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Reportaje:

La 'mili' de los niños

Decenas de campamentos preparan a los jóvenes rusos para la dura vida de recluta en el ejército

Kolya Lisovoy es un niño de nueve años feliz y saludable que tiene un sueño que para muchos rusos resulta un tanto extraño: quiere ser oficial del Ejército ruso. Todavía no se ha unido a la legión de jóvenes que desean esquivar el servicio militar una obligación que se ha transformado en una tortura. La mili ya no es atractiva, si es que alguna vez lo fue. Nada de aventura. Demasiada instrucción. Y muy poco dinero. Los presupuestos apenas alcanzan para cubrir la paga de los oficiales y muchos de los soldados se ven forzados a mendigar.Pero Kolya es inasequible al desaliento. "Me gusta. Es divertido", dice con una sonrisa. Acaba de pasar cuatro semanas sometido a un durísimo entrenamiento en un campamento militar para niños en un bosque cerca de Boyarkino, a 150 kilómetros al sur de Moscú. Kolya y otros 20 niños rusos han sido sometidos a un ambicioso programa de instrucción que incluye el aprendizaje de las técnicas del desfile, las modalidades de una emboscada y las siempre útiles lecciones de higiene. Los monitores están convencidos de que esto les salvará algún día la vida.

Koya, que lleva un uniforme de maniobras roído y demasiado grande para él, es el más pequeño de la unidad. Pero su juventud no le ha librado de las regañinas de sus instructores. "¡Soldado! ¿Dónde están tus ojos?", grita Guennadi Korotayev, un antiguo oficial de las tropas del Ministerio de Interior. "¡Lo que tienes debajo son minas!", le grita.

Al niño, exhausto tras una hora de carreras y órdenes de cuerpo a tierra, se le había olvidado durante un instante que las pequeñas matas de paja ardientes eran minas imaginarias. Pisarlas significa la muerte. Kolya, aturdido por la bronca, respira hondo, toma su arma, un Kaláshnikov falso de peso real, se coloca un casco enorme sobre su cabeza. Después, casi sin darse cuenta, se tapa los ojos con las manos sucias. Es para que no le vean llorar.

Los instructores, oficiales en la reserva o activo, insisten en que, a pesar de todo, son muy pocos los que sufren de verdad "Había un niño que tenía morriña de su casa. Sollozaba todo el tiempo. Pero después de tres días, paró. Ya no quería dejarnos", explica Mijaíl Muravyov, uno de los organizadores de este campamento.

Durante años, Muravyov y otros monitores han pasado sus vacaciones entrenando a adolescentes de entre nueve y 17 años. Existen alrededor de diez campamentos militares para jóvenes sólo en la región de Moscú, que les proporcionan una visión de cómo es la vida real de un recluta en el Ejercito. En Boyarkino, por ejemplo, duermen en tiendas de campaña, siguen un estricto horario militar y una disciplina castrense que incluye el lavado de los cuellos de sus uniformes cada noche.

Algunos son visitantes regulares, como Artur, estudiante de Medicina de 17 años, que, al contrario que Kolya, no posee una visión romántica del Ejercito. Simplemente desea estar preparado. "Si has estado aquí [los campamentos son voluntarios], sabes más o menos lo que te espera en la mili".

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Jóvenes como él tienen muy pocas posibilidades de escapar al reclutamiento obligatorio. Sólo los padres con mayores ingresos pueden comprar la libertad de sus hijos, sobornando a oficiales o explotando sus contactos en los altos niveles. "No nos llegan los hijos de jefes o padres con dinero", explica Korotayev. "Estos que están aquí están abocados a ir al servicio militar. Tendrán que lidiar con ello".

La ilusión de estos monitores es ayudarles, darles las herramientas que les permitan sobrevivir en unidades que pueden, resultar crueles; en las que los oficiales y los veteranos tiranizan a los reclutas, empujándoles a desertar o, peor aún, al suicidio.

El presidente ruso, Borís Yeltsin, quiere reformar y modernizar a su Ejército, que se halla sumido en la corrupción y el desasosiego. Yeltsin es consciente de que los jóvenes rusos consideran que el servicio militar es una pesadilla. Por eso, en la campaña electoral del año pasado prometió acabar con el reclutamiento forzoso en el año 2000. Pero era tiempo de elecciones, de venta de ilusiones. Ahora, nadie sabe si respetará la promesa o la fecha, pues Rusia no está en condiciones económicas de permitirse un Ejército profesional. Mientras llega ese día, el presidente trata de mejorar la imagen de la mili, ganar adeptos. "No deberían de tener miedo de los hombres en uniforme, deberían de darles envidia", dijo Yeltsin en la graduación de un instituto moscovita. Pero pocos están de acuerdo. Tan sólo en una semana de julio hubo 230 deserciones. Desde 1992, más de 4.000 jóvenes han dejado el servicio militar. Son datos oficiales. La realidad, sin duda, es mucho peor.

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