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Tribuna
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Tanqueta

¡Ciudadanos! Preparaos, colegas, porque la tanqueta de Leganitos ataca de nuevo con brío. En esta ocasión irrumpe como una leona, la Massielona, la reina de las chinchillas, la esencia del bla, bla, bla, esa oscura golondrina libre sin dejar de ser libertaria.

Estruendosa madrileña, Massiel regresa con una consigna procaz: Desátame. Cada cual puede adivinar qué coño hay que desatar en una hembra tan desatada ella, la muy discreta, la muy caliente, la muy desparpajada. Y susurra esta plegaria clamorosa: "Desátame los tobillos con tu boca / y muérdeme el cuello hasta volverme loca". Pocas vampiresas serían capaces de musitar declaraciones tan cartesianas. Pero ella es así de inocente.

No es extraño que algunos ciudadanos clamen al verla pasar: "Le canto a mi madre / que dio vida a mi ser. / Y canto a mi padre, / que también tuvo que ver". Y cosas por el estilo. Massiel es más que una cantante; es un símbolo del calibre de Agustina de Aragón. Cuando la memorable huelga de músicos y actores de 1976, la Massielona se arremangaba el alma e irrumpía en el despacho de Fraga Iribarne: "Manolo, por Dios, échanos una mano". Y siendo Juan José Rosón ministro del Interior, todavía iba más lejos. Porque ella tiene un gran coraje, o varios (dicho sea sin triples intenciones). Los varios son espermatozoides asilvestrados y montaraces. Es más fácil encontrar rosas en el mar.

Massiel es más madrileña que la morena de mi copla. Sus más íntimos se permiten licencias de tamaño calibre: "Massiel es más fuerte que Blancaleches y los siete onanitos" pero, cual diosa pagana, replica: "Los onanitos son héroes anónimos de Madrid, capital mundial de los cereales".

Además, la muy camaleona, sabe lidiar por la izquierda, la derecha y el centro. Es una bruja. Logra reunir al inefable Octavio Acebes (ay, Dios) con Carmen Alborch (ay, Virgen) en el cielo; el cielo de Pachá, por supuesto. La tanqueta dispara de nuevo. ¡Qué mujerona!

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