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Reportaje:EXCURSIONES: TEJERA NEGRA

Un hayedo en la nevera

Este parque natural acoge el mayor bosque de hayas del Sistema Central, una reliquia de la última glaciación

Hace 9.000 años (otros autores dicen que sólo 5.000, así que, regateando, podemos dejarlo en 7.000), las hayas colonizaron la península Ibérica aburridas de ver nevar en sus cuarteles de la Europa central, donde por aquel entonces cundían los glaciares y soplaba un cierzo que afeitaba.En España también hacía un gris, pero menos, de modo que los hayedos pudieron disfrutar durante un par de milenios de unas vacaciones en parajes tan pintorescos como la sierra de Francia o la del Guadarrama.

Luego, los hielos volvieron a sus polos, las hayas se retiraron al húmido septentrión y en nuestro cálido Sistema Central sólo quedaron como recuerdo el hayedo de Montejo, el del puerto de la Quesera y el de Tejera Negra, los tres en el macizo de Ayllón.

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Allende Somosierra

En 1864, don Casiano del Prado detectó hayas todavía más al sur, en Cercedilla y El Paular, mas el hacha se ocupó rápidamente de poner las cosas en su sitio.

Es el macizo de Ayllón un dédalo de montañas ásperas y pizarrosas que se extiende a levante de Somosierra, en cuyas crestas descarnadas y barrancas agrias se confunden las fronteras -¡y a quién le importan en estas soledades!- de Madrid, Segovia y Guadalajara; a esta última provincia corresponde, según los burócratas, el parque natural del Hayedo de Tejera Negra, que en sus 1.641 hectáreas alberga la población de Fagus sylvatica más extensa y preciosa de la España central. Comparado con este gigante, el tan cacareado hayedo de Montejo (250 hectáreas), por el que miles de madrileños beben los vientos y aun se avienen a solicitar permiso con semanas de antelación para pasear durante una mísera hora por el interior de su recinto vallado, es un bonsai digno de lástima.

El anonimato en el que felizmente vegeta el hayedo de Tejera Negra obedece a una razón nada misteriosa: y es que para acceder a él desde Madrid se impone dar un rodeo de bemoles por Somosierra, Riaza y Ayllón, para luego seguir por carreterillas de tercer orden hasta Cantalojas, villorrio del que parte una pista forestal con baches a porrillo, la cual culebrea durante ocho kilómetros trepidantes -nos retiemblan las carnes sólo de recordarlo- hasta llegar al corazón del parque natural.

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Sin comodidades

Allí, a trasmano de autopistas asadores y demás comodidades con marcas de pintura blanca sobre jalones de madrera que remonta el río Lillas Lillas por la margen derecha para, nada más cruzar un regato, tomar monte arriba por el camino que antaño seguían los fabriqueros con sus carros de carbón; de ahí su nombre.Y de ahí también que, al cabo de un rato, el excursionista se tope con una didáctica reconstrucción de una carbonera: una pila de leña, cubierta de retama y arena, preparada a manera de horno para hacer carbón.

Ya en los dominios del hayedo, el caminante habrá de atacar un breve pino, pero repecho, que le permitirá asomarse a la pradera de Matarredonda, mirador desde el que se atalaya la cuerda de las Berceras y su más alta cima de la peña Buitrera (2.046 metros), así como la fronda tornasolada de las hayas -siempre quedan hojas bermejas del pasado otoño- coloreando las laderas de umbría.

Cabeza mojada, pies secos

Cabeza mojada y pies secos: tal es la prescripción que rige la salud de las hayas. Y precisamente son fuertes pendientes como éstas, expuestas a los vientos húmedos del Norte y muy bien drenadas, los únicos enclaves del interior peninsular en que estas reliquias de días más fríos han logrado perdurar, casi cual si los largos inviernos del macizo de Ayllón las conservará como en nevera.Sin perder de vista las señales, el excursionista seguirá la senda ecológica del parque -entre pinos silvestres, robles melojos, ser-bales, saúcos, mostajos, tejos...- hasta el collado del Hornillo, y, desde aquí, en brusco descenso, regresará a la orilla del río Lillas, donde empieza y acaba esta gira por el bosque que surgió del frío glacial.

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