Unir a la izquierda
Desde el punto de vista adoptado por el PCE-IU de Anguita, la alianza electoral entre Esquerda Unida y los socialistas gallegos constituye sólo un frente más de defensa de la ortodoxia. Todo es muy sencillo. Así como Nueva Izquierda encarna el error socialdemócrata dentro de la coalición, la dirección de CC OO el error del reformismo tradeunionista e IC el error del liquidacionismo, el pacto de Galicia supone una suma de errores, táctico, estratégico y político, al ignorar por inservible la famosa teoría de las dos orillas. Ahora sólo cabe efectuar la habitual conjugación de la inmutabilidad de los principios con el pragmatismo de actuar según las propias fuerzas. Si tiene medios para ello, Anguita aplicará a sus socios gallegos el peso del centralismo democrático que sueña para IU; si le faltan, contemporizará. De momento, lo que está en el orden del día para aplicar la táctica del salami concierne a los renovadores del PDNI si desatienden de un modo u otro en el Congreso la disciplina de voto en el tema de la reforma laboral. Es sabido que una de las facetas del estalinismo consiste en el juego de trampas burocráticas que establece el vértice de la organización para acabar con sus oponentes. En este caso, ha situado a Nueva Izquierda ante una paradoja pragmática: si contra sus ideas vota el "no", demuestra su inutilidad política; si vota el "sí", queda probada su condición de caballo de Troya en IU, y por lo mismo también ha de ser anulada.Entre tantos y tan ingeniosos ejercicios de defensa de la pureza doctrinal frente a socialdemócratas, sindicalistas "vendidos" y catalanes del Olivo, la derecha cabalga a sus anchas y concentra a todos los niveles mucho más poder de lo que justifica el número de sus votantes. Es lo que el aldabonazo de Galicia viene a recordar, y lo que debiera llamar la atención de los dirigentes de IU a la vista de los resultados de su aislacionismo, y del impacto de tal actitud sobre la reciente política española. Hora es ya de hacer balance de lo que ha supuesto para IU encerrarse en sí misma (caso de Andalucía) y para los ciudadanos la consolidación de administraciones de derechas. Obviamente, el pacto de izquierda no siempre resultaba posible, ni recomendable, pero una cosa era atender a la realidad y otra poner en pie una estrategia que por puro dogmatismo se desentiende de los intereses sociales a los que una fuerza política dice servir. Un votante de izquierda puede estar en desacuerdo con la política del PSOE, pero nunca deseará que su voto caiga indirectamente en el saco de los "populares".El tema es hoy incluso de más actualidad que cuando surgió en las últimas elecciones administrativas, porque ya no estamos en un plano abstracto, sino ante una curiosa y aleccionadora experiencia de Gobierno PP. Y no es que ésta haya consistido en un museo de horrores: desde su perspectiva cuenta con importantes aciertos sectoriales, casi siempre donde hay un ministro procedente de UCD. Pero precisamente esa gestión eficaz sirve para destacar el componente autoritario que impregna la cultura política del PP. Es algo que se manifiesta, además, de forma innecesaria cuando las cosas van bien, traduciendo una voluntad desmesurada de control del Estado sobre la sociedad civil, en el campo de la comunicación social y los derechos individuales, y de antidemocrática acción punitiva sobre sus adversarios políticos. ¿A quién se le ocurre poner en la picota a los anteriores gobernantes, con carácter retroactivo, porque éstos ejerzan hoy su labor de control del Ejecutivo?, ¿o sacar de la manga el falso as de los expedientes de Hacienda? Por no hablar del rancio sabor de su política ante la libertad de expresión, la cultura y la moral social.
Son demasiados indicios de que el PP no está arreglando nada de lo que hizo el PSOE y además tiene una concepción peligrosa del ejercicio de la acción de gobierno. Valdría la pena que las dos formaciones de izquierda pensasen en ello, revisando lo que por su parte ha contribuido a la situación, actual, sin olvidar la meta de la difícil convergencia. Claro que si en el próximo congreso del PSOE lo principal es un esperpéntico debate sobre la suerte de Alfonso Guerra, mientras González dirige la guerra de los jueces, no cabe arrojar sobre Anguita toda la responsabilidad ante el triunfo de la revolución conservadora que se nos viene encima.
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