La pesadilla interminable
En un comunicado radial captado desde Bangkok, los khmers o jerneres rojos de Camboya acaban de anunciar "el fin de la traición" de Pol Pot. Hacía pocos días, uno de los hombres fuertes cercanos a Pol Pot había sido ejecutado en circunstancias confusas, junto a su esposa y a algunos miembros de su familia. El comunicado radial de ahora se interpreta de diferentes maneras. Podría indicar que el antiguo jefe de los khmers rojos, replegado en una región selvática que limita con Tailandia, fue ajusticiado -por sus ex partidarios o que consiguió cruzar la frontera y refugiarse en tierras tailandesas, donde cuenta, al parecer, con importantes recursos económicos. Es el fin, en todo caso, de su guerrilla, de sus restos de poder, de uno de los personajes y uno de los movimientos políticos más sanguinarios, más defirantes, más inhumanos de este siglo. No conviene dejar pasar el episodio sin dedicarle un momento de reflexión, por muy lejano de nosotros que parezca. Y sin esperar que el siglo próximo sea menos insensato, menos ciego y oscuro.En la diplomacia chilena de los comienzos de la década de los setenta, en los primeros tiempos de la Unidad Popular, en plena guerra de Vietnam, los contactos con los representantes de la llamada "Kampuchea democrática", es decir, de la coalición que combatía contra el régimen pronorteamericano del general Lon Nol, eran muy frecuentes. Me tocó participar en algunas de esas conversaciones en dos ciudades que en aquellos años, guardando, claro está, las debidas distancias, tenían un significado estratégico en la política internacional: La Habana y París. La Habana era todavía la capital o una de las capitales del tercermundismo revolucionario. París, debido a sus relaciones históricas con toda la región de Indochina, se había convertido en un centro indispensable de información y de negociación entre todas las partes. Muchos personajes claves del Vietcong, de Vietnam del Norte, del Frente de Kampuchea, pasaban por París . Henry Kissinger, enton ces asesor del presidente Nixon, desembarcaba desde Washington y entablaba conversaciones secretas. Desde nuestra posición peculiar, como representantes diplomáticos del imprevisto y un tanto ingenuo proceso que se había iniciado en Chile, teníamos una visión parcial, a veces interesante, incluso apasionante, de lo que ocurría. No éramos actores de nada, pero en calidad de espectadores habíamos alcanzado algunos privilegios. La mayoría de los camboyanos de la oposición a Lon Nol que me tocó ver en aquellos días eran personas de cultura, de formación francesa., bien relacionadas con la izquierda socialista, pero también con sectores del gaullismo. Alguno de ellos me contó que el general De Gaulle había advertido al príncipe Sihamik sobre el golpe en su contra organizado por sectores del ejército con pleno apoyo de la CIA. Quizá el general De Gaulle, con su olfato político excepcional, adivinaba el peligroso destino de Camboya en medio del conflicto armado en toda la península.
Los khmers rojos, encabezados por Pol Pot, entraron en Phnom Perth el 17 de abril de, 1975. Pocos días después caía Saigón en poder de las fuerzas revolucionarias vietnamitas. El Gobierno de Pol Pot y de sus seguidores, que se prolongó hasta los primeros días de 1979, fecha en que Phnom Penh fue capturado por las tropas vietnamitas prosoviéticas, es uno de los episodios más asombrosos y más extremos de la historia contemporánea. Su observación cuidadosa lo lleva a uno a desconfiar por principio de las revoluciones, a pensar que todo cambio social debe ser llevado a cabo con prudencia, con un respeto profundo frente al peso enigmático de la realidad y a la fuerza del pasado. No hay duda de que los primeros en jugar con fuego, con notable irresponsabilidad, con arriesgado y desdeñoso simplismo, fueron los hombres de Richard Nixon y de la CIA, que favorecieron el golpe de 1970 sin comprender el sentido de la tradición monárquica que representaba Sihanuk.
Nacionalista, aislacionista, antisoviético, aliado distante de los chinos, Pol Pot quiso realizar en poco tiempo una especie de utopía agraria. Sacó por la fuerza a centenares de miles de personas, a cerca de dos millones, según investigaciones recientes de Phnom Penh, la capital, y las distribuyó por el campo en forma absolutamente arbitraria. Mantuvo una situación de éxodo permanente mar cado por el terror y dirigido por jóvenes soldados que tenían instrucciones de matar ante la menor indisciplina. Los intelectuales fueron considerados como lacras del pasado burgués y tratados con la más implacable crueldad. Se llegó al extremo, probablemente único en la historia humana, de prohibir el uso de anteojos o de hacerlo imposible porque delataba la con dición de sus usuarios. Los pro fesores, ingenieros, médicos, abogados, estaban obligados a ocultar sus antecedentes profesionales y a efectuar los traba jos manuales más duros.
Cuando Vietnam, después de numerosos incidentes y choques armados fronterizos, invadió Camboya en 1978, anunció que los khmers o jemeres rojos habían asesinado a alrededor de tres millones de personas, vale decir, cerca de la mitad de la población del país. Los sectores norteamericanos mejor informados manejaban entonces una cifra cercana al millón de personas. Las investigaciones más recientes, que han conducido al encuentro incesante de nuevos entierros de cadáveres, demuestran ya que las cifras declaradas por los servicios de Vietnam no eran tan irreales.
Después del extraño anuncio del "fin de la traición" de Pol Pot, han estallado combates nocturnos entre los guardias del "primer" primer ministro, el príncipe Norodom Ranariddh, que representa la tendencia nacionalista y monárquica del rey Sihanuk, apoyada por algunos khmers rojos disidentes, y las tropas del "segundo" primer ministro, Hun Sen, heredero del antiguo comunismo provietnamita y prosoviético. A todo esto, corren rumores de que Pol Pot todavía está vivo, preso de sus ex compañeros de armas, y de que podría ser juzgado por un tribunal internacional. Pero son muchos en Camboya, y quizá fuera de Camboya, los que tienen miedo de un juicio de esta naturaleza. La memoria de Pol Pot es el núcleo principal, una de las claves centrales de esta pesadilla de nuestra época, pesadilla que todavía no termina del todo.
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