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FÚTBOL

El Mallorca envía al Rayo a Segunda

El cuadro vallecano jugó 79 minutos con 10 jugadores

El Rayo se suicidó. Lo hizo en el minuto once, cuando la expulsión de Muñiz le mandó a Segunda. Luego pasaron muchas cosas, todas con muy mala pinta para los vallecanos. Excepto su triunfo y sus ganas de vivir. Nada de eso fue suficiente.El Rayo planteó la batalla con las armas afiladas. Nunca mejor dicho. Lo hizo, quizá para asustar, mostrándose con la daga entre los dientes, al abordaje. Su aparición en escena estuvo adornada de una sorprendente violencia. Para marcar el territorio, se supone.

Once minutos después, el Rayo se había suicidado. Se tragó la daga cuando Muñiz vio llegar a toda velocidad a Carlos y a por él que se fue. Le atropelló. Se llevó por delante al pequeño delantero, como también se hubiera llevado al séptimo de caballería en pleno. No es que la entrada estuviera fuera de lugar, que lo estaba. Es que era absurda, determinante y mortal para el Rayo. Porque quedaban ochenta minutos por delante. Un mundo, un penoso paseo por lo que se antojaba el corredor de la muerte.

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Muñiz felicitó al árbitro

Nunca enseñó el Rayo un fútbol aseado. La urgencia no suele aliarse con la imaginación. Fue aquella su verdugo, con la ayuda inestimable de Muñiz. Huérfano de criterio, todo se redujo a un continuo echar el balón a volar. Por si servía de algo que Guilherme y Klimowicz se elevaran y se desriñonaran en la tarea.

Que el Rayo jugaba contra sí mismo lo demostró otro detalle lejano a su fútbol. Desde que se llevaban disputados veinte segundos de partido Guilherme estaba cojo. Un expulsado, un lesionado que no es sustituido... El Mallorca no estaba en Vallecas; estaba en el paraíso.

Mas no lo vieron así los de la isla. A los que en muchos momentos les faltó autoestima. Se encontraron un rival que blandía el hacha de guerra y un árbitro que, por poner un ejemplo, amonestó a Carlos porque permitió que José María le propinara un espectacular codazo. En sus coléricas protestas se les iba la fuerza. El Rayo apelaba a la heroica para limitar su inferioridad numérica. Llegaba arriba en oleadas, zapatazo va, zapatazo viene. Tres veces cabeceó Klimowicz en los primeros veinte minutos y arriba la mandó Cota.

El mundo al revés.Galca, un jugador de Primera se le mire por donde se le mire, no aparecía, encorsetado en un sistema que convertía a Carlos en el único atacante, henchido el hombre de soledad y de ganas de correr hacia todo lo que le llegara. La primera vez que Galca conectó con él crearon peligro. Y debió entonces darse cuenta el Mallorca que jugaba con uno más y contra un rival seco. Apretó y supo que podía ganar.

Pero llegó el penalti, la épica, el zafarrancho, el Rayo apretando, la pasada temporada, Onésimo, la historia planeando en el horizonte del Mallorca. Qué miedo. El Rayo ganó en pegada, que no en buen fútbol. Guilherme probó a Kike y De Quintana cabeceó alto. Vallecas era un puro alborozo cuando Llompart, en el banquillo del Mallorca, dejó de tiritar y pensó que quizá con un poco de valentía las cosas mejorarían. Y sacó a Obiku. Instantes después Galca lanzó largo a Stankovic, que se decidió a correr su banda. Levantó la cabeza, Obikii arrastró a la defensa, Carlos se fue al segundo palo y asunto resuelto. Gol.

Vuelta a empezar. El Rayo necesitaba dos goles y el apoyo del santoral en pleno. Jugaba con nueve y con un cojo, Guilherme, dispuesto a morir en el empeño. El gol de Cortijo les puso a todos cara de héroes.

Ocho minutos restaban para el final. Pero el Mallorca supo lo que le convenía: distraer el balón y seguir lanzando a sus delanteros. El campo se dividió en dos. A un lado un área; en al otro, la contraria. Pelotazos mandaba el Rayo y pelotazos les devolvía el mallorca. Si no había habido fútbol hasta entonces no lo iba a haber ahora. Guilherme lanzó un tirito que paró Kike, quien tuvo que esmerarse más para detener el de Quintana. Era aquél el último estertor de un equipo que ha pasado de la Liga de las estrellas al infierno.

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