Terror en directo
No hace mucho tiempo que en España aún se discutía sobre la conveniencia de silenciar las actividades terroristas. Políticos y periodistas intercambiaban, puntos de vista sobre la relación entre publicidad y terrorismo. Había gente, incluso gente razonable, convencida de que la peor onda expansiva de las bombas eran los titulares periodísticos. Naturalmente, los medios no aceptaron las recomendaciones políticas: el terror es un fenómeno demasiado público para ser ignorado en una democracia. Y siguieron dándole al terror una cobertura informativa, sujeta a la importancia de las acciones, pero en cierto modo estable. Esa estabilización informativa se ha roto ahora con el asesinato de Blanco. La intimidad del acto terrorista -la intimidad de la muerte- ha saltado por los aires.La brusca mutación se ha producido por una confluencia de factores. Algunos menudos, pero decisivos: el hecho, por ejemplo, de que el crimen sucediera en un fin de semana de verano. La escenificación del asesinato ha sido, por supuesto, el factor más importante. Sólo falta que a los media les preparen un guión dramático y un plató durante 48 horas: ETA no contó que entre éste y su último crimen similar -el de Martín Barrios- han transcurrido 14 años, cuyo rasgo principal es la absolutización de lo mediático. La escenificación venía precedida, además, de otro hecho insólito: la filmación de un zulo -la mayor aportación vasca a la lengua común-, en donde un hombre había pasado casi dos años. Todo ello, en fin, ha supuesto una inédita movilización mediática, una amplificación del crimen y del dolor. La consecuencia es simétrica: las calles -y los políticos- se han visto desbordados.
Ignoro el futuro de esta ofensiva mediática. Sí parecen claros dos asuntos: que nunca antes se había producido y que ninguna batalla decisiva de la contemporaneidad puede producirse fuera de los medios.
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