De pesca por la feria
Es la primera tarde de la Feria del Libro, amenaza tormenta y todavía no funciona el servicio de megafonía que debe anunciar la convocatoria de los escritores del día debidamente numerados por casetas, un reclamo casi imprescindible para guiar a los viajeros extraviados en el proceloso piélago editorial, piensa el autor mientras se instala con sus aparejos de firmar y extiende sobre el mostrador de la barraca la carnada de sus obras, haciéndose sitio entre la competencia anónima de los otros libros.Este año le ha tocado ubicarse en un ramal de la avenida principal de la feria, una situación excelente desde el punto de vista paisajístico, no hay caseta enfrente y desde la suya el autor puede contemplar el trasiego de los patos y las barcas en el estanque. Desde el punto de vista comercial, la ubicación no es tan buena, se teme el autor; tras recorrer las 400 casetas adosadas de la calle mayor de la feria, los paseantes suelen quedar ahítos y extenuados.
El año pasado el autor tuvo que firmar una tarde emplazado justo enfrente de la caseta donde oficiaba el mismo rito un escritor que le caía especialmente mal, un creador de best-sellers ultraderechistas y ultramontanos presuntamente históricos. Ni qué decir tiene que se tomó la competencia como algo personalmientras intercambiaba furibundas miradas con su rival.
Quizá sea la proximidad del estanque lo que inspira a metáfora piscícola. Al autor le parece que los paseantes se comportan como peces asustadizos, se acercan al cebo, husmean tímidamente la carnada, la soban, incluso se demoran leyendo la solapa y el texto de la contraportada y lanzan furtivas miradas al rostro aparentemente impasible del escritor pescador. Cualquier gesto brusco, una palabia a destiempo y la pieza se alejará con un aletazo llevándose detrás de sí un cardumen de pececillos dubitativos.
Mientras espera que pique el primero, el autor atiende solícitamente a un cliente interesado por la última novela de Rosa Montero y a una fan de Carmen Martín Gaite, informa a un caballero sobre el número de la caseta en la que está firmando Antonio Gala y lamenta no tener ni pegatinas, ni separalibros para obsequiar a unos niños, de ocho o nueve años, que manosean sin complejos su última obra. Uno de los chavales sopesa en su mano derecha el Plenilunio, de Muñoz Molina e informa a sus colegas: "Mirad, éste es el más joven de eso de las letras... de las palabras". "De la lengua, de la Academia de la Lengua", apunta el autor. "¿Éste lo has escrito tú?", interroga el infante y ante el gesto de aquiescencia del interrogado toma en su mano izquierda el libro señalado y lo contrapesa con el tomo de Molina, mucho más grueso. El autor comprende por el elocuente gesto del niño que escribiendo novelitas tan delgadas nunca llegará al plenilunio académico y se compromete consigo mismo a escribir una novela río, a dejar que se desborde su incontenible creatividad a lo largo de 500 ó 600 páginas por lo menos.
El autor sabe que es bueno para su negocio que la gente se amontone frente a su caseta aunque sea para preguntar por Antonio Gala o por las pegatinas. Los peces son curiosos y gregarios por naturaleza y se suman gustosamente a cualquier aglomeración.. A río revuelto, ganancia de pescadores. El autor está a punto de firmar el primer libro de la tarde, pero a la hora de pagar el presunto comprador propone un trueque, él también es autor y lleva una maleta cargada con ejemplares de su única y voluminosa obra. Este pescador furtivo, para rizar el rizo piscícola, le ofrece un grueso tomo titulado Desastre ecológico en el río Jubia, obra autobiográfica que retrata con profusa documentación facsímil cómo la contaminación producida por una fábrica de conservas río arriba le obligó a cerrar una piscifactoría truchera de su creación y propiedad.
Resulta que el tomo en cuestión es algo más caro que la novela utilizada en el trueque, pero el autor-acuicultor perdona generosamente la diferencia y además incluye en el lote una acción de la compañía La Unión hace la Fuerza, SA, con un valor nominal de 500 pesetas. Sólo es cuestión de paciencia, en la feria siempre se acaba pescando algo, aunque sea una trucha.
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