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La madrugada de la pesadilla

Un millar de sevillistas recibió en el aeropuerto a un equipo lloroso y desolado

Carmen Morán Breña

Si no hubiera sido por los ojos enrojecidos tras una jornada de lucha infructuosa por salir de la boca del lobo, la llegada del equipo blanco a la capital andaluza en la madrugada del lunes habría parecido el recibimiento de la afición a un equipo laureado.En el aeropuerto hispalense se concentraban varios centenares de seguidores del Sevilla vestidos para la guerra rojiblanca, con las gargantas irritadas de gritar, sudando de cerveza y emoción y dando palmas futbolísticas. Una afición de Primera para un equipo que acababa de descender. Un chiringuito improvisado vendía algunas cosillas que llevarse a la boca para aquellos a los que aún tenían ganas de cenar. La marea rojiblanca se apiñaba alrededor del autobús que esperaba a los jugadores fórmando un pasillo humano de ánimo.

¿Por qué estáis tan contentos? "Porque hay que animar al equipo hasta la muerte", decía una joven hincha con la bufanda bicolor al cuello. Pero sabían que estar en Segunda no es fácil y que las cosas van a cambiar. Un deseo: -"Que la gente siga apoyando y yendo al canipo", resoplaba descorazonado otro seguidor.

Dentro, un funeral. Esperando las maletas, los jugadores tenían la mirada perdida. Se derramaban en los asientos. Se enfrentaban una vez más a las cámaras que han seguido toda la temporada la caída libre del equipo. Un panorama de desolación y silencio. Era grato volver y saber que afuera los hinchas esperaban incondicionales -"ganando, perdiendo, te seguimos queriendo"-, pero era difícil el consuelo. El descenso seguía siendo una pesadilla.

Salir era peor. "Saber que está la afición en la puerta te pone otra vez los vellos de punta", decía el presidente del club, Rafael Carrión.

Los jugadores sabían que atravesar el pasillo que habían formado los sevillistas renovaría lágrimas y dolor. Así fue. Cabizbajos fueron pasando uno a uno sin ganas de saludar bajo una nube de bufandas.

Fue difícil subir al coche. Abrazos y palmas. Del otro lado más silencio. Por lo cristales, Carrión, le ganaba un último pulso al desánimo y saludaba a los chicos que, encaramados a la valla que protegía la zona, peatonal, iban rompiendo uno a uno los travesaños. Los hinchas se disolvieron retando al equipo rival con el que, a partir de ahora, se enfrentaran sólo con las voces. No podrán compartir balón.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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