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Un busto poco, fotogénico

Los recuerdos de la historiadora Carmen Llorca, a única mujer presidenta del Ateneo en un siglo

"Yo, junto al busto de Franco, no hablo". El escritor Ramón J. Sender,, invitado hace 23 años a dar una conferencia en el Ateneo madrileño, se mostró inflexible ante la entonces presidenta de esta institución, la historiadora Carmen Llorca. En 1974 faltaba más de un año para que el dictador pasara de generalísimo a finado y a esta mujer le llovían los problemas. Sender no quería aparecer en los periódicos de Estados Unidos, donde vivía exiliado, retratado junto a Franco. Llorca encontró una solución. Ella se colocaría entre la molesta escultura y el escritor, para que la imagen no pudiera verse. Días después, alegando la reparación de unos desconchones, la presidenta ordenó retirar la escultura de la sala de conferencias, que quedó intencionada y definitivamente en un rincón.No fue la única ocasión durante los 20 meses que ocupó la presidencia del Ateneo, desde 1974, que Llorca tuvo que recurrir a esas sutiles estrategias que sólo una mente femenina puede fraguar. Fue la primera vez, y por el momento la última, que una mujer dirigió esta institución creada en 1885. Ella era entonces funcionaria del Ministerio de Información y Turismo y fue designada por el ministro Ricardo de la Cierva, quien antes se lo había ofrecido a Camilo José Cela. "En el último momento, Cela se echó atrás. Se preveía el cambio político y no quería que le cogiera ocupando un. puesto de designación. Yo no tenía esa preocupación. Cualquier cosa que me propusiera el ministerio lo consideraba un destino más", se sincera esta mujer de 76 años, soltera, dedicada ahora a su eterna pasión, la investigación histórica.

Cuando llegó a la presidencia del Ateneo del que es socia desde 1947, el edificio llevaba más de un año cerrado por obras. Sólo quedaban 350 atenuasteis. El resto, desanimados por la escasa actividad intelectual y la falta de expectativas y libertades, se habían dado de baja. Tras la guerra civil, la secretaría general del Movimiento se hizo cargo de él. Perdió todo su carácter privado e independiente y llegaron a cambiar su nombre por el de Aula de Cultura y a arrancar el lagotero masón. "Mi primer objetivo era reabrirlo y lo conseguí en abril de l974", asegura. "Le devolví el nombre de Ateneo Científico, Literario y Artístico y restituí el triángulo masón".

El obstáculo más duro era la siempre en guardia Dirección General de Seguridad, a la que la presidenta debía informar obligatoriamente del programa previsto y, sobre todo, del nombre de los conferenciantes.

Esta mujer de gesto mesurado y cuidado aspecto clásico, exquisita en el trato, que se reconoce pragmática y liberal-conservadora, tuvo la oportunidad de comprobar cómo se las gastaba el régimen. "Un catedrático me vino a pedir que dejara pronunciar una conferencia a Enrique Tierno Galván cuando se le estaba negando la posibilidad de hablar en todos los foros. Dije que sí y recibí inmediatamente una llamada del director de Seguridad. Me amenazó con enviar un comisario y en caso de incidente sería encarcelada en Carabanchel". Por fortuna para ella, aunque en ese momento le sentó fatal, Tierno no se presentó a la conferencia.

"Siempre que venía un orador de izquierdas como Alberto Moravia, Ionesco, Ester Vilar o Rosa Chacel- recibíamos amenaza de bomba y se producían tumultos, pero se llevaba a cabo", añade.

De todas las críticas, la que más le ha dolido fue la acusación de dar la orden de retirar el retrato de Manuel , Azaña, el político republicano que también fue presidente del Ateneo. "Es una mentira indigna, un insulto", protesta sin sulfurarse. "El día que inauguramos el Ateneo no había ningún retrato de Azaña y el mismísimo Ricardo de la Cierva trajo uno. Poco después vinieron a verme las sobrinas de Azaña, y un tanto azoradas me comentaron que no les gustaba nada el cuadro de su tío y que ellas podían ceder uno pintado por Segura. En un acto íntimo, tal como eligieron, se descolgó el primer retrato, en verdad horrible, y se colocó el donado por la familia, que aún está". Ni el retrato de Llorca ni el de ninguno de los presidentes que ocuparon el cargo durante la dictadura, todos nombrados directamente, figuran en la galería del Ateneo.

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Insiste en resaltar sus logros: "Conseguí que la mitad de los miembros de la junta rectora fueran mujeres, aunque recibí ataques muy duros por parte de ellas. Cuando me marché, el número de socios había pasado de trescientos a más de 4.000".

En 1994 se presentó de nuevo como candidata a la presidencia. "Pusieron una nota en el tablón de anuncios denegándome la candidatura con el pretexto de que no era socia, pero todos los que hemos SIGO presidentes somos socios de honor. Pero no recurrí la decisión".

Ahora asiste desde la barrera -ya no frecuenta la sede del Ateneo- al denominado golpe de Estado que un grupo de socios ha protagonizado hace menos de un mes y que colea: "Lo que ha ocurrido es una historia más de esta institución viva, simpática, divertida y agradable. Yo no soy partidaria de los métodos drásticos, como forzar las cerraduras, pero comprendo la reacción de los socios. La junta de gobierno debe respetar los procedimientos democráticos, y, al parecer, no lo ha hecho".

Llorca tuvo una presencia política importante en la transición. En 1982 fue diputada de Alianza Popular y en aquella legislatura fue también la única mujer que formó parte del Consejo de Administración de RTVE, y en 1986 fue elegida eurodiputada, experiencia de la que se siente muy satisfecha

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