Ronaldo
Por fin hemos descansado todos. La afición, los presidentes, los entrenadores, los futbolistas y los contables. Que Ronaldo haya dejado España nos ha quitado un peso de encima y, de paso, la misma fuerza del mal. Nunca se ha vivido una Liga tan tenebrosa, en pleno fulgor de las estrellas. Desde la traición de Capello a la impotencia del Valencia, desde el mal juego del Madrid al aberrante equipo coruñés, desde la destrucción sevillista hasta la desmoralización de las canteras representada en el hundimiento de los filiales del Barça o del Madrid, un fenómeno de caos campea sobre el fútbol. Ha sido bueno que Ronaldo cruzara como un rayo para conocer la perfección extrema, inseparable del mal total. Con Ronaldo, el fútbol salta de nivel y, a su lado, los futbolistas se revelan parte del pretérito. Toda la actualidad se convirtió en Ronaldo. Ni la exageración de las cláusulas de rescisión ni los altos fichajes extranjeros equilibraron la comparación. Su ausencia deja una estela de azufre que chamusca al pobre Núñez y a miles de hinchas, pero tras esta ofuscación vuelve la oportunidad de la vista. Ahora se verá que las legiones de extranjeros no son mejores que los españoles y que su clase, cuando exista, no la potencian los millones a granel. Sólo la energía de un mal divino encarnada en Ronaldo pudo hacer creer que el fútbol ya era eso y no un episodio de ficción en la cancha infernal de Nike. Más que un astro, Ronaldo ha sido el agujero negro de la competición. El cataclismo donde quedaban absorbidas la totalidad de las expectativas mientras el resto era convención. Desaparecido Ronaldo desaparece también el delirio y la anomalía. Ahora son los italianos quienes habrán de soportar el influjo de su teratología mientras aquí, eliminado el monstruo, el fútbol recobra la talla humana del balompié.
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