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Dino-semovientes

Vinieron las lluvias, y con ellas, la Feria del Libro, o vino a la Feria del Libro, y con ella, las Iluvias. Sea como fuere, feria y chaparrón, chubasco o incluso diluvio se llevan divinamente; ya quisieran los santiños exhumados y paseados en tiempos de pertinaz sequía por sacerdotes y fieles. Bienvenida seas, feria castiza y tradicional, aunque tu recinto se haya convertido hoy, como tantos otros, en palestra para exhibición de los famosos e invasión de las multitudes que ellos arrastran en su estela, boquiabiertas, conmovidas, desmelenadas. Y aunque muchos productos alarmantes vayan colándose en los anaqueles junto al sacrosanto libro, antaño protagonista único de esta efeméride madrileña. No importa, y si importa, se aguante. Mientras sigan existiendo libros y catecúmenos dispuestos a ingresar en la excelsa orden de los lectores, o a renovar sus votos, demos gracias y levantemos el corazón (lo tenemos levantado) hacia el Señor.Hablando de Dios, y de la feria, les cuento que don Bruce Willis, famoso actor cinematográfico estadounidense y envidiado dios consorte por su matrimonio con la adorable diosa de la carne Demi Moore, declaró hace poco, visiblemente contrariado por las adversas reseñas (le su última película: "Francamente, las críticas son, sobre todo, para las personas que todavía leen". Y no contento con esto, añadió sin pestañear: "Como la mayor parte de la palabra escrita, estas cosas correrán pronto la suerte de los dinosaurios".

Yo, que leo mucho y hasta escribo algo, quisiera replicar a Mr. Willis, aunque sin la menor acritud (pues, por desgracia, puede que tenga razón), proclamando aquí y ahora mi condición de feliz y vocacional dinosaurio. Al mismo tiempo, puedo ratificar y ratifico la vitalicia conmiseración que me inspiran quienes, pudiendo (es decir, los no analfabetos, los que han tenido la suerte y el privilegio de acceder a un nivel razonable de instrucción), no leen. Si los anacrónicos amantes de la lectura estamos a punto de seguir los pasos del dinosaurio y el dodó, aquellos que ignoran la literatura y las páginas de información y opinión de los periódicos están clausurando, de hecho, prematura y temerariamente, las manifestaciones más esenciales, la amalgama de lo que hasta ahora hemos conocido como cultura humana. ¡Qué enorme vacío debe estarles esperando al otro lado! Y.. ¿qué cosa es una persona que ignora el éxtasis deparado por la lectura de un buen libro?

No hacen falta ratones ni narices para penetrar en mundos bellísimos de ficción que hacemos exclusiva y exquisitamente nuestros, para evadirse por unas horas de las miserias de la vida humana, para absorber, humilde y agradecidamente, lo que otros escribieron, a lo largo de los tiempos, para nosotros. ¿Qué cosa es una persona que no lee el periódico? Sin duda, alguien que no sabe por dónde se anda, cuál es el lugar que ocupa en el mundo, la paloma de Alberti, un náufrago. Resumiendo: a mí me parece que quien, sabiendo y pudiendo, no lee, es... si no como un toro, que diría el otro, sí una especie de semoviente de raza indeterminada. Comer, dormir, vacar, abolir el raciocinio: una vida estabulada.Y, volviendo al señor Willis, me gustaría asegurarle que los lectores seremos dinosaurios, sí, de acuerdo, pero que todavía quedamos un montonazo, y, además, coleando.

Debería vernos en la entrañable cuesta de Moyano, en la muy galdosiana librería del pasaje de San Ginés -ambas desprovistas de las farfollas y cuerpos extraños de la Feria del Libro-, reencontrando con deleite y veneración viejas obras, amarillentas por el paso del tiempo, viejos autores que en algún momento iluminaron nuestros niños, nuestra juventud, nuestra vida. Entre éstos, y por lo que se refiere a mis primeras lecturas, Julio Verne me produce una especial emoción. Me ayudó tanto en mi infancia solitaria, me enseñó tanto, me hizo tan feliz, que cada vez que veo por las librerías de viejo Miguel Strogoff, Veinte mil leguas de viaje submarino, Un capitán de 15 años, Los hijos del capitán Grant o La isla misteriosa, sobre todo La isla misteriosa, me lleno de ternura, porque Julio fue mi abuelito espiritual.

Y eso sí que no nos lo pueden quitar a los dinosaurios.

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