Contra Europa
En las recientes campañas electorales europeas (Gran Bretaña y Francia) pocos han defendido la Europa de Maastricht. Delors, desde un año antes, recordaba que él siempre se había mostrado muy reticente con el Tratado de la Unión Europea "por cómo se hizo y se presentó, porque dejó de lado la política social, porque no tiene dimensión política, por el irrealismo de las propuestas sobre la llamada política exterior". Si el "primer europeísta" manifestaba abiertamente sus reservas, no puede sorprender que los líderes de uno de los partidos más europeístas del continente, el socialista francés, hiciera declaraciones estas últimas semanas del tipo: "Ahora diríamos no a Maastricht" (Manuel Valls), "hay que dar vuelta a la página de Maastricht" (J. L. Melenchon), "es necesario un nuevo tratado europeo" (J. L. Bianco). Incluso los más europeístas, precandidatos al Ministerio de Exteriores, afirmaban que "mi Europa se parece cada vez menos a la actual" (Fabius) y "el pecado mayor [de Europa] es el olvido de lo social para pensar sólo en lo económico y, más aún, sólo en lo monetario" (Rocard).La ex ministra de relaciones europeas, la atractiva Elisabeth Guigou, no dudó en afirmar que tal como estaba la revisión del Tratado (en la Conferencia Intergubernamental que acaba de finalizar en Amsterdam) no se podía firmar, y el mismo Jospin decía que entre el crecimiento y el empleo, por un lado, y los criterios de convergencia, por otro, escogía los primeros.
En el Reino Unido, el New Labour, europeísta contra las ambigüedades de Major y el antieuropeísmo de gran parte de los conservadores, hizo una campaña electoral que todo el mundo consideró muy próxima a los euroescépticos. Ni Blair, ni Cook (ministro de Asuntos Exteriores) son thatcherianos. Precisamente porque heredan un país con una dramática factura social y suceden a un Gobierno caracterizado por la arrogancia y el autoritarismo, no pueden aceptar una Europa cuya unión económica no está vinculada a los derechos sociales y que tome decisiones políticas entre el secreto del Consejo de Ministros y la irresponsabilidad tecnocrática de la futura barica federal.
El vencedor de Maastricht, Kohl, ya no puede imponer los intereses de Alemania al resto de Europa como hizo en 1994. Su pretensión de que el Bundesbank maquille sus cuentas para hacer ver que Alemania cumplía con los criterios maastrichteanos ha sido rechazada por el poderoso Tietmayer, presidente de la banca alemana. Lo cual ha demostrado que la unión económica, tal como está prefigurada por el Tratado, es poco viable si el país más fuerte no puede cumplir los requisitos previstos, y que la relación de independencia total entre Gobiernos y bancos centrales (el modelo alemán transferido a la UE) conduce -a una impasse. El panorama es complicado. Salta a la vista el debilitamiento de la adhesión europeísta en las opiniones públicas y el crecimiento del antieuropeísmo como expresión concreta de un sentimiento más difuso: el temor que inspira la llamada "globalización".
No deja de ser chocante que el único proyecto histórico nuevo y ambicioso surgido en los últimos 50 años, el único que podría o debería movilizar las ilusiones y las esperanzas de los ciudadanos europeos, una vez la independencia y la democracia de sus Estados nacionales parecen haber alcanzado el techo de sus posibilidades, el único que podría representar una alternativa universalista y ocupar el vacío dejado por la crisis del ideal revolucionario comunista, este proyecto, el de la Unión Europea, se haya convertido para unos en chivo expiatorio y para otros en tibio y dubitativo objeto de culto casi vergonzoso.
¿Por qúé Europa provoca más temores que esperanzas? En primer lugar, porque. se considera un proceso tan irreversible como incontrolable o imprevisible en sus efectos. La Unión Europea se vive hoy con resignación, con miedo, incluso con indignación. Pero muy pocos ponen en duda su inevitabilidad. -Si hay antieuropeísmo es porque Europa, la de los Quince, existe. Pero, y es la segunda razón, esta unión europea nació clandestinamente, se ha desarrollado en la opacidad de las decisiones y su futuro aparece a la vez inevitable e incierto. Sus instituciones están faltas de legitimidad, y los ciudadanos, los colectivos sociales y económicos, no perciben el espacio europeo como un ámbito de participación, sino de arbitrariedad de unos pocos y de impotencia de la gran mayoría.
En consecuencia, la Unión Europea no aparece como lo que debiera y podría ser, un marco superador de las limitaciones políticas y económicas nacionales, es decir, un instrumento para consolidar o garantizar y ampliar los derechos cívicos, sociales y políticos adquiridos y para dotar a cada uno de sus componentes de unas posibilidades de presencia política, económica y cultural en el mundo de la globalización, de la competitividad y de la información generalizadas.
