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Tribuna
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¿Un comunista?

Para qué sirve hoy lo que se llama un comunista es pregunta que no tiene fácil respuesta. Pero desde el momento que existe, para algo debe de servir: ni la naturaleza ni la sociedad -fieras implacables- se permiten derroches. Si se concreta geográficamente el sentido de la pregunta, aumentan las posibilidades de encontrar una respuesta razonable o verosímil.En Italia, por ejemplo, el comunista Bertinotti sostiene al Olivo. Por supuesto, la inmensa mayoría de lo que Bertinotti propone, o dice proponer, no tiene posibilidades de traducirse en la práctica: pero hay infinidad de propuestas que no se traducen en lo real y que, sin embargo, mueven el mundo. Bertinotti, o el llamado comunista de fin de siglo que pudiera representar, es el necesario signo de interrogación que se sienta en un extremo de la mesa de las decisiones. Interroga a la izquierda, por supuesto, pero nunca hasta el extremo de sabotearla.

Algo similar podría hacer Hue en Francia, aunque habrá que verlo. El comunismo hispánico se ha especializado, asimismo, en la interrogación. Sólo que de una manera radicalmente distinta: interroga a la de recha. Pero nunca hasta el extremo de sabotearla, por supuesto. Cuando el Gobierno del PP quiere establecer por ley que el fútbol es un bien de interés general, ahí está el asombroso voto de los llamados comunistas, aquellos que se ufanaban de no probar ningún opio. Y cuando el Gobierno de CiU quiere hacer de la ley lingüística la salvación de su alma, ahí están los vicarios de Iniciativa para administrarles los últimos sacramentos.

Hace algunos días, en la votación de la ley de parejas de hecho, los comunistas se aliaron con la izquierda. Tuve un rapto de alegría. Pero ahora entiendo que sólo se trataba de legalizar lo suyo con la derecha.

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