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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Los fugaces efectos del veraneo

Les escribo porque el otro día presencié dos acontecimientos realmente preocupantes. Uno concernía a una segunda persona, y el otro, a mí misma. Los dos casos me parecieron inquietantes.Paso a contárselos: yo acabo de regresar a Madrid de vacaciones. He estado en la costa de las Baleares, concretamente en Deiá, en Mallorca. Reflexionando durante mis vacaciones precisamente en ese lugar, me he dado cuenta de que lo que realmente nos daña es la prisa y he averiguado que la prisa es un invento nuestro. Es fruto de nuestra mente.

Creo que mi hallazgo es una de esas enseñanzas que una acuña para el verano y que le son de utilidad a lo largo de todo el año. Perdonen por el circunloquio, pero, para explicar lo que aconteció luego, no tenía otro remedio. El caso es que al regresar a Madrid, cuando tomé un taxi en Barajas, decidí iniciar mi curso anual en Madrid con plena tranquilidad" sin prisa, a sabiendas de que el tiempo es inmutable, dura lo mismo teniendo prisa que sin tenerla.

Bueno, pues al llegar a un semáforo de la avenida de América en su esquina con Franciso Silvela, vi cómo un automovilista, inmediatamente después de ponerse el disco en verde, pitó con su claxon al automóvil que tenía delante, que, al parecer, no se apercibía de que tenía paso franco.

Bueno, pues observé con estupor de recién llegada cómo el automovilista que recibió el pitido del claxon se enfureció como si de un salvaje montaraz se tratase y no de una persona civilizada y urbana.

La reacción brutal de este señor, que en vez de un claxon parecía haber recibido un dardo en salva sea la parte, desencadenó en mí una serie de pensamientos sobre mi enseñanza veraniega referida a la tranquilidad.

Bueno, pues un par de días después, ya reintegrada yo a mi trabajo, salía de mi oficina y detuve mi automóvil ante un disco.Entonces el semáforo indicó que podía seguir la marcha, pero me hallaba distraída y no arranqué. Fue en aquel Momento cuando escuché el claxon del vehículo que ocupaba la posición inmediatamente posterior a la mía.

Para mi sorpresa, una especie de bestia salió de dentro de mí y sentí deseos de asesinar a aquel imbécil que me había pitado de aquella manera.

Sólo han transcurrido dos días desde que regresé de vacaciones y mis planteamientos sobre la tranquilidad quedaron pulverizados por mi propia reacción. Estoy desolada.

Pero confío en respetarme a mi misma y a mis semejantes. Buscaré otra fórmula de autocontención que garantice mi tranquilidad. El tiempo dura lo mismo con o sin prisa. Y apresuradamente,, se sufre bastante más.

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