Piscinas personales
El asunto de las piscinas se convierte, cada año por esas fechas, en cuestión prioritaria, urgente., Hay muchísimas. Es posible que exista, un elenco o inventario de las públicas y privadas en nuestra Comunidad. Al llegar, por avión, sorprenden las esparcidas gotas azules de variado aspecto, desde el anticuado formato oblongo a los diseños sinuosos, circulares o serpenteantes. Reconocemos, desde la altura, las de proporciones olímpicas en los abundantes clubes recreativos, de tenis y golf, las municipales y, en cantidades que lindan la saturación, las que valorizan el chalé individual, sin olvidar, al rozar el perímetro urbano, las que reúnen junto a sus límites de cemento a los habitantes del bloque vecinal.Momento, ahora, de limpiar fondos, verificar los filtros, reponer los productos desinfectantes que enrojecerán los ojos del usuario tempranero; renovar las baldosas deterioradas y tomar la decisión, tantas veces aplazada, de adquirir el artilugio subacuático que digerirá las impurezas; se le llama pulpo, con imprecisión, pues por su función depurativa debería denominarse mejillón itinerante.
La piscina, tan común en los gloriosos tiempos del Imperio Romano, y los no menos ilustres de la dominación árabe, renace tímidamente en estas resecas tierras hacia los años veinte, forja desinteresada para denodados deportistas; la más emblemática en mi recuerdo, la del Canoe, unida a los nombres de famosos tritones como Piernavieja, Valdés y otros, que fueron los Raúles y los Kiko de la niñez.
Tratemos de las que con propiedad y lealtad llaman albercas en Hispanoamérica, las particulares, que inician su desarrollo cuando el ciudadano descubre las delicias y ventajas de vivir en las afueras, indultado de la polución, el ruido y la promiscuidad. Florecen las urbanizaciones, con parcelas de 1.000 a 5.000 metros, bajo el señuelo de la existencia campestre y el fácil acceso al automóvil propio. "En un periquete llegamos al chalé, estamos en pleno campo", nos decían con legítima e indisimulada satisfacción. Entonces el periquete equivalía a unos doce kilómetros, cubiertos en 16 o 18 minutos. "Ven a almorzar el domingo, y tráete el bañador, tenemos piscina". La idea era tan fantástica como refinada. Tan buena que millares de madrileños fueron ocupando los inhóspitos terrenos, ex-pulsando a las cabras y desahuciando chabolas. Llega ron la luz, el teléfono y el agua para llenar la piscina. El primero en cavar, en cualquiera de aquellos lugares, disfrutó de enorme popularidad entre las amistades y vecino. Era un privilegio ser invitado al chapuzón, bajo la mirada condescendiente y satisfecha de los dueños, que pronto instalaron un anexo de duchas, un pequeño bar de temporada y la inevitable barbacoa.
Han pasado los años, las gentes, los sistemas. Pronto las urbanizaciones madrileñas lindarán con otras provincias y el periquete, hoy, va de los 15 a los 42 kilómetros y el desplazamiento exige entre 50 minutos y hora y media, los días de suerte. Parte de la vida transcurre en el automóvil, con el que llevar y recoger a los niños del colegio, llegar a, tiempo a la oficina, aparcar y vuelta a lo mismo. Todo ello heroicamente soportado, con la ilusión en el fin de semana, el jardincito y, con la bonanza, la piscina privada.
La divulgación de la bienaventuranza devalúa sus encantos. Aquella primera piscina encumbró a la fama al propietario, que dispensaba la regalía de remojar los michelines de quien le daba la real gana; prosperaba en los negocios y no encontró obstáculo alguno para casar a las hijas. Hasta que llegó el fatal momento en que se quebrantó el monopolio y otros vecinos tuvieron la desfachatez (le construir otras piscinas, lo que divirtió la atención de la comunidad. Hoy, en cada chalé de las urbanizaciones brilla el azul clorado y, sentado al borde, el dueño refresca su soledad y los pies. Amigos, conocidos, recién llegades, tienen su piscina y surgen amenazadoras pistas de pádel. El más sustancioso aperitivo, la cesta del marisco variado, la copa de Taittinger o la pantalla gigante de televisión, con enganche a todos los satélites, no son incitaciones válidas. La piscina se ha convertido en un objeto personal, corno el cepillo de dientes, el bolígrafo o el voto. Sic transit .
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