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Tribuna
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Relea

Llegado el verano, todo el mundo relee, por lo visto. Releer es la ocupación principal de los intelectuales y de los políticos, de la gente del arte y de los columnistas exquisitos. Es muy propio de la época que los periodistas -principalmente, radiofónicos- preguntemos a los famosos cuál va a ser su ocupación principal durante las vacaciones, y suelen responder con rara unanimidad: releer. No lo dicen así exactamente, sino que mencionan la obra o quizá el autor. La mayoría da relación puntual de un montón de obras que ya tiene guardadas -es lo primero que metieron en ellas, se apresuran a advertir- para llevarlas al lugar de veraneo y releerlas todas."Los primeros días releeré a Keynes", afirma una diputada, por ejemplo. Algunos oyentes no han leído nada de Keynes (menos aún, releído, es evidente) y les entra cierto complejo de inferioridad. Eso según programas, pues en determinadas horas del día los oyentes no tienen ni idea de quién es Keynes ni falta que les hace.

Una escritora que está de moda -no se sabe muy bien el motivo- declaró que iba a dedicar las vacaciones a releer La educación del hombre, de Frobel; El matador de Bennet; Al caer la tarde, de D´Halmar; La historia vulgar, de Goncharov, y La historia de Roma, de Mommsen. Con un par de narices. Teniendo en cuenta que sólo la obra de Mommsen, verdaderamente monumental por múltiples conceptos, suma más de 2.000 páginas, es de suponer que las vacaciones de la escritora de moda serán indefinidas.

Resulta curioso que los famosos no dediquen sus vacaciones a leer, sino a releer. El fenómeno masivo de la relectura es muy reciente. Aquí debe de haber algún misterio, o, expresado sea con propiedad, gato encerrado. Son tantísimos -prácticamente inabarcables- los ensayos, novelas, biografías, tratados-,narrativa, poesía, prosa poética, épica, lírica, dramática, comedia, folletín, refranes, lemas y chascarrillos creados por la humanidad, desde la escritura jeroglífica hasta la fecha, que uno no es capaz de concebir que se lo hayan leído todo los famosos; ni siquiera la mitad.

La experiencia de un servidor es que, salvo excepciones, releer aburre y supone una pérdida de tiempo. Servidor tiene hecha excepción del Quijote y poco más. La vida es limitada; la lectura, no poca; las ocupaciones, muchas, y a veces uno se olvida de lo que ha leído. A un servidor le ocurrió con Hambre, de Knut Hamsun; de esto hace muchos años. Se puso a leerla con la fruición que excita lo novedoso, y cuando, allá por la página 20, se apercibió de que ya la había leído, sintió gran frustración. Le dio rabia -ésa es la verdad- haber perdido un tiempo precioso que podría haber dedicado a leer otra obra o quizá a echar una partida de dominó con los amigos, que también conforta el espíritu.

Quizá sea por escepticismo innato o por perversidad mental, pero todo aquel que dice va a dedicar las vacaciones a releer a Martinson, a Karainzin, a André Chamson y, sobre todo, a Keynes, le es sospechoso. Y le dan ganas de preguntarles si han releído a Malón de Chaide, a Ernest Renan, a Hugo von Hofmanensthal y a Emmanuel Mounier, que prácticamente es lo mismo, y a la mayoría de los cuales tampoco los conoce ni Dios (vamos al decir).

A lo mejor, cierta parte de los que anuncian sus relecturas lo que en realidad están haciendo es curarse en salud. Seguramente no quieren repetir el mal rato que pasó cierto personaje en una tertulia radiofónica. Al pobre hombre se le ocurrió comentar la fascinación que le estaba produciendo la lectura de Rayuela y, consecuentemente, su gozosa identificación con Cortázar, y uno de los contertulios le echó la bronca: "¿Cómo? ¿A sus años y aún no había leído Rayuela? ¿Y usted se considera culto? ¿Y se atreve a ostentar un cargo en el ministerio?".

Estas cosas han sucedido y sucederán. Más vale prevenir. Si usted se sienta a leer una novela en un banco del Retiro (una variante del ocio harto aconsejable, por cierto) y alguien le pregunta qué está leyendo, dé un respingo, enfádese, respóndale con indignación bíblica. Grítele a pleno pulmón: "¡No estoy leyendo, sino releyendo!". Y añada: "¿Cómo se atreve a insinuar que esta novela no la había leído ya, tío asqueroso?". Y, dicho, levántese, ponga gesto altivo, dirija una mirada de desprecio al sujeto y aléjese con suma dignidad. Un consejo: relea. El que no relee no está en la pomada. Queda usted advertido.

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