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Nostalgia

Sí. Algunos, en vez de marcharse ahora, regresan precisamente ya mismo, cuando la mayoría de los pobladores de Madrid acaba de cerrar las maletas y comienza a paladear la dulce víspera de unas vacaciones tan necesarias como éstas. Porque, como decía el poeta francés, el placer reside en la víspera.En tanto que para unos todo resulta ahora concebible y cualquier sorpresa grata tiene cabida en este preludio del descanso, para los que retornan ahora el mes de agosto se enciende como un infiernillo perverso dispuesto a torrarlo todo, seres y cosas, incluso los bellos recuerdos mansos acopiados primorosamente durante la reciente holganza.

Los recién llegados ni siquiera han tenido el placer de ver descargar sobre Madrid la atronadora cantidad de 1.700 rayos que zarandeó la ciudad estremeciéndola en una noche de julio entre conmovedoras iluminaciones y palideces fantasmagóricas; perdieron así la ocasión de volver a descubrir que la naturaleza, aun en una urbe como esta nuestra, se hace notar de tal manera para recordarnos que aún, aún no la hemos vencido del todo.

El miedo regresó entonces a muchos corazones, porque el cielo parecía tan enfadado con nosotros como, cuando niños, pensábamos que desde las nubes más oscuras, esas que rezumaban plomo, se nos quería castigar por ser bastante malos.

Ha sido una lástima para los ausentes haber quedado al margen de un acontecimiento de resplandores y de miedos como el de tal noche. Ni Goethe hubiera podido, glosarla con sus brujas de Walpurgis.

La nostalgia de la gran tormenta, que no pudieron contemplar los que ahora comienzan a regresar, la añoranza del estremecimiento vivo que abrasó esa noche tantos corazones de madrileños y madrileñas, tal vez se haya convertido para ellos, para los ausentes, en la metáfora de una esperanza: el deseo de idear un equilibrio todavía posible entre Madrid y la naturaleza, tan descompensado a favor -hasta el momento- de la gran urbe.

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