Tercero: el Tratado de Maastricht de 1994 y su revisión actual, en la que los Gobiernos nacionales han convergido en sus egoísmos corporativos y hasta ahora (la irrupción de los nuevos gobernantes británicos y franceses puede cambiar las cosas) han demostrado una increíble ceguera histórica, ha confirmado el escepticismo de unos y los temores de otros. Reducción del rol del Parlamento, la "cooperación reforzada" que abre la vía a una Europa reino de taifas, la subsidiariedad entendida sólo en beneficio de los Gobiernos nacionales, ningún avance participativo (de los Parlamentos nacionales, territorialización del sistema electoral europeo, acceso ciudadano a las instituciones, rol de los poderes locales y regionales), mantenimiento del secreto del Consejo Europeo, retórica o silencio sobre derechos y políticas esenciales para la ciudadanía europea como el empleo o los servicios públicos, etcétera. Un resultado, por ahora, decepcionante. Conclusión: hay muchas más razones, prácticas, inmediatas, para decir no a la Unión Europea actual que para dar un sí confiado y optimista. Creemos que cualquier proyecto europeísta debe partir de este "no".
¿Es posible un nuevo rumbo para la Unión Europea? Quizá, pero no es fácil ni es seguro. Hay algunos factores, relativamente nuevos, que aseguran cambios.
Los responsables europeos (si son eso, responsables) no pueden evitar la inquietud que produce la unión económica y monetaria de 1999. Mal si se aplaza, mal también si se realiza sin instituciones políticas que garanticen el "gobierno económico" democrático y participación ciudadana. La unión económica y monetaria sin legitimidad política puede llevar rápidamente a ingobernabilidad. Y el aplazamiento puede ser el principio del fin (como ocurrió en los cincuenta).
Para que exista Europa, para que la Unión Europea ampliada al Este no acabe en una zona de libre cambio dualizada por la globalización y las políticas ultraliberales "legalizadas" por el actual Tratado, hacen falta unas políticas públicas activas de infraestructuras y de empleo, de "proteccionismo exportador" y de cohesión social. Estas políticas no son viables legal ni funcionalmente en el marco nacional. Hace falta "Gobierno democrático europeo" para llevarlas a cabo. Ya empiezan a manifestarse los actores impulsores de un cambio de rumbo. Europa aparece como un espacio de conflicto social y de lucha sindical. Se perfilan iniciativas de la sociedad civil en torno a la ciudadanía, las migraciones, el empleo, los servicios públicos. Los poderes locales y regionales consolidan su presencia ante, más que dentro, las instituciones europeas y en el Parlamento y la Comisión hay cada vez más "sensibilidad" sobre el rumbo social y político que debe tomar la Unión Europea. Los recientes cambios de Gobierno en Gran Bretaña y Francia, que convierten a Alemania en el único país de la UE gobernado exclusivamente por el centro derecha y a España en el reducto nuevamente de lo más reaccionario de Europa, pueden significar el punto de inflexión decisivo. Los Gobiernos de orientación socialdemócrata se juegan su futuro y su razón de ser en el ámbito europeo.
Terminemos con el caso, el más actual, de Francia. Escenario posible (negativo). El centro derecha en crisis, roto por líneas políticas y personalismos opuestos, Chirac más necesitado de un psicoanalista que de un partido. El Gobierno del socialista Jospin, con comunistas y verdes incluidos, encajonado entre las múltiples demandas sociales (empleo, restauración de los servicios públicos, derechos de los sin papeles, etcétera) y las condiciones monetarias de convergencia europea (generadoras de paro y estancamiento). Reducido al ámbito nacional el fracaso es la salida más probable y el Frente Nacional se presentará como "única alternativa".
El otro escenario posible es Europa. Contribuir desde cada espacio político-nacional en dar impulso a una nueva política europea. Fundada por una declaración solemne de derechos de ciudadanos y ciudadanas. Y con unos principios constitucionales claros. Todo ello legitimado por un referéndum europeo (con unidad de tiempo, espacio y acción). Una Europa capaz de promover políticas ambiciosas de desarrollo y de empleo. Con instituciones que garanticen un Gobierno representativo y transparente y una subsidiariedad que alcance a regiones y ciudades. Una Europa basada en valores universalistas y solidarios. Que garantice una red de servicios públicos a todos sus habitantes y que se asuma como espacio de comunicación, de conflicto y de negociación. ¿Una utopía? No, el realismo necesario. El otro realismo, el escenario negativo, conduce a la catástrofe probablemente, en Francia y en muchos otros países. Y a la fragmentación de Europa. Contra Europa,. la del Tratado de 1994, es por Europa. Democrática y social. Posible y deseable.
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