prepara tercera entrega de memorias

Empiezo esta crónica con la mejor intención, pero mis cinco sentidos andan sueltos por ahí, más perdidos que la Mir porque no sé qué ponerme para la actuación, esta noche (anoche, para ustedes), del Orfeón Donostiarra en Perelada, en su gira de aniversario. y su nueva senda artística, tipo monjes de Silos con txapela. Creo que me pondré unas piedras en los bolsillos, por si me da por levitar con los cánticos: tengo para mí que aquí sólo está bien visto que practique la levitación la Ferrusola voladora. Aparte de que no sería nada apropiado elevarme para luego caerme, un suponer, sobre un conseller, un alcalde o un político de Iniciativa per Catalunya traspuesto por las puyas que lanza Antonio Romero (IU) mientras, desde la feria de Málaga, promociona la manzanilla con gaseosa.Por fortuna, la gala tendrá el toque poético/ realista de Joan Manuel Serrat, de quien les hablaré mañana. Y bueno, me ponga lo que me ponga, seguro que no usaré el wonderbrá, pues ya no se llevan los atributos mamarios en plan interlocutores agresivos, y sólo Federico Trillo, en sus vacaciones, se atreve a lucirlos sueltos y gozosos bajo el polo sujeto al cuello por la banderilla española; panorama desolador que, sin embargo, resulta prácticamente viscontiano comparado con lo que son sus Semanas Santas.

Hagamos lo que hagamos, no podremos igualar el porte de la reina Sofía, ayer, cuando recibió a los Aznar. La Reina llevaba zapatos con puntera metálica. Me pregunto por qué, aunque bien sé que una mujer debe de estar preparada para cualquier ocasión, como dicen las que entienden de esto. Las que entienden de esto también aseguran que Ana Botella iba vestida de color rata, y que su bronceado profundamente Julio Iglesias -el pobre: tuvo que anular actuación en Salou por culpa de los elementos, que se ve que ellos, de lo que entienden, es de canto- contrastaba con el de su esposo, profundamente entre cigala y centollo. Él es de cutis más fino, insisten las que entienden de esto. Lo cierto es que nunca parécenme los monarcas más mediterráneos que cuando la meseta les visita. Aunque, más que de meseta, en este caso deberíamos hablar del centro del ossobucco. Tampoco me pareció el suicidio más apetecible que el otro día alguien me propusiera ir al Casino de Barcelona a ver a Bertín Osborne y su Lluvia de estrellas. Aunque, como suelo decir -y de esto, yo sí que entiendo-, en casos similares no hay nada como el asesinato.

Lo cual me conduce a Terenci Moix, y no porque quiera matar a mi querido hermano del alma, sino porque, charlando en su asaz delirante y deliciosa casa de Ventallós -cómo me gustaría ser la Susan Hayward de su póster de Una mujer destruida, aunque -no por la destrucción, sino por el pelo rojo-, llegamos a la conclusión de que no hay que regresar nunca- al lugar en donde nos asesinaron. Lo que él está haciendo es escribir el tercer tomo de sus apasionantes, humanas y poéticas memorias, para las que aún no tiene título. En esta ocasión, Terenci no sufre al recordar, porque más que de asesinatos va a recuperar el tiempo de la, búsqueda y de la pasión por la vida, algo que durante va nos anos compartimos y que, al reme morarlo, todavía nos conmueve. Cuán hambrientos estábamos, como necesitábamos las voces del cine, de la literatura, las voces sabias.

"Lo que está pasando ahora, esta destrucción de la cultura occidental a cargo del dinero, de la banalidad, y a través, sobre todo, de la televisión es algo que Pasolini predijo en aquellos años en que le conocí en Roma". Para Moix, la curiosidad sigue siendo tan insaciable como la fantasía: su nueva afición de colorear fotos de películas es algo más que un hobby, cuando se haga pública, verán que tal actividad resulta también asaz intencionada.

"Quiero comunicar aquel entusiasmo, aquel amor por la cultura que teníamos entonces". Y no porque fuéramos jóvenes, añade, sino porque tuvimos la suerte de serlo en un momento, quizá el último, en que lo que nos rodeaba es tuvo vivo. Tengo la impresión de que, en aquel tiempo, el mundo era ateo: no tenía res puestas pero se hacía preguntas. Ahora el mundo cree, aun que sea en la falacia. Y no se hace preguntas.

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