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Tribuna
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Propuestas alternativas

Para estas etapas larguísimas y planas, sin caídas masivas ni abanicos contra el viento, dado que la organización se niega a suprimirlas, podrían los corredores entretenerse con rifas entre el pelotón, resolviendo sus entrevistas personales, redactando cartas a sus novias, anunciando depilatorios que tan suaves dejan sus piernas o simplemente bajando de la bicicleta a saborear un helado a lo Bahamontes.Un amigo que me acompañaba ayer en los bostezos, suponiéndome experto, pedía mi opinión sobre Anquetil, homenajeado en el prólogo del Tour, curiosamente en el lugar menos adecuado para un ciclista. A Anquetil la leyenda le atribuía velar las noches de la carrera jugando al póquer y refrescándose con champaña hasta que amanecía, se duchaba y partía hacia la firma del control.Yo no garantizo ante notario la anécdota, pero lo cierto es que basaba sus triunfos en una planificación de la etapa para poder ganarla con el mínimo esfuerzo. Aquellos 15 o 20 minutos, a veces hasta media hora, que Fausto Coppi sacaba a sus adversarios, Anquetil los redujo a segundos que administraba sabiamente hasta llegar a París. En cierto modo, esta tecnificación duplicaba su valor como ciclista, pero con ella inició el camino hacia el distanciamiento de la aventura. Sólo el Caníbal -ya lo saben, Eddy Merck-, que iba a por todas y la por todo, nos devolvió la nerviosa emoción que convertía cualquier etapa en una etapa reina. Pero hoy día eso es el ciclismo, una alternancia entre locos desenfrenados y metódicos casi robotizados clínicamente. Por mi parte, prefiero un Chiapucci no ganador a un aburridor en el podio; por cierto, podio donde el inevitable ganador de ayer, el rey de las volatas, Cipollini, seduce no sólo a las muchachas del beso en sus mejillas, sino a todas las femeninas seguidoras del Tour.

Luis García Berlanga es director de cine.

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