Dos muertos por una tuerca
Eran las 14.30 del 28 de marzo de 1993 y el motovelero de madera J5 rizaba el aire de Móstoles con sus giros. Rápida, perfecta, silenciosa, la aeronave al mando del experimentado piloto Joseph L., de 33 años, mostraba la versatilidad de sus 110 caballos de potencia a sus futuros compradores. Bajo un cielo limpio, el vuelo de exhibición iba a entrar en su última fase cuando, de repente, se quebró estruendosamente en el aire y cayó a tierra convertido en una lluvia de escombros. El piloto y su acompañante habían muerto. Las primeras pesquisas de la Comisión de Accidentes de la Aviación Civil no advirtieron nada anormal: la capacitación del piloto estaba fuera de toda duda, la aeronave disponía de los certificados necesarios y las únicas fuerzas que parecían haber intervenido eran las aerodinámicas.En la investigación posterior se reconstruyó el avión pieza a pieza. Guiaba este minucioso trabajo una sospecha: la avioneta había sufrido un fallo mecánico. Una vez terminado el trabajo de recomposición, se encontró la respuesta al interrogante abierto por el accidente. La causa del siniestro había sido una simple tuerca del estabilizador de cola.Ésta tuerca se había soltado en pleno vuelo, desencadenando una reacción en cadena que, con ayuda de la presión aerodinámica y una mala encoladura de los refuerzos del larguero, acabó por pulverizar la estructura de la nave. Nada más conocerse este hecho, la comisión elevó una recomendación para que se revisase en fábrica el procedimiento de montaje de estos aparatos, y para que se paralizasen los vuelos de todas las aeronaves de este tipo hasta que no subsanasen este defecto. El informe sobre el accidente está ahora en manos del juez. Él deberá establecer la responsabilidad del siniestro
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