Aquellos veraneos
Cualquier tiempo pasado fue distinto es afirmación que difícilmente desatará la controversia. Veranear quería decir pasar las vacaciones estivales en lugar distinto de aquél en que habitualmente se reside. La segunda acepción académica dice: "Sitio donde algunos animales pasan el verano". Aceptable. Hoy todo se contrae a esas dos, cuatro, seis semanas que paralizan la vida del país, en las que buena parte de los habitantes de las grandes concentraciones urbanas se lanzan hacia los litorales y las montañas para ocupar el hotel o el apartamento con vistas y servicios que suelen acercarse al 68% de lo prometido en la propaganda turística.Hace 70 u 80 años eran muy pocos los madrileños en condiciones de abandonar la capital desde primeros de julio a últimos de septiembre. Si hoy el asunto está condicionado por las vacaciones estudiantiles, entonces la Corte imponía el calendario, procurando el clima húmedo y benigno, para lo que existían reales sitios, cercanos pero muy aburridos. Hasta el advenimiento de la II República, fue San Sebastián el destino de 1 os afortunados. La media burguesía de la capital del reino y regiones limítrofes se desparramaba por -los lugares cercanos, creando la prosperidad de enclaves como Zarauz, Zumárraga y el aliciente hepático de las aguas de Cestona. Cae de nuevo la Monarquía y los aristócratas -casi los únicos que tenían dinero- se repliegan a las villas y palacetes que habían construido en Biárritz, durante la época dorada de la emperatriz Eugenia. Hoy son condominios, interiormente divididos, -muy solicitados.
En escalón inferior la más modesta saison transcurría en la sierra: Miraflores, El Escorial, La Granja, Torrelodones, Cercedilla, con propiedades extraordinarias para combatir las afecciones de la pleura, con lo que se referían a la tisis. El llamado elemento joven discurría entre carreras de sacos y, con notable imaginación, excursiones en burro, como medio de sortear la centinela de las mamás y carabinas y ejercitar el noviazgo, el flirt y luego el ligue, que solía terminar a veces en la vicaría y otras en la maternidad. Los madrileños con posibles se arrimaban a estos parajes refinados, pero la gran mayoría, entre los que abandonaban los parajes por éstas fechas, procuraba pasar el periodo en el lugar de origen, porque, hasta no hace mucho, los madrileños nacían en los pueblos, salvo esas excepciones que mantiene, heroicamente, la supervivencia del mantón de Manila, el vestido chiné, el bombín y las verbenas de barrio.
Veranear era lo más parecido a un éxodo: nada de hoteles, moteles, apartamentos ni ofertas de turismo rural. Si la casa natal lo admitía, allí se hacinaba el personal capitalino. La alternativa era alquilar habitaciones, incluso viviendas unitarias, generalmente desprovistas de servicios sanitarios, a las que era preciso llegar con toda la impedimenta: sábanas, mantas, almohadas, vajilla y cubiertos, ropa de abrigo, amén de un bien abastecido botiquín. Mis recuerdos infantiles, llegan, con nitidez, a los prolegómenos nerviosos en que las personas mayores empaquetaban lo necesario y la gente menuda estorbaba cuanto podía. Con la antelación prevista, llegaba el ómnibus -siempre era amarillo- contratado para llevar familia e impedimenta hasta la estación -la del Norte, en el caso- donde los mozos de cuerda, avisados o contratados sobre el andén, cargaban sobre sus lomos bultos y baúles. Tenían la cara colorada, quizá por el fatigoso ejercicio al aire libre y la comprensible inclinación hacia el morapio.
La madre solía ocuparse de estas operaciones con reiterados recuentos: "A ver, ¿dónde está Paquito? ¿Y Carmen, Jaime, Pilarín ... ?". Entonces, en España nadie se llamaba Vanessa o Johnatan, créanme. El viaje en el tren era un trasiego del hollín y la carbonilla de la locomotora. Un viaje, por ejemplo, entre Madrid y Gijón, o A Coruña, tardaba, en aquella época, aproximadamente lo mismo que hoy. Íbamos a veranear en aquella aldea asturiana que ofrecía, sin tasa, emoción y añoranza entre los adultos y muchos días de bendita lluvia para hidratarnos a todos.
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