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Suráfrica asume el papel de potencia en el continente

La diplomacia de Pretoria despierta gracias a la guerra de Zaire

Alfonso Armada

ENVIADO ESPECIALEl sol de invierno apenas calienta el frío granito del Union Building, la sede del Gobierno sur africano en Pretoria. Desde las lomas de Meintjes Kop se domina la antigua capital del apartheid, donde en 19 10 el arquitecto británico Herbert Baker convirtió en piedra sus sueños mediterráneos: neoclasicismo coronado con teja roja. En uno de los patios interiores pájaros de hierro simulan beber en una fuente de hierro. Son vestigios de un pasado orgulloso y aislacionista que la nueva Suráfrica de Nelson Mandela heredó. "Pero la esquizofrenia de ser un elefante económico y un mosquito político tenía que terminar tarde o temprano", como escenifica un diplomático europeo, que atribuye a la crisis zaireña la virtud de haber obligado a Suráfrica a asumir su papel como "potencia continental".

Suráfrica no sólo prestó el antiguo rompehielos soviético Outeniqua, amarrado al puerto congoleño de Pointe Noire, como cobijo para la cita entre Mobutu Sese Seko y el que iba a ser el liquidador de su régimen, Laurent Kabila, sino que descargó todo el peso político y el prestigio de Mandela, fielmente secundado por su vicepresidente y seguro sucesor, Thabo Mbeki, para lograr una salida digna del dictador zaireño y un traspaso incruento de poderes.Pretoria fue uno de los primeros países en legitimar a Kabila al reconocer al nuevo Congo y que esta misma semana Mandela justificó, junto a su amigo y estrecho aliado Yoweri Museveni, el presidente ugandés, la posposición de las elecciones ante tareas más urgentes. "El antiguo Zaire es un país destruido", conviene Swanepoel, portavoz del Ministerio surafricano de Exteriores, y añade: "Nosotros tenemos confianza en Kabila". Swanepoel reitera una idea que parece haberse convertido en un leit motiv: "Como ha señalado el presidente de forma reiterada, África tiene que aprender a resolver sus problemas por sí misma. Suráfrica no está dispuesta a ser la marioneta de nadie, ni de Estados Unidos ni de Francia". Y recuerda la negativa de Mandela a la propuesta del antiguo secretario de Estado de Washington, Warren Christopher, de crear una fuerza de paz encabezada por Pretoria y financiada por Estados Unidos.En Pretoria saben que al mediar en Zaire corrían el riesgo de ser acusados, como revela un diplomático europeo en la capital surafricana, de servir a los intereses de la Casa Blanca, que sostuvo a Mobutu mientras le fue útil. Swanepoel insiste: "Debe quedar claro que no pretendemos convertirnos en una superpotencia que dicta lo que hay que hacer en el continente. No queremos tener un papel dominante, actuamos dentro de un contexto multilateral. En el caso zaireño (hoy Congo) intervinimos a petición de las partes, pero ni siquiera como mediadores, sino como facilitadores de un diálogo para ofrecer una salida digna a Mobutu y evitar un baño de sangre. Siempre hemos tenido a las Naciones Unidas y a la Organización para la Unidad Africana detrás". txs5 Aunque para la mayor parte de los analistas la política francesa quedó obscenamente en evidencia en la región -el ministro francés de Exteriores, Hervé de Charette, todavía aseguraba en marzo pasado que Mobutu era Ia única personalidad capaz de contribuir" a la integridad de Zaire-, al ex presidente tanzano Julius Nyerere, un auténtico inspirador y padrino político para la nueva generación de dirigentes de los Grandes Lagos, (Museveni en Uganda, Paul Kalgame en Ruanda, Pierre Buyoya en Burundi y Kabila en Congo), le saca de sus casillas el intento de traducir el Fin del mobutismo en Zaire como una guerra entre anglófonos y francófonos.Mandela acabó por comprender que los gigantescos problemas económicos y sociales a los que todavía se enfrenta Suráfrica, con la tasa de delincuencia más elevada del mundo (18.000 asesinatos al año), fruto de una precaria situación económica para la mayoría de la población negra y del fin de la mano de hierro que representaba el apartheid, no eran un argumento suficiente para seguir hurtando su peso político al resto del continente. Una región como la de los Grandes Lagos en implosión y un Zaire a la deriva sólo podrían echar a perder una certeza expresada recientemente por Mandela: "La paz en África es un requisito para nuestro propio éxito".

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