El Derby del buen ladrón
Dice Bruce Chatwin que los aborígenes australianos "pasan errando todo el año, pero regresan a intervalos estacionales a sus lugares sagrados para retomar contacto con las raíces ancestrales, fundadas en el tiempo del ensueño". Y añade: "Conocí a un hombre que hacía lo mismo". Supongo que se refiere a un hombre no aborigen australiano, claro, probablemente él mismo. Pues si me hubiese conocido a mí ya hubiéramos sido dos en la nómina de aborígenes australianos honorarios. También yo vagabundeo más de la cuenta durante 12 meses hasta que finalmente retorno para pisar la tierra sagrada de Epsom y conectar con las raíces ancestrales que ha preferido mi imaginación (las otras, las impuestas por la sangre o la etnia, son pura filfa esclavizadora), recobrando el ensueño del Derby. El ensueño de la Gran Carrera de Caballos.Este año, la cita del Derby ha convocado un despliegue policial muy superior al de ocasiones anteriores. Aún estaba amedrentadoramente próxima la amenaza de bomba en Aintree, que obligó a desalojar el hipódromo abarrotado para presenciar el Grand National. Se aplazó 48 horas la prueba, con la consiguiente frustración para tantos aborígenes entusiastas que ya no pudieron presenciarla más que en televisión. ¿Volverán los empecinados del IRA a estropeamos en Epsom la fiesta hípica, a pesar de que como buenos irlandeses deberían respetarla más que nadie? Así que todos sentimos un sobresalto cuando la megafonia carraspea ominosamente: "¡Atención, atención! Éste es un comunicado de la Policía...". Pausa dramática. Y luego, el alivio: "La pequeña Sarah, de cinco años, se ha perdido. Sus parientes pueden venir a recogerla en nuestro puesto de la entrada principal". ¡Ay, es tan frágil la dicha, está siempre tan amenazada, tantas cosas y tantos tontos conspiran contra ella...! Pero ahora, pese a todo, el ensueño del Derby continúa.
Para este cronista aborigen, que escribe al servicio de ustedes, el Derby de 1997 tiene un matiz singular, un puntico melancólico: es el Derby de mis 50 años, que cumplo una semana después de la gran carrera. ¿Por fin la edad de la madurez, quizá? No me hago ilusiones. Probablemente, sigo viniendo a Epsom para negarme a madurar del todo. Además no olvido y comparto la tajante sentencia de Sainte-Beuve: "¡Madurar, madurar! Uno se endurece en algunos sitios y se pudre por otros: no se madura". En cambio la fidelidad al Derby prolonga el gozo de la vida, es decir, el gozo que es la vida, como lo hizo con la del ilustre físico y divulgador científico Luis Bru, tan asiduo a Epsom que cuando comenzó a no pedir sus reservas de asientos para el Derby los responsables del hipódromo le escribieron interesándose por su salud. Don Luis murió con ochenta y tantos años al día siguiente de correrse este Derby del que estoy hablando. Como decían los hípicos del siglo pasado para despedir a sus compañeros de afición "ahora, por fin ya tiene resuelto en los Campos Elíseos ese problema que nosotros aún debatimos: si fue Ormonde o Eclipse el caballo más rápido".
Pero hoy aquí, en Epsom, los espectadores tenemos otro problema no menos arduo y más urgente: saber cuál de los 14 participantes del Derby-97 será el más rápido. De lo único que estamos seguros es del nombre del favorito, Entrepreneur, respaldado por un impresionante consenso. Sus dueños no son franceses, como pudiera creerse, sino Michael Tabor -un inglés que vive en USA, donde otro de sus caballos ganó el Derby de Kentucky- y la hija de Vincent O'Brien, el genial entrenador irlandés que ensilló seis triunfadores en Epsom. Entrepreneur tiene todos sus deberes hechos, pues es hijo de Sadler's Wells (líder indiscutible de los sementales de hoy, aunque ninguno de sus hijos haya ganado aún el Derby), fue un excelente dos años, ha vencido en las Dos Mil Guineas de Newmarket y cuenta con el entusiasta visto bueno de Lester Piggott, el máximo especialista en la carrera cumbre. Hace mucho tiempo que no tiene el Derby favorito tan abrumador.
¿Sus mayores rivales? Principalmente dos, ganadores de las pruebas previas más significativas para la palestra de Epsom, a los que se achacan defectos simétricos. Silver Patriarch, un tordo grandullón y potente, venció en Lingfield pero que se sospecha que su paso inicial es demasiado lento y que se impone más a fuerza de machaconería que de aceleración fulgurante: no llegará a tiempo. Lo blanquecino de su color tampoco le favorece, pues ningún caballo tan pálido ha conseguido llevarse el Derby desde 1946. El ganador en York, Benny the Dip, corre en cabeza y hacerse con el Derby de punta a punta es cosa demasiado problemática: no aguantará tanto. Por contraste con el patriarca, Benny es casi del todo negro. Su dueño y criador es un americano paralítico que todos los años envía uno solo de sus caballos, el mejor, a probar suerte en Inglaterra. Pone a sus pupilos nombres literarios y en esta ocasión ha elegido el de uno de los simpáticos bribones que pueblan los relatos -a menudo de ambiente hípico- del humorista Damon Runyon, especialista en caracteres de este género: Harry the Horse, Sorrowful Jones, Cheesecake lke y tantos otros. ¿Por qué no bautizar a un caballo con nombre de ladrón? También hay carteristas amables, sobre todo comparados con los depredadores de mayor tamaño que andan sueltos por ahí: ¿les he contado ya lo ocurrido con el desventurado hipódromo de Madrid?
Cuando el favorito triunfa, suele decirse que lo tenía todo a favor y que eso no resulta emocionante. Pero, por mucho que la razón señale a un posible ganador, mil imprevistos internos y externos pueden aliarse para que no gane. A ello se debe la tópica y gloriosa incertidumbre del turf, acerca de la cual escribió Jean-François Revel: "La maravilla de las carreras es que en ellas hay que unir la ciencia del jugador de ajedrez con el fatalismo del jugador de ruleta". En efecto, tal como estaba previsto Benny the Dip tomó alegremente la cabeza y entró destacado en la recta final; pero cuando llegó el momento decisivo y en contra de lo previsto, Entrepreneur no fue capaz de acelerar para alcanzarle. Entonces, allá en la cola del pelotón, una gran mole gris se desperezó como la ballena blanca cuando sale a la superficie. Conregulares y enormes zancadas, Silver Patriarch inició la caza, rebasando a todos los demás contendientes y llegando a ponerse a la altura de Benny the Dip, que apuraba sus últimas fuerzas. Cruzaron la meta juntos, nimbados por el estruendo del griterío popular. Y pasó una cosa semimágica, que la moviola del televisor nos permitió paladear después: un tranco antes de la línea final la testa canosa del patriarca estaba delante, lo mismo que al tranco siguiente de haberla cruzado. Pero en el momento exacto mismo fue el pequeño morro negro quien tocó primero la raya. El carterista le había birlado el Derby.
Según Chatwin, cierto beduino del siglo pasado diseñó este plan escatológico: "Iremos hasta Dios, le saludaremos y si se muestra hospitalario nos quedaremos con él; de lo contrario montaremos a caballo y nos largaremos". ¡Así se habla! Si, como es de temer, ni cielo ni infierno nos bastan, volveremos a Epsom.
